Capítulo 29.

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—Eric, date prisa —ruego, desesperada al vernos retenidos por el tráfico.

—No puedo hacer nada, ¿vale? —Se queja incómodo.

No puedo hacer otra que cosa que no sea pensar en mi pobre Seth. ¿Qué le está pasando a mi valiente chico, a la persona que nunca era capaz de mostrar sus sentimientos?

Me gustaría pedir un cambio en la intensidad del ritmo que está llevando nuestra relación. Esto se siente al igual que un partido de bádminton. Estaba acostumbrada al volante escolar, al blanco, al que me daba tiempo a pensar y reaccionar. Pero de repente me han metido a un partido de competición, con un volante azul y veloz, que está a punto de caer al suelo mientras yo estoy pegada a la red, sin ninguna posibilidad de correr a la línea de fondo a sujetarlo.

Soy una chica de tablas. Acostumbrada a un horario escolar cerrado. A unas tardes totalmente planificadas, con los minutos exactos que tengo que dedicar a cada ejercicio, y con unas horas descanso contadas. El doctor Evan fijaba la calidad y cantidad de comida que debía ingerir exactamente, e incluso los litros de agua que entran a mi cuerpo quedan registrados en mi teléfono móvil.

Seth ha roto esa monotonía. Algo que mi joven e inexperta mente no termina de digerir es su forma de alejarse del patrón de mis conocidos.

Sin hablar de las influencias que ha tenido nuestra diferente situación económica sobre cada uno, este chico guarda dentro de sí una fuerte personalidad y unas increíbles ganas de marcar una diferencia. No se conforma con absorber, aprender y demostrar. Él es el tipo de chico buscado por Harvard y compañía. Tiene sus propios principios. Sabe lo que quiere. Es capaz de ir a por ello.

Su característico aura de persona decidida y con grandes luces se ha roto totalmente, al igual que su voz, su tono, sus suspiros. Nunca había sentido yo la necesidad de levantar a alguien en mis brazos, de hacerlo entrar en calor y de protegerlo a patadas si hiciera falta.

He crecido rodeada, con faldas rosas y con unos padres que venían para mostrarme como una joya a desconocidos. Una niña mimada, quizá. Una niña de papá. El hecho de que en un santiamén haya decidido manchar mis zapatos de brillantitos por alguien, no es simplemente un loco amor descuidado. El hecho de que sea consciente de que sería capaz de realmente cualquier cosa por un chico al que apenas conozco, es más que una simple manera de rebelarme.

Lo que siento en este momento precisamente por Seth, sobrepasa todas las etiquetas fijadas por las citas que no dejan de repetirse los adultos. Quizá porque yo aún tengo la llama de la esperanza y confianza en el ser humano encendida.

No quiero decepcionarlo por un lado, pero también siento un irresistible deseo de saber qué le pasa, de consolarlo y de conseguir que vuelva a sonreír para mí. Sólo una de esas dulces y sinceras sonrisas...

No veo el momento de encontrarme con Seth, y el enfermizo tráfico no hace más que ponerme de los nervios.

Intento hacer otra llamada, en el fondo sabiendo que es tan inútil como las anteriores. Pero para mi grata sorpresa, él me contesta con su voz ahora más calmada.

—¿Cielo? —Susurro con el corazón a mil.

—¿Estás bien? —Pregunta, haciéndome reír nerviosamente.

—Eso lo tendría que preguntar yo, ¿no crees? —Bromeo, intentando transmitirle una tranquilidad que no siento.

—Lo siento, princesa —se queja en voz baja—. No debería haberte preocupado. No quería...

—Ni se te ocurra terminar la frase —lo interrumpo, con un sonrisa forzada en el rostro que me anima a no llorar por lo que me provoca su dolor.

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⏰ Última actualización: Jan 04, 2017 ⏰

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¡Quítate las gafas! (NCAMH)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora