Ride. Capítulo III

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Bajo las tablillas de madera hay una trampilla. Una trampilla cerrada con llave. 

Pero nada me va a detener. Cogo otra vez el martillo y golpeo la trampilla, hasta que me percato de que nada podrá romperla. Paro un momento y me pongo las manos en la cabeza mientras soplo. Estoy agotada. Debería volver otro día. 

Y cuando voy a levantarme caigo en la cuenta de algo. ¿Dónde podrían estar las llaves mejor que con el propio Diego? Seguro que el día que lo mataron las llevaba encima, así que deben estar archivadas en la policía como pruebas. 

Salgo de la casa corriendo y me dirijo hacia la comisaría. Tengo entendido que el archivo está abierto de noche también. Además, tampoco es tan tarde, sólo son las nueve y media de la noche.

Al llegar, un hombre con gafas, barba y una camiseta a rayas me pregunta qué es lo que he venido a buscar al registro. Le explico la historia de Diego y, aunque un poco reacio, me abre la puerta que da al registro. Varias filas de separadores se yerguen dentro de él, y como el lugar parece infinito, el chico va buscando hasta encontrar el caso de Diego.

-No puedes pasar más de diez minutos-me informa.

-El caso está archivado. No tengo por qué causar problemas si cojo alguna prueba, ¿no?-pregunto.

-En teoría no. Siempre y cuando firmes conforme te has llevado una prueba. Y debo registrarla.

-De acuerdo. Voy a ver qué hay.

Dentro de la caja hay diversas cosas: un juego de llaves, un collar con forma de llamas invertidas (como si el fuego fuese hacia abajo), su teléfono móvil y poca cosa más, de modo que así se demuestra que no hubo pruebas suficientes para seguir investigando. 

-Creo que me llevaré estas tres cosas-informo al chico, entregándole el collar, el teléfono móvil y el juego de llaves. Las coge y me señala amablemente la salida. Cierra la puerta del registro y se pone detrás del escritorio para tomarme los datos.


De nuevo en casa de Diego y John, me dirijo arriba para intentar abrir la trampilla. Compruebo todas las llaves y me decepciono al ver que la cerradura es demasiado complicada: tiene tres ranuras de forma rectangular enana, como si la llave fuese una E y tuviesen que encajar las tres puntas. 

Me tumbo en la cama e intento relajarme un poco. Intento cotillear el móvil de Diego, pero apenas tiene batería, de modo que me pongo a cargarlo en el enchufe de la lamparita de noche. Es entonces cuando decido ver las otras dos pruebas. Las llaves parecen todas convencionales. A estas alturas, viendo lo rebuscado que es todo, observo más las cosas. Hasta me espero ver que la llave cambia hasta tener tres puntas. ¿Por qué no? ¡Acabo de descubrir una trampilla bajo unas tablillas de la habitación de Diego!

¿Cómo lo hizo? ¿Y por qué? ¿Acaso sabía que iba a morir? ¿Y si fue así, por qué no lo dijo? Podríamos haberle ayudado.

Cojo el collar y lo observo. Está oxidado, seguramente era cobre, porque está todo prácticamente verde. Tiene una serie de dibujos por todos los lados, pero el óxido no deja que vea qué pone.

Y finalmente, caigo en las garras de Morfeo. 


Me despierto ciertamente agitada. Acabo de tener una pesadilla. Y sólo recuerdo el final: moría por el efecto de las llamas.

Poco a poco voy recuperando el sentido hasta que consigo ponerme de pie. Me oriento mal, pues las persianas aún siguen bajadas, la cama no está en su sitio original y la casa desde esta perspectiva es diferente. Camino lentamente hasta encontrar el interruptor de la luz y, por fin, alumbrar el lugar. 

Pretty flexible boyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora