Ride. Capítulo IV

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-¿Por qué, John?

-Oye, ¿no tienes frío?-se frota los brazos con sus manos- Voy a encender la chimenea.

-John, no cambies de tema. ¿Por qué no me lo dijiste?

John observa las pequeñas llamas que crecen del fuego que acaba de prender. Se caliente las manos y me mira, abatido. Suspira y me da explicaciones:

-Mira, no sabía que era para eso. Cuando lo hice no podía pensar que Diego acabaría muerto. Y cuando murió ni me acordé. Lo siento, Alice. No caí.

-No pasa nada-me caliento las manos con la infusión que acaba de darme. La abrazo con ambas manos y cierro los ojos. Huelo el humo que sale de ella: té negro con vainilla. Me encanta.

-Creo que deberías dejarlo, en serio. Sé que Diego hubiese querido que investigaras, pero también le hubiese gustado vernos felices-intento hablar, pero se avanza-. Y si es verdad que alguien está intentando seguir la pista, deberías dejarlo, no vaya a ser que esa persona sea capaz de matar por ello.

-Pero John, Diego lo hubiese querido así, gastó su último aliento pronunciando Ride, ¿por qué? ¿Qué significa Ride?

-Alice-me coge de los brazos de nuevo, justo como ha hecho cuando estábamos fuera. Pero esta vez no me mira a los ojos de la misma manera. Esta vez no mira dentro de mí, mira mi cara. Le gusta, se concentra en mis ojos y sus párpados se caen, vencidos, como si él hubiese sucumbido a mí. Acerca sus labios a los míos y yo dejo que me atrapen. Cuando se separa de mí, se le cae su taza de té al suelo, se pone nervioso y se agita, y va a la cocina a por una escoba.

Al volver, lo veo inquieto, tanto, que apenas puede barrer los trozos de taza que hay en el suelo. Le ayudo, cojo los trozos, pero John intenta cogerlos antes que yo y se corta. Se corta la palma de la mano y la sangre le empeiza a brotar de forma exagerada. Le acompaño al baño a curarse, se niega, pero finalmente cede. Esquiva mi mirada, como si estuviese tan avergonzado que verme le causara angustia.

-John-le llamo, meintras le pongo alcohol en la herida. Tiene ganas de gritar, del escozor, pero sólo se muerde los labios y aprieta sus párpados.

-¿Sí?-pregunta.

-¿Hace cuánto que no sales con nadie?

-¿A qué te refieres?

-A todo. Ayer me dijiste por teléfono que me querías. Y hoy no me puedes ni mirar a la cara por un beso.

-No ha sido fácil, ¿vale? Las tías de aquí me ven sólo como un chico sensible al que escuchar las penas y no quieren nada conmigo. Y los tíos ni me hablan.

-Si te sirve de consuelo estoy en la misma situación. Quiero decir, que los tíos no me hablan.

Se ríe y por un momento nos quedamos mirando el uno al otro, hasta que un ruido nos interrumpe: John se ha dejado la tetera en el fuego y empieza a sonar el humo que sale de ella. Lo que me parece extraño es que la haya dejado allí después de habernos servido, en fin.

Agacho la cabeza cuando John va. ¿Qué estoy haciendo? Ayer me dolía decirle que sí a John y hoy le estoy enviando indirectas. Vale, sí, me gusta. Mucho. Le quiero. Lo amo. Vale, ¡sí! Pero Diego está aquí, en mi corazón, y me siento mal si intento algo con John.

Me dirijo al salón. No es muy difícil llegar hasta él, a pesar de que no see mi casa. La nueva casa de John es espaciosa y grande, no hay pasillos por los que pasar, así que todo son grandes salas. Nada más entrar había un pequeño recibidor con paredes verdes y una bóveda de crucería en el techo. Había varios bordes biselados, y dibujos con formas similares a paramecios en las paredes. La siguiente sala era un gran salón con una alfombra roja y verde en el suelo. En las paredes había decoraciones de madera que recordaban a cartuchos donde se mete el incienso. Frente al sofá (un sofá un tanto incómodo, era básicamente madera y un poco de cojín con botones, como si fuese muy antiguo), un gran ventanal con un balcón y, enfrente, el mar. El resto de la casa era igual. Era como haber cambiado de siglo de repente.

Pretty flexible boyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora