Ride. Capítulo V

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Mientras me dirijo a la fábrica abandonada, voy hablando conmigo misma en voz baja. ¿Qué significa que en la fábrica abandonada encontraré el pasaporte a la casa de Erik? Sé perfectamente cómo llegar a casa de Erik. Aunque a lo mejor en la fábrica encuentre una pista de lo que estoy buscando. Será mejor ceñirse al orden de las pistas para entender el puto acertijo que Diego dejó antes de morirse. Al menos así todo cobrará sentido. Por lo pronto, sigo sin entender qué tiene que ver Ride con Rebece y con la fábrica donde hacíamos las carreras.

Por fin llego al solar donde está la gran fábrica. Evidentemente, está vacía. Desde que Diego murió, se dejaron de hacer carreras de motos en este lugar. Las han trasladado a un polígono más cerca de la playa, cerca del puerto. Bueno, en realidad no sólo lo hicieron por Diego. Lo hicieron porque entre los corredores hay gente supersticiosa, y viendo las muertes de corredores que habían ocurrido (entre muertes por accidentes, muertes por causas "naturales", asesinatos...), decidieron mover el sitio donde hacer las carreras de motos.

Camino por un sendero que se dibuja entre la hierba y accedo al fin a una fábrica con sólo unas pocas paredes y un trozo de techo. El aire es pesado y polvoriento, y la luz del tenue sol de mediodía de noviembre se oscurece al llegar a la atmósfera de la fábrica. El pavimento liso conserva aún las marcas de las ruedas, y los barriles marrón óxido aún siguen puestos en línea, la gran mayoría, para delimitar el recorrido. Se conservan algunas cintas blancas y rojas que indicaban que no se podía pasar. Aún hay alguna que otra decoración encima de las bigas, como calzoncillos, o sujetadores. Y aunque intuyo que esto está abandonado desde hace más de tres meses, sigue oliendo a alcohol. Incluso cuando respiro, respiro los nervios y la emoción de las carreras.

Es el lugar. Tan abandonado y tan lleno a la vez.

Camino arrastrando los pies por su superficie e intento ver algo que pueda llamarme la atención. Espero encontrar algún graffiti que cobre sentido, aunque después del que he visto en casa de Rebece, ya no espero que los graffitis cobren sentido. Si Rebece era un terremoto, ¿por qué no poner que existen los unicornios? Tendrían la misma lógica.

Y a pesar de eso, lo único que veo son grafitis que ya estaban: "Te quiero 08", "Miniña prex", "Te fosho batmontse", "No esperes que te olvide. No olvides que te espero", "Presiosah'19", etc.

Me paro en seco. Hay una cosa que falla. Falta algo.

Esta industria antes era una fábrica de productos químicos, de modo que había alguna chimenea que ventilaba el sótano, que era donde se hacían la gran mayoría de productos químicos. Y si mal no recuerdo, el sótano se utilizaba de picadero.

Ahora comprendo qué falla. Falta una chimenea. Falta una de las chimeneas que s eveían desde el boquete que hay en la pared. Salgo corriendo hacia el exterior. En el lugar donde estaba la pequeña chimenea, excavo hasta ver qué han enterrado justo donde estaba la salida de humos. Al cavar un gran hoyo, descubro una caja pequeña de madera, pero no una caja cualquiera, una caja de incienso. La saco, le quito la arena y, cuidadosamente, la abro.Una vez abierta, inspecciono su interior hasta comprobar que no hay nada, sólo una caja de incienso vacía. Es cierto que desprence cierto olor a quemado y a jazmín, como si la hubiesen enterrado junto a una varilla y el humo no se hubiese escapado aún.

Harta del jueguecito, me levanto y vuelvo cabizbaja a casa de John para reordenar mis ideas.

Una vez en su casa, abro la puerta con las llaves que Diego y John me dieron hace tiempo. Y me sorprendo gratamente al ver que ya hay alguien en casa: John. Camino hasta la cocina y lo encuentro tirado en el sofá del salón, destrozado. Dejo la caja de incienso y el bolso en la isleta de la cocina y me dirijo al sofá. Me siento a su lado y, sin mirarle, resoplo. Me da la mano.

Pretty flexible boyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora