Jesús.
Entiendo los pensamientos y temores de María. Pero sé 100% que yo no voy a hacerle daño. Que quiero estar con y para ella siempre.
Me mira durante unos segundos-para mi años- a los ojos. Como mirando a través de ellos. Y las palabras que pronuncia antes de besarme, curan todas mis heridas, perdonan todos mis fallos y me hacen volar al cielo:
- Te quiero.
Siento su sonrisa timida sobre mis labios. La cojo de la cintura para sentarla a horcajadas sobre mi. Mis besos descienden hasta su cuello y la oigo suspirar costosamente.
- Te quiero – le respondo, mirándola a los ojos – De verdad, no me dejes nunca – niega con la cabeza mientras se sonroja.
- No me dejes tu a mi – dice – porque es difícil para mi.
Y sé a que se refiere sin que lo diga. No la quiero solo para llevarla a la cama. No tengo prisa con María.
- Estaría loco si lo hiciera – acaricia mi mejilla – puedo esperar todo el tiempo del mundo. Te quiero en todos los sentidos María, quiero que seas mía en todo y para siempre- vuelve a sonrojarse – pero no ahora, ni mañana. Cuando tú quieras y te sientas preparada.
Algo me dice que detrás de ese miedo hay algo más que yo me estoy perdiendo. Y algo también me dice que tiene que ver con lo que David me dijo aquel día. Pero si le sucede, o le sucedió, algo sé que me lo contara cuando ella esté preparada.
Me sonríe y nos fundimos en un beso largo, dulce. El sonido de mi móvil nos hace separar. Es Dani llamándome.
- ¿Si? – descuelgo.
- Illo, ¿dónde estáis? – pregunta – Menos mal que solo eran 5 minutos.
- No creo que volvamos ya- respondo – nos vemos en casa.
Y ante de que conteste, cuelgo. No quiero que me haga preguntas, no ahora. En este momento quiero disfrutar de mi chica. Porque ya es MI CHICA. Solo mía.
Chúpate esa, Marcos.
María tiene un escalofrío sobre mí. Sonrío con ternura y me quito la chaqueta para ponérsela.
- ¿Quieres que nos marchemos? – interrogo, acariciando sus mejillas mientras ella peina mi pelo.
- No – niega levemente - ¿podemos quedarnos hasta que amanezca?
- Podemos quedarnos siempre – le susurro, antes de besarle.
- Pues abrázame- me susurra ella de vuelta.
Y no dudo en hacerlo. Quiero más momentos así con María. Y sé que los voy a tener.
María.
Alrededor de las 3 de la madrugada volvemos a casa en taxi. Con máximo cuidado subimos a la habitación para no despertar a nadie, pero en mitad del pasillo nos encontramos a Dani.
- ¿De dónde venís?- interroga.
- De estar por ahí- le responde su gemelo.
Dani nos sopesa unos segundos, pero la voz de su chica desde la habitación lo hace darse media vuelta y entrar. Cuando entramos, le pido a Jesús su camisa para dormir y él no duda ni dos segundos en lanzármela. Me quedo unos segundos observándole, sin camiseta y como se quita el pantalón también. Dudo si ir al baño para cambiarme pero el gemelo mayor decide por mi, ya que se mete en la cama y se tapa la cara mientras se ríe.
- ¿Puedo dormir contigo? – le pregunto, una vez estoy preparada. Se destapa la cara y me mira con una gran sonrisa.
- Eso no tienes ni que preguntarlo – responde, mientras me coge de la cintura y me tira a su lado.
Comenzamos a reírnos, ahogando el sonido en el cuello del otro. Jesús se coloca encima de mí y yo comienzo a acariciarle el rostro. Se ve tan adorable así.
La verdad es que no sé exactamente cuándo, pero me quedo profundamente dormida.
- ¡Suéltame!-grito, desesperadamente. Pero no sirve de nada, sus brazos siguen aferrados con fuerza a mi cintura y sus labios continúan recorriendo todo mi cuello. De nuevo la luz del coche nos ilumina, pero no consigo verle la cara.
-¡No! ¡Déjame! ¡Qué me sueltes!-sollozo, a voz en grito.
- ¡María!- me llama Jesús. Abro los ojos, llorando y lo abrazo fuertemente- Ya está cariño, solo es una pesadilla.
-No, no puedo.-lloro.
La puerta de la habitación se abre y entra la madre de los gemelos, Daniel y Alicia. Al verme corren hacia mi lado, pero yo escondo mi cara en el pecho del gemelo mayor, llorando. Escucho como les dice que estoy bien, que nos dejen solos.
Se lo agradezco, la única persona que quiero en estos momentos cerca es a Jesús. Y ya le tengo aquí.
- Estoy aquí. Siempre. Yo voy a protegerte de todo María- susurra, acunando mi cara- ¿puedes contarme el sueño?
Niego apresuradamente con la cabeza. No puedo contarle nada. Quiero hacerlo, sé que me comprenderá. Pero aun no estoy preparada para desvelar mi secreto.
- Abrázame – le pido, serenándome.
Jesús no lo duda y obedece mi petición, arropándonos de nuevo. Unos minutos después consigo dejar de llorar y con las caricias de Jesús vuelvo a quedarme dormida.
Esto tiene que terminar algún día. Por favor.