Epílogo.

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María.

— ¿Estás ya? — cuestiona David, apareciendo en la habitación.
— Sí — le sonrió, cerrando la última caja.

Él me devuelve el gesto y me ayuda a bajar las últimas cosas al coche. El coche que por fin pude comprarme hace un año.
Guardamos todo en el maletero y nos miramos unos segundos. No quiero llorar.

— Me parece increíble que te vayas a vivir con Jesús — dice mi hermano— Sé feliz, enana.
— Ya lo soy, hermanito. Te voy a echar de menos.

Nos abrazamos muy fuerte y me adentro en el coche. Mientras dejo atrás el piso de mi hermano, limpio las lágrimas que han logrado salir.
Es increíble que ya tenga casa con Jesús, llevábamos buscando la indicada desde que la pequeña Celia tenía siete meses. Entre trabajo y universidad, se nos complicó la búsqueda. Pero al fin, ya la tenemos, en Mairena. Y por suerte, la de al lado también estaba en venta.
Fue la única condición que Jesús pidió, que Dani viviese lo más cerca posible de nosotros. Y yo no puse ninguna pega, la idea me encantó.
Han pasado tantas cosas en estos casi dos años... Muchas buenas y algunas malas.
Jesús y yo discutimos de vez en cuando, como todas las parejas, pero nada que no podamos solucionar.
Aparcó frente a la puerta y antes de que pueda abrir sale mi chico, sonriente. Sigue igual de guapo, o más. Pero más mayor, más maduro.

— Hola, nena — me saluda, cuando salgo del coche.

Le doy un beso y él me ayuda con las ultimas dos cajas. Las dejamos en el pasillo, son cosas que ya habrá tiempo de colocar.
Me llega un olor delicioso y al llegar a la cocina, descubro que mi chico ha hecho la comida.

— Madre mía, que hambre — comento, sentándome a la mesa.
— Últimamente tienes hambre de más, ¿no? — ríe él.

Asiento.

— Es algo raro, tengo muchísima hambre pero llevo días con muchas náuseas.

Jesús me mira durante unos segundos, pero no dice nada. Mientras comemos, hablamos de todo en general, de que dentro de unos días es el cumpleaños de los gemelos, 24 años ya.
Antes de terminar mi plato, tengo que levantarme corriendo al baño. Expulso todo lo que he comido en el desayuno y ahora mismo.
Jesús entra y me levantó para lavarme bien los dientes. Me estudia a través del espejo.

— María... ¿No crees que haya un motivo para que te sientas así?— pregunta al fin.

Suspiro.

— Sí.

Salgo y me dirijo a la cocina, miro el calendario y hago cálculos mentales.

— ¿Sí? — intenta asegurarse Jesús. Asiento, llorosa — Cariño, vamos a asegurarnos.

Dicho eso me besa dulcemente.

Jesús.

— Tranquila, mi amor — le digo a María, mientras la abrazo.

Estamos esperando los 5 minutos que marca el test de embarazo. Ella está nerviosa, lo sé y yo también lo estoy. Y ella lo sabe, porque me besa intentando tranquilizarme o tranquilizarse.

— Estamos juntos — le sonrío. Ella coge el aparatito y lo pone frente a nosotros.

Las dos rayitas se ven claramente. Positivo.

Miro a María y ella me mira a mi, sonríe pero las lágrimas discurren por su rostro. Sé que en el fondo tiene miedo. Le sonrío ampliamente y la beso, haciendo que se desprenda de ese miedo.

— No sabes cuan feliz me haces, María.
— Te quiero. Te quiero — susurra, antes de volver a besarme.

Le acaricio levemente la barriga.
A veces fallar es necesario. Que me arrepiento de lo que hice pero si no hubiese pasado, seguramente mi camino no se habría cruzado con el de María.
Y es lo mejor que me ha pasado. Estar aquí hoy, con ella y con esa pequeña persona que viene en camino, es todo lo que necesito para ser feliz.

Daniel.

Sonrío como bobo mientras observo mi alrededor. Mi madre junto a nuestras chicas han preparado una fiesta preciosa por nuestro cumpleaños.
Veo feliz a la gente de mi alrededor y eso me hace el doble de feliz a mí.
Mi hermano habla feliz con mamá mientras tiene su brazo alrededor de la cintura de María y acaricia su vientre. Esa noticia ha dado muchas alegrías.
Desvío mi mirada hacia Alicia, que se ríe a carcajadas con su padre, mientras este le dice algo, sus ojos rebosan ternura.

Y por último, mi pequeña Celia. Mi pequeño y gran tesoro.
Corre como puede hacia mí y yo la coge en brazos.

— Hola mi amor — le digo, dándole muchos besos en la mejilla, por lo que ella ríe.
— ¡Papiiiiiii! — ríe, a carcajadas.

Y no sabéis lo que eso me llena. Que me llame papá, pero sobretodo me llena oírla reír.
No es fácil ser padre, que le pase cualquier cosa me da un miedo terrible, pero ahí está mi chica para tranquilizarme. Para hacerme ver que es una niña y que se hará inevitablemente daño, se caerá, pero que ahí estaremos nosotros para ella.

Celia agarra mis mejillas y las espachurra, provocando que yo haga muecas. Muerdo cariñosamente su pequeño dedo y ella vuelve a reír.

— ¡Mami! — celebra la niña, cuando la pelirroja se acerca a nosotros.
— Nena — le digo, ella me besa tiernamente, segundos después Celia  imita.
— ¡Papi es mío! — anuncia, agarrando fuerte mi cuello.

Alicia finge estar triste.

— Lo podemos compartir — acaba cediendo la niña. Nosotros sonreímos, divertidos por la pronunciación de la pequeña.

Jesús se acerca a mí y mi chica se va con Celia a comer pastel.

— Lo hemos hecho bien, hermano — dice mi gemelo, pasando un brazo por mis hombros.
— Lo hemos hecho bien juntos.

FIN.

Si aún te quieres quedar {Gemeliers}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora