Capitulo 27.

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María.

La cena transcurre tranquila, lo cierto es que ver a mi hermano y a Sofía juntos, me ha hecho darme cuenta de que guardarle rencor no sirve para nada.

La rubia me ayuda a recoger la mesa, mientras los chicos hablan sobre cosas... bueno, de chicos. En la cocina, la novia de mi hermano me coge de la muñeca suavemente, mirándome con ternura. Y tengo la sensación de que quiere hablar.

- María, yo... - comienza, vulnerable.

- No tienes que darme explicaciones, no a mí – le acaricio la mano con cariño – Si David te cree, es suficiente.

- Pero tengo que pedirte perdón, no servirá de nada pero... es que no era yo y... - una lágrima discurre por su mejilla y la limpio rápidamente.

- Todo está bien, de verdad. Sed felices.

Me sonríe tristemente y duda si abrazarme o no. Finalmente soy yo la que se acerca para estrecharla. La segunda cosa que más me dolió de lo que hizo, después de lo mal que dejó a David, fue ver de qué manera había fallado una chica tan genial como ella.

Volvemos al salón.

- ¿Vemos una película? – propone David, cogiendo el mando de la televisión.

- Nosotros mejor vamos a la habitación – respondo, cogiendo a Jesús de la mano y arrastrándolo hacia allí.

- A ver qué hacéis – insinúa mi hermano.

Le saco el dedo corazón y cierro la puerta de la habitación. Jesús se sienta en mi cama, mirándome con cariño y yo me siento en su regazo, como de costumbre, pasándole el brazo por el cuello.

Deja varios besos detrás de mi oreja y yo suspiro. Girándome para que los besos terminen en mi boca. El último lo alargo bastante, acomodándome mejor en su regazo. Jesús mete las manos debajo de mi jersey, haciéndome suspirar de nuevo.

Me mira como preguntándome si puede quitarme la camiseta y yo asiento, nerviosa. En unos segundos mi prenda está en el suelo y la de mi novio igual. El mayor de los gemelos me recuesta en la cama y comienza a besarme de nuevo, bajando sus manos hacia mis caderas.

Y en ese instante, la imagen de aquel chico, manoseándome en el callejón, viene a mi mente.

Aparto a Jesús bruscamente, como si quemase. Y me levanto de la cama, poniéndome la camiseta. Él me mira, confundido.

- No puedo – es lo único que logro decir.

- No puedes pero siempre comienzas con el juego... no soy de hielo, María – espeta, molesto.

Y lo cierto es que yo me enfado, por su comentario más que nada. Puede que tenga razón, pero dijo que no tenía prisa. Rompo a llorar en un rincón de mi habitación y en seguida Jesús se acerca, preocupado.

- Lo siento, lo siento, de verdad – dice, arrepentido.

Yo niego con la cabeza y le abrazo. No es culpa suya, es mía, o de aquel tipo que me arruinó la vida. Mi chico me guía hasta la cama y allí me vuelve a abrazar con fuerza, dejando besos en mi pelo.

- Hay algo que no me has contado... importante ¿verdad? – susurra. Intento dejar de llorar y asiento - ¿Y tiene que ver con tus pesadillas? – vuelvo a asentir – Puedes decírmelo, si quieres.

- Hoy no – sentencio, mirándole a los ojos – Prometo hacerlo. Solo a ti. Es algo que no sabe ni siquiera mi hermano.

- Me estás preocupando aún más, María.

Intento sonreírle y después le doy un beso.

- ¿Te quedas a dormir? Por favor – le pido, acurrucándome en él.

- Claro. Pero antes de dormir vamos a ponernos cómodos.

Daniel.

Espero impaciente tras la puerta del baño. Cruzado de brazos y con el ceño fruncido.

Estábamos cenando cuando Alicia se ha levantado corriendo para vomitar. De esta noche no pasa, o me cuenta que le pasa o vamos a tener discusión. No puedo continuar así, sin saber que le ocurre.

La puerta se abre y la pelirroja sale pálida, con la mano en la barriga. Me mira y suspira. Le cojo la mano y la guio hasta el sofá. Ella intenta hablar, poner excusa a lo que le pasa, pero no la dejo.

- Alicia, o me cuentas que coño te pasa o... - comienzo, pero me interrumpe, llorando.

- Estoy embarazada.

No me mira a la cara. Estoy paralizado en mi sitio, sin poder hablar ni apartar la mirada de ella. ¿Embarazada? ¿Un niño? ¿Nuestro? Pero... ¿qué vamos a hacer? Yo no estoy preparado.

- ¿Hablas en serio? – consigo decir.

- Sí – responde, mirándome al fin a los ojos – de dos meses.

Me levanto automáticamente del sofá. Mirándola asombrado. No puedo, me estoy agobiando.

Ella se levanta para acercarse a mí, pero yo cojo rápidamente las llaves del coche y desaparezco del piso en cuestión de segundos. Un hijo. Yo necesito asimilar esto. No voy a poder. Estoy saturado.


Si aún te quieres quedar {Gemeliers}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora