Capítulo 5.

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Foto de Hugo en multimedia.

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No sé cuánto tiempo había pasado. Tenía la nota en mi mano como si fuese lo único que me hacía estar cerca de él. Me encontraba en su cuarto, sentada en una esquina acurrucada en el suelo. Mis brazos rodeaban mis piernas y mi cabeza estaba escondida entre ellas. Llevaba llorando sin parar un buen rato, pensando en todo y a la vez en nada. Mi cerebro todavía estaba procesando las palabras escritas en ese papel blanco. No entendía nada. Sentía que el aire que me rodeaba no era suficiente para respirar. Pensaba que con todo lo sucedido anoche mis ojos se habían secado, y ya no había más lágrimas en mi interior. Qué equivocada estaba. No tenía fuerzas para moverme. No tenía fuerzas para seguir adelante. Todo estaba pasando demasiado deprisa. ¿Qué ocurriría conmigo ahora? ¿Debería ir a la policía y hacerlo oficial como secuestro? No, eso no podía ser. Si te secuestran no dejas una nota a tu hermana. ¿Debería buscarlo? ¿Debería contárselo a alguien y que me ayude a encontrarlo? O, ¿debería ser una cobarde y esperar a que su hermano aparezca dentro de diez años? Demasiadas preguntas sin contestar.

El recuerdo de anoche de Nick me invadía los pensamientos. Su cuerpo herido, débil. Su mirada preocupada, con miedo más bien. No sé qué le pasó, quién le hizo eso. Tampoco sé de qué o quién tenía miedo. Hace tres años que dejamos de tener miedo. Aquel día prometimos no dejarnos asustar por nada ni nadie. Aquel día aprendimos a ser fuertes. Aquel día supimos que deberíamos estar juntos y cuidar el uno del otro. Hasta hoy. No puedo creer que Nick no esté aquí, a mi lado. Lo que le tenía tan asustado me estaba asustando a mí, haciendo que perdiera mis nervios. Mis piernas comenzaban a temblar del miedo.

En la habitación sólo se escuchaban mis sollozos hasta que un golpe en la ventana me sobresaltó. Levanté mi cabeza de inmediato y conseguí ponerme en pie. Parecía que mis piernas no iban a soportar mucho más tiempo mi peso. Cogí el bate de béisbol de Nick, con el que supuestamente le amenacé anoche, y me acerqué a la ventana sigilosamente. Me agaché un poco para que si hubiera alguien al otro lado no me viese. Estaba justo debajo y cuando me quise dar cuenta, otro golpe dio en ella. Levanté la vista y al instante pude respirar tranquila. Era una rama del árbol de la casa de en frente que estaba golpeando la ventana por el aire. Cerré los ojos unos segundos y me calmé.

Me dirigí al baño para refrescarme la cara. Me miré en el espejo y el reflejo que vi no me gustó nada. Estaba pálida, tenía los ojos rojos e hinchados de tanto llorar. Parecía un zombie. Mis manos y piernas temblaban como nunca. Un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba a abajo y me apoyé en el lavabo. Me preguntaba qué había hecho mal en esta vida para sufrir tanto. Siempre dicen que de lo malo se saca algo bueno y, ¿qué saco yo? Mentiras. Dolor. Sentía que en mi interior algo no estaba bien, era como encontrarse en un mundo sin luz. Y mi luz, era él. Mi cuerpo me pedía sentarme y rendirme desde un primer momento. Pero mi corazón estaba dispuesto a darlo todo por encontrarlo. Me miré una última vez en el espejo, me sequé las lágrimas que aún brotaban de mis ojos, y salí.

Me daba igual la nota. Me daba igual lo que pusiera. Me daba igual lo que pidiera mi cuerpo. Iba a hacer caso a mi corazón. Por primera vez iba a desobedecer a mi hermano. No podía permitir que anduviera por ahí solo, cuando justamente anoche recibió una paliza. No podía dejar que se enfrentara a aquello solo, aunque no lo admitiera, me necesitaba. Al igual que yo le necesitaba a él. Necesitaba verle todas las mañanas recién levantado con su pelo revuelto, necesitaba que se riera de mi por ser una torpe, necesitaba que estuviera en casa esperándome hasta las tantas cuando volvía de fiesta, necesitaba que me echara la bronca cuando hacía algo mal, lo necesitaba. Lo quería aquí, a mi lado. El timbre sonó y me sacó de mis pensamientos. Bajé las escaleras pensando en quién podría ser, pero debería actuar con normalidad para que no se notara mi estado deprimente.

Abrí la puerta y ahí se encontraba un precioso Hugo. No me esperaba que fuera él, hasta que recordé que habíamos quedado para comer. Mierda. Ni si quiera le pedí su número para haberle llamado antes y decirle que no podía ir por asuntos personales. Su sonrisa se desvaneció en cuanto vio mi aspecto.

- Hola Amanda, ¿estás bien? - Preguntó con un tono de voz preocupado. Asentí con la cabeza pero pareció no creerme.

- Lo siento mucho Hugo, eres un chico estupendo, pero me temo que hoy no puedo ir a comer contigo. Ni hoy, ni en un tiempo indefinido. Me habría gustado que las cosas fueran distintas, pero el destino no lo quiere así. De verdad, perdóname. - No sé qué estaba haciendo, por una vez aparecía alguien en mi vida que me entendía a la perfección y lo alejaba de mí. Simplemente no quería poner a nadie en peligro. De Dylan y Sam me encargaría más tarde inventándome alguna excusa creíble. Fui a cerrar la puerta, pero algo me lo impidió. Miré hacia abajo y Hugo había puesto un pie impidiendo así que la cerrara.

- Sabes una cosa Amanda, yo decido de quién debo alejarme y de quién no. Yo decido a quién debo mantener en mi vida y a quién no. Y yo decido que quiero ser tu amigo. Respeto tu cambio de opinión sobre no ir a comer conmigo, pero no respeto que me alejes de ti así sin mas, sin antes conocerme. Quiero ser parte de tu vida, y ahora mismo lo único que quiero es abrazarte y decirte que todo está bien. Porque sé que has estado un buen rato llorando, tienes los ojos rojos e hinchados y no creo que sea por lo de anoche. Por eso mismo me voy a quedar aquí contigo, para que te desahogues si quieres, o sino al menos para que sepas que no estás sola. Voy a llamar a Dylan y Sam para que vengan y entre los tres ayudar... - Pero no le dejé acabar. Me lancé a sus brazos y lo abracé. Él me correspondió al abrazo en menos de un segundo. Lo necesitaba. Necesitaba que alguien me dijera que todo iba a estar bien como hacía Nick.

- Gracias... - Susurré. Pude notar cómo una pequeña sonrisa se le dibujaba en sus labios. Me separé de él y lo invité a pasar.

- Vaya, tienes una casa muy bonita, es acogedora. Yo vivo en un piso de alquiler con un viejo amigo. No tengo hermanos por lo que él para mí es como que lo fuera. - No pude resistirme y sin darme cuenta... Comencé a llorar de nuevo. - Hey... Ven aquí. - Cogió y me abrazó. Entre sus brazos no sé por qué pero me sentía segura. Escucharle decir "mi hermano" hizo que me derrumbara aún más. - Siento si algo de lo que he dicho te haya molestado, no era mi intención.

- N-no es e-eso - Tartamudeé ya que las lágrimas no me dejaban hablar con claridad. Hugo no sabía que yo tenía un hermano así que podía inventarme algo por lo que llorar demasiado. Nos dirigimos al salón y nos sentamos en el sofá. - ¿Podrías traerme un vaso de agua, por favor? La cocina está en frente. - Dije un poco más calmada.

Él asintió y se levantó, dejando su teléfono móvil en la mesita pequeña donde Nick y yo siempre apoyábamos los pies cuando veíamos alguna película juntos. Al salir por la puerta su móvil se iluminó y las ansias por mirar pudieron conmigo. Era un mensaje de un tal Christian:

"¿Dónde coño estás tío? Alfred me ha llamado diciendo que Nick ha desaparecido. Será mejor que vigiles bien a esa niñita si no quieres que nos corte el pescuezo."

¿Qué? Los ojos se me cristalizaron de nuevo.

***

Muchas gracias a todos los que lo están leyendo, espero que el número de visitas siga subiendo y también espero que os guste. A partir de ahora lo más seguro es que suba un poco más lento, más o menos un capítulo cada dos días, pero no os preocupéis que el libro continuará.

Por fin te encontré~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora