Capítulo 24.

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Ashton en multimedia.

***

Salí de mi cuarto para bajar a desayunar. Habían pasado dos días desde la marcha de Christian. Cuando salí de casa para buscarlo, él ya no estaba y su coche tampoco. Lo llamé por teléfono pero no me daba señal. No tenía noticias de él y no se había dignado a aparecer por aquí. ¿Tan poco le importaba que se fue así, sin más?

Algo en el pasillo me sacó de mis pensamientos e hizo que me chocara y cayera de culo al suelo.

- Joder, podrías mirar por dónde vas. - Dije a la vez que me ponía de pie.

Me encontré con dos grandes ojos azules que me miraban con misterio, como queriendo averiguar algo que sabían que no iban a encontrar. Desearía que fueran los de Christian, pero no, eran los de Ashton. No me había dado cuenta de que estaba solo con una toalla que le cubría de cintura para abajo. Todo su abdomen estaba cubierto de tatuajes, sus brazos, su cuello, supongo que la espalda también e incluso las manos y los dedos. ¿Quién en su sano juicio se tatúa tanto el cuerpo?

- Sé que te encanta lo que ves pero como me sigas comiendo con la mirada no serviré de gran ayuda en esta casa.

Una gran sonrisa de arrogante estaba formada en su cara mostrando sus blancos y perfectos dientes. Rodé los ojos y pasé por su lado ignorándolo.

- Imbécil. - Susurré más para mí misma bajando ya las escaleras.

- ¡Te he oído! - Contestó el muy idiota a la vez que se reía.

Llegué a la cocina con un humor de perros, ya que por culpa de ese energúmeno Christian se había ido para siempre.

Justo cuando abrí la puerta del frigorífico para coger una jarra de zumo, unas manos la cerraron fuertemente haciendo que pegara un brinco del susto.

- Más te vale alejarte de él si quieres encontrar a tu hermanito pequeña zorra, porque que te quede bien claro, Ashton es de mi propiedad, y lo que es mío no se toca.

¿La pitufa me estaba amenazando? ¿Acaso se creía mejor que yo por decir esas palabras?

- ¿De verdad crees que tengo algún interés en ese estúpido egocéntrico? Para empezar no me interesa en absoluto, y para terminar tú no me dices lo que debo o no debo hacer porque te recuerdo que estás en mi casa y así como has entrado, puedes volver a salir, y no tan viva como antes. Si te metes con la mafia, lo pagas con tu vida.

Cogí una manzana y me dirigí al pequeño gimnasio, dejando una pitufa petrificada y desorientada en la cocina.

No me podía creer las palabras que habían salido de mi boca. Más bien parecían haber sido escupidas como veneno. ¿En qué me estaba convirtiendo? Me asustaba la forma en la que trataba a la gente, aunque esa zorra lo tuviera merecido. Pero, todo era por encontrar a mi hermano, ¿no?

Antes de llegar al gimnasio, revisé mi móvil. Hacía ya más de dos semanas que no sabía nada de Sam y Dylan. Marqué el número de mi amiga y a los dos tonos atendió.

- ¿Diga? - Respondieron al otro lado de la línea.

- ¡Sam! - Grité de la alegría. - ¿Cómo estás? Hacía mucho que no hablábamos.

- Em... Bien... - Su voz sonaba nerviosa y parecía que le costaba articular las palabras. - Lo siento Mandi, ahora no puedo hablar, te llamo otro día.

Un pitido en el teléfono me avisó de que la llamada había finalizado. ¿Me había colgado? Algo no iba bien. Sam nunca se comportaba así y siempre que la llamaba estaba disponible para hablar, aunque se encontrase muy ocupada.

Por fin te encontré~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora