Capítulo 19.

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- Hola, hija. - Dijo aquel hombre.

Lo primero que se pasó por mi mente fueron todos los recuerdos de mi vida. Todos y cada uno de los detalles en los que él no había estado presente. Todos los momentos de mi infancia de los que él nunca tendría el placer de saber. Todos los momentos durante estos tres últimos años que estuve llorando por la pérdida de mis padres, los que me cuidaron y criaron de verdad; tres años en los que él no me había buscado ni contactado conmigo, a sabiendas de que estaba en peligro. Y ahora se atrevía a llorar la muerte de Nick, como si en algo le afectase. La única que podía llorar su pérdida era yo, él nunca será nuestro padre, nunca.

No le contesté. Lo miré a los ojos desafiante, con un odio en mi interior que jamás habría sabido que pudiera llegar a tener hacia alguien. Todo era por su culpa, Nicholas había muerto por su culpa. El odio se intensificaba a medida que caminaba para entrar en la casa y pasaba delante de él.

Una mujer de mediana edad salió por la puerta con un delantal negro y los bolsillos blancos. Su rostro mostraba una cálida sonrisa que me hacía sentir cómoda, como si estuviera en casa.

- Señor Benedetti, la habitación de la señorita Amanda está lista. - Dijo la mujer. Me miró y me sonrió de nuevo, pero esta vez con lástima.

- Bien Carmen, acompáñela a instalarse, yo mientras hablaré con Christian. - Me giré para mirar a Christian y no tardó en asentir con la cabeza para que entrase.

Pasé delante de mi padre sin tan si quiera mirarlo y seguí a Carmen mientras un hombre cogía mi mochila del coche y la llevaba a mi supuesta habitación.

Me quedé boquiabierta nada más entrar. La entrada tenía de frente unas escaleras casi con forma de caracol preciosas. A la derecha una gran puerta corredera te incitaba a pasar a un amplio salón que sería como toda la planta baja de mi casa de Los Ángeles. A la izquierda, otra puerta te daba la entrada a la cocina, donde otras dos sirvientas estaban allí.

Según caminábamos hacia las escaleras, mi padre y Christian se metieron a un despacho por lo que pude ver, supongo que sería el suyo.

La planta de arriba me sorprendió aún más. El pasillo era tan amplio y largo que se podía jugar un partido de baloncesto ahí. Había como unas cinco puertas a cada lado y nos detuvimos en la tercera de la derecha. Carmen la abrió y si antes ya estaba boquiabierta, ahora se me caería la mandíbula al suelo.

La habitación sólo constaba de tres paredes, porque la cuarta eran todo cristaleras que daban al jardín trasero de la casa y te ofrecían una panorámica de la ciudad de Seattle. Estaban pintadas de un azul cielo que le daba un aspecto luminoso. Una cama de matrimonio estaba en medio de la habitación, con sábanas blancas. Todos los muebles eran blancos, tenía un gran escritorio pegado a los ventanales y a su lado un tocador lleno de collares, pulseras y anillos. Todavía me faltaba por averiguar a dónde llevaban esas dos puertas que había, una doble en frente de la cama y la otra casi en una esquina.

Opté por empezar con la grande y esta vez, mis ojos se abrieron como platos y mi boca no podía formar una "o" más grande. Era un vestidor. Un jodido vestidor lleno de ropa y zapatos. De pequeña siempre había querido tener uno, pero tanto era demasiado. A mí me gustaba vestir con unos simples vaqueros y una camiseta con converse, no solía llevar muchas cosas de marca, aunque estaba claro que alguna vez vestir bien no hacía mal a nadie.

Abrí la otra puerta y un baño enorme me pedía que me quedara a vivir allí. Había dos lavabos, no sé para qué, con uno me servía, una bañera en la que cabían por lo menos cuatro personas, una ducha bastante moderna con hidromasaje y a su lado un inodoro.

Por fin te encontré~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora