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De nuevo la veía. En el mismo lugar. La misma postura. Y con esos cálidos ojos cerrados como todos los días.

Frente a una de las tumbas que había en la zona, ella rezaba. No sabía por quien, ni tampoco que clase de relación tenía con esa persona.

Sólo sabía que para ella debía ser lo suficientemente importante para ir a rezar todos los días al mismo lugar. 

Su pelo ondeaba lentamente con el viento resaltando pequeños destellos dorados y su piel blanca destacaba junto a la nieve que ahora caía.

Era preciosa.

Con lentitud abrió los ojos, unos color miel, que iluminaban todo aquel cementerio con su belleza. Y sin embargo no brillaban como deberían hacerlo. El dolor la mataba por dentro. Yo lo sabía.

Sabía el porqué, aunque me negara a reconocerlo.

Cuida su alma, dale la paz que merece, haz que, esté donde esté, nunca pierda la sonrisa. Por favor, cumple mi deseo de hacer que quien amo sea feliz.

Su voz volvió a inundarme. La vi, incorporarse y mirar en mi dirección. Iba a cumplir ese deseo sin importar qué. Lograría que esos ojos recuperaran su brillo.

Me pareció ver que sonreía hacia mí y me sonrojé sin poder evitarlo. ¿Era posible...?

No pude averiguarlo, ella giró sobre sus talones y se alejó de mí. Del cementerio. Con mi mirada siguiéndola y mi corazón más atrapado por esa belleza deslumbrante que ella poseía.

El espíritu de la nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora