Desperté en una habitación, familiar, por supuesto. Era la habitación de Ashton. Escuché varias voces, todas, cerca de mí. El primero en acercarse fue él, mi novio.
– Amor, ¿cómo estás? – me preguntó.
Sentí mariposas en todo mi estómago y le sonreí.
– Siento que he dormido horas.
– Solo dormiste unas tres. Tuviste una contusión.
Y recordé cómo William iba a violarme.
– Él...
– En la estación de policías. Theo pudo agarrarlo y un amigo nuestro que es abogado y otro que es policía lo llevaron para allá, estamos esperando a que nos digan que tenemos que ir a dar declaraciones. Ese idiota tiene que pagar en la cárcel.
– Su novia... ¿dónde está? – pregunté mientras me enderezaba en la cama.
– Está en el comedor. Al fin pudo decir lo que le hizo ese hijo de... – interrumpió lo que iba a decir.
– ¿Puedo hablar con ella? – le pregunté.
– Sí, enseguida la llamo
Plantó un beso en mi frente y salió de la habitación para decirle a la novia de William que quería hablar con ella. Entró y me dedicó una sonrisa.
– Hola ______ – me saludó. Se sentó en la orilla de la cama y acarició mi pierna. – ¿Cómo te sientes? – me preguntó.
– Mejor.
Un silencio incómodo inundó la habitación.
– Sé lo que te hizo. Pido una disculpa en su nombre ya que iba a casarme con él y eso me hace algo responsable...
– No, no lo digas. No eres responsable de nada – arrugué la nariz. – Toda la culpa la tiene él, nadie más. Ni siquiera se te ocurra decir que tú eres culpable. Supe lo que te hacía cuando vi el moretón – señalé su antebrazo con la mirada. – No mereces nada de eso. Solo quería pedirte que me acompañaras al juzgado, tienes que declarar. Lo que te hizo no está bien.
– Lo haré ______.
Se levantó y se fue.
– Mi vida, iré a comprar un poco de comida. Te dejaré. Theo estará aquí.
Tragué saliva. ¿Por qué demonios me tenía que quedar sola con un maestro en el sexo? ¿Por qué?
– Sí, claro. Te quiero – casi lo grité.
Escuché como la puerta se cerró al mismo tiempo en el que mi corazón y mi estómago se apretaron y gritaron.
– ¿Puedo? – se asomó Theo por el umbral de la puerta.
– Sí – susurré débil.
Escondí mi cuerpo dentro de las sábanas y me puse de lado. No quería ver esos bonitos y sabrosos labios y tampoco sus hermosos ojos avellana.
– ¿Cómo estás? – muy bien, ya puedes irte.
– Mejor. Gracias por preocuparte.
Nos quedamos en silencio. Me senté y lo miré. Llevaba una chaqueta y unos jeans. Se había quitado las gafas y las había dejado colgadas en su playera blanca. Se acercó sigilosamente a mi rostro y besó mi mejilla. Después mi cuello y al final mis labios.
– ¿Y Ruth? – susurré.
– No lo arruines – susurró suavemente.
Su lengua se asomó entre sus labios y lamió los míos. Abrí mi boca y dejé entrar a su lengua delicadamente. Sus manos viajaron a mi rostro mientras el beso se hacía más apasionado. Theo se encimó en mí y empezó a acariciar mis senos. Nuestras respiraciones se hacían cada vez más apresuradas.