Fui con Theo a decirle que daría una vuelta con Jessica. Se saludaron y Theo iría por unas películas en lo que yo regresaba.
Caminamos unas cuantas cuadras lejos de donde estábamos para detenernos es un café con una terraza que daba al mar y la vista era espectacular. Nos sentamos en una mesita decorada con flores y en cuanto pude, cerré los ojos y disfruté del olor del viento.
– ¿Cuántos meses tienes? – preguntó Jessica.
– Casi dos.
– ¿Y cómo te enteraste tan pronto?
Tragué saliva y regresé mi mirada a Jessica.
– Intentaron violar de mí. No fue nada comparado con una violación real. Mi doctora me hizo unos estudios y fue ahí cuando se dio cuenta. Igual éste mes no he tenido mi periodo. – le conté.
Jessica abrió sus ojos como platos para después fruncir los labios y con la mano pedir la atención de un mesero.
– Buenas tardes, señoritas. ¿Desean algo de beber? – dijo el hombre en cuanto se acercó a nosotras.
– Una limonada, por favor. – pidió Jessica.
El hombre dirigió su mirada hacía mí esperando mi petición.
– Lo mismo.
El hombre hizo una reverencia y se retiró.
– Te admiro. Psicológicamente estaría volviéndome demente. – musitó.
– Aprendes a darte cuenta que la vida nunca es fácil. – comencé a hablar – Pero después te acercas a las vidas de otras personas y te das cuenta que tu vida no es tan difícil como la imaginabas. Recapacitas.
Jessica me tomó de la mano y se acercó un poco a mí.
– ¿Qué edad tienes? – preguntó con un brillo extraño en los ojos.
– Dieciocho.
Observé como el ceño de Jessica se fruncía.
– Juraría que tienes más de dieciocho. – comentó sorprendida.
El hombre llegó con nuestras limonadas y las dejó en la mesa frente a nosotras.
– ¿Desean algo de comer, damas? – preguntó, pero esta vez sacó una libretita junto con una pluma.
– Muchas gracias, pero con las bebidas está excelente. – le sonrió Jessica.
El hombre volvió a hacer la misma actuación que hace unos minutos; reverencia y retirada.
Le dí un sorbo a mi limonada y disfruté de la fría sensación que dejaba en mi garganta.
– Cuando me embaracé de Thomas tenía 22 años. Ahora tengo 25. Max, mi esposo, tenía 25. Al principio nos dio miedo, pero él se acercó a mí y me dio la seguridad que necesitaba en ese momento, – comenzó – la esperanza estaba aunada al cariño que nos teníamos. Al principio pensamos en abortar al bebé o darlo en adopción, pero cuando sabes que esa criatura que llevaste 9 meses en tu vientre depende de tí, que te necesitará toda su vida, tu mundo cambia, se torna de colores y no solo de blanco y negro. – miré el mar a lo lejos para después regresar a Jessica – Eres muy jóven aún. Tienes tanta vida por delante que cuando ese bebé llegue será algo difícil pero no imposible, cariño. Tienes que tomar en cuenta que si ese niño o niña crece sin papá, – señaló mi estómago – no podrá ser igual que todos los niños. Siempre se hará preguntas, preguntas que tarde o temprano tendrás que contestar. No creo que Theo te abandone porque estés embarazada. Tienes que confiar en él.
– Es que no entiendes, Jessica. – dije con mis ojos cristalizados – Este bebé, esta hermosura... corre riesgo. – una lágrima se derramó por mi mejilla – Mi matriz es algo pequeña para él o ella.
Jessica agachó la cabeza y después regresó su mirada a mí.
– Sé que me ama casi tanto como yo a él, y si tengo razón, si alguno de nosotros corre el riesgo de morir, – tomé mi vientre entre mis manos – él me va a elegir a mí y no a él.
Le sonreí tristemente y tomé su mano entre las mías.
– Tengo muchas razones para no decirle, pero también tengo demasiadas para ir corriendo en este preciso momento y contárselo todo.
Jessica se levantó de su silla y me abrazó fuertemente.
– Eres fuerte, ______, lo sé. Ese bebé será tan perfecto como tú, pero dale la oportunidad a su padre de quererlo.
– Se la daré en algún momento, lo juro, pero no ahora. Tengo que estar fuerte para mi bebé. – le dije mientras me separaba de su abrazo.
Me tomó un minuto recuperar esa especie de lineamiento que tenía acerca de la idea de decirle todo a Theo, no era correcto. Él tenía que seguir con su vida, hacer lo que se le viniera en gana. Yo iría a estudiar lejos de Filadelfia para darle lo mejor a mi bebé.
– ¿Qué harás? – me preguntó regresando a su lugar.
– Estudiaré la carrera de publicista en la universidad de Seattle. Buscaré un buen trabajo y viviré con mi bebé en una linda casa.
– ¡Yo soy de Seattle! – exclamó emocionada – Quiero ayudarte en todo lo que pueda, ______. Durante y después del embarazo. – abrí mi boca para decir algo, pero me interrumpió – No vas a detenerme, ______.
Agaché la cabeza y suspiré duro en señal de derrota.
– Gracias, Jessica.
– Jess, dime Jess.
Me guiñó un ojo y luego me regaló una sonrisa increíblemente hermosa y sincera.
– ¿Ya encontraste un lugar mientras te estableces? – me preguntó interesada.
– Es un apartamento, pequeño, pero es suficiente en lo que llega ésta criatura. – sobé mi estómago.
– ¡Asombroso!
Jess y yo hablamos mucho acerca de dónde tendría a mi bebé y la manera, pero preferí dejar eso para otra ocasión. No quería adelantar ningún proceso sino hasta saber que mi bebé estaba perfectamente bien. Caminé sola hasta la cabaña donde me estaba quedando con Theo.
Entré y me asomé hacía el interior de la cabaña para darme cuenta que Theo estaba solo en pantaloncillos y estaba dormido. Caminé hacia su posición hasta llegar al silloncito que estaba justo a un lado de la cama. Me senté y lo miré. Quería recordarlo así, tranquilo, encantador. Él era todo lo que quería y lo que deseaba, lo amaba de tal manera que mi existencia era insignificante mientras él estaba cerca. Había cambiado mi vida, mi manera de pensar y todo gracias a un letrero, a un pedazo de papel casi destrozado con el número que me llevaría a él, a ésa salita roja donde me habló por primera vez, donde sus ojos miel me atraparon por primera vez, donde despertó todos mis sentidos.
Todo había iniciado ahí, y tenía planeado que terminara ahí.