Capitulo 38

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Después de un viaje de 3 horas en auto, al fin pude bajarme y encontrarme con un clima realmente cálido. El viento chocaba contra mi piel tan caliente como un panqueque recién sacado del horno, las palmeras bailaban y el sol empezaba a esconderse detrás de la bahía. Era la playa. Theo me había llevado a la playa. Me di vuelta para mirarlo con su camisa desabrochada, sus gafas en los ojos y su pantalón doblado hasta la rodilla. No traía zapatos. Yo aún traía puesto mi vestido de gala, pero quería quitármelo de verdad.

– ¿Te gusta? – preguntó Theo mientras se alborotaba el cabello con su mano.

– ¿Bromeas? – me acerqué a él en un brinco. – Esto es perfecto.

Le regalé una sonrisa y después un beso en la mejilla.

– Qué bueno que te guste – sus dientes se asomaron por sus labios.

– ¿Hay alguna tienda de ropa por aquí? – pregunté rebuscando por el rabillo del ojo.

– Ah, no te preocupes por eso. Lo tengo totalmente planeado. Ahora te traigo el vestido de playa que te compré para la ocasión – salió disparado hasta el auto que estaba un poco lejos de nuestra posición y regresó con una bolsa de plástico. Se veía llena.

– ¿Por qué gastas tanto en mí?

– Porque lo vales.

Le sonreí y tomé la bolsa de su mano.

– ¿Dónde me cambio? – pregunté tímida.

– Ven, te llevo.

Me tomó de la mano quitándome nuevamente la bolsa. Me llevo escaleras abajo hacía un tipo cueva. La arena se metía entre mis dedos de una manera exquisita. El cabello de Theo se revolvía perfectamente a causa del viento y el mío solo era una molestia.

– Ahí. Métete, te espero aquí fuera – dijo mientras me ofrecía la bolsa y me señalaba la entrada de una especie de cuevita.

Me metí y ya adentro casi me caigo, pero gracias a una roca mi pie alcanzó a trabarse con ésta. El pie me ardió horrible pero hice caso omiso a mi cuerpo y empecé a deshacerme del vestido de gala. Lo tiré en la arena y después saqué las prendas de la bolsa de plástico. Tomé la tela azul y la estiré frente a mí. Era un vestido azul de playa realmente precioso. Rebusqué más a fondo de la bolsa y me encontré con un bikini.

– Theo, Theo, Theo – dije para mí misma mientras hacía un mohín.

Me saqué la ropa interior y después me puse encima las braguitas y el sostén azul. Todo lo que había escogido Theo era perfecto. Después, encima del bikini, puse el vestido azul. Cuando estuve lista me metí unas sandalias color café en los pies y metí todo a la bolsa. Tomé un cepilló que, igualmente Theo había comprado, y cepillé mi cabellera negra hasta que no quedó ni un solo nudo. Lo amarré en una trenza de espiga y guardé todas mis cosas en la bolsa de plástico. Salí cuidadosamente de la cuevita pero no pude ignorar el ardor que emanaba de mi pie izquierdo.

– Oh, maldita sea – gemí.

Había mucha sangre en mi pie, tanta que el lugar donde me había vestido había quedado con una mancha de sangre en la arena. Cerré los ojos y arrugué la nariz. "Solo es un rasguño" me repetí cuantas veces fueron necesarias.

Salí algo insegura al encuentro de Theo, que ya no estaba fuera de la cueva. Busqué el auto escaleras arriba en el estacionamiento público de la playa pero no lo encontré. Solté la bolsa y busqué donde toda la gente estaba pero nadie era como Theo.

El pánico empezó a colarse por todas mis venas, invadiendo todas y cada una de mis células. Empecé a sentir como el aire me hacía falta y como el palpitar de mi corazón disminuía con cada esfuerzo que daba para respirar normalmente. Me dejé caer de rodillas en la arena para después acomodarme y esconderme en mi pecho. Intenté normalizar mi respiración pero mi esfuerzo fue en vano. Rodeé mis rodillas con mis brazos y oculté mi cabeza entre ellas. Olí sangre. Arrugué la nariz y descubrí una cantidad exagerada en mi pie izquierdo.

"No pasa nada, solo es un rasguño" me repetí de nuevo.

Me deshice del miedo que tenía y me acerqué a la orilla del mar. Metí mi pie a penas unos centímetros debajo del agua y me sentí morir. Solté un suspiro y cerré mis ojos. Sentía que iba a desmayarme pero me lo impedí.

– Maldita sea – bufé.

Alcé la mirada y observé el sol casi escondido en su totalidad detrás de la bahía.

– ¿Dónde carajos estás Theo? – susurré casi en llanto.

Junté todas mis fuerzas y las mandé al único lugar donde las necesitaba, en mi corazón. Me dolía más el hecho de pensar que Theo se había encontrado con cualquiera mejor que yo mientras me cambiaba y que después se hubiera ido con ella para dejarme aquí. El pie izquierdo no importaba, solo Theo.

Una lágrima se derramó por mi mejilla mientras caía por mi cuello y alcanzaba mi pecho.

– ¿Dónde estás? – dije entre sollozos. – No pudiste dejarme. No pudiste – seguí esperanzándome.

Y mi pie mandó la información a mi mente: "Estamos perdiendo mucha sangre" decía mi pie. Me salí del agua y fui corriendo a donde había dejado la bolsa de plástico. Mientras corría hacía allá, mi pie dejaba un rastro enorme de sangre. Me senté con cuidado en la arena y tomé el listón que había usado para ajustar mi vestido y lo amarré en la gran herida que se marcaba en mi pie apretando la abertura.

– Primero apretar. Luego inmovilizar – recordé los cursos de primeros auxilios.

Lo único que tenía que hacer ahora era inmovilizar mi pie y mantenerlo en un lugar donde no corriera el riesgo de moverse y seguir perdiendo sangre. Pero a pesar del torniquete que había hecho con el listón la sangre no dejaba de derramarse por todo mi pie.

¿Qué demonios estaba pasando?

No puedo respirar.

Solté aún más lágrimas y solo pensé en subir las escaleras o ir hacia toda la multitud en busca de ayuda. Mi mente solo pensó en dirigir a mis piernas hacía un grupo de chicas y chicos de mi edad más o menos que estaban jugando volibol cerca del mar. Mientras me acercaba intentaba no caerme. Me acerqué a un chico desnudo del pecho y le toqué la espalda intentando llamar su atención.

– Disculpa – dije con las pocas fuerzas que me quedaban.

El chico se dio vuelta. Y no lo pude creer, pero a alguien tenía que pedirle ayuda.

– Ayúdame – le pedí a pesar de todo.

Miró a todos lados menos a donde yo estaba. Se dio la vuelta para seguir jugando y volví a tocar su espalda. Optó por darse la vuelta de nuevo y mirar extrañado detrás de él.

– ¡Hey, estoy aquí! ¡Necesito ayuda! – exclamé. Pero en lugar de hacer que volteara y me viera, solo corrió detrás de la pelota. – ¡Ashton ayúdame! – grité al fin su nombre.

Alguien chocó contra mí. Vi su rostro y era el de Ashton, y frente a mí otro rostro de Ashton. Estaba rodeada de miles de Ashtons.

– ¡Ayúdame! ¡No me dejes sola! ¡Ayúdame! – grité. Y luego..








Desperté.

Sex Instructor. [CANCELADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora