Capítulo 2 - El elfo desaparecido

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Después siguieron con la expedición, encontraron a algunos huargos (cuadrúpedos parecidos a los lobos pero más grandes e inteligentes) y a algunos trasgos (duendes que se asemejaban a los orcos, pero de menor tamaño, que solían ser achaparrados y degenerados, afectados por toda clase de mutaciones y deformidades. Eran criaturas rencorosas, malévolas y violentas, solían atacar en grupo y vivían en los bosques.) Y los eliminaron sin dificultades, después el batallón volvió a Elphemia sin más percances.

Fairiel se despidió de Drillion, dejó a su corcel en los establos y se dirigió a casa.

—Hola Varinäel. ¿Qué tal el día? —le preguntó la elfa a su hermano, que se encontraba sentado en una silla leyendo algunos libros.

—Muy bien, Fai —Así es como llamaba siempre a su hermana Fairiel, con un diminutivo que solo él empleaba con ella —Mi maestro me ha dicho hoy que soy muy inteligente y que tengo mucho futuro con los pergaminos mágicos. Dice que soy su mejor alumno. —le explicó él con una gran sonrisa.

—Me alegro mucho, pero debes llevar cuidado, la magia a veces es peligrosa —le advirtió ella.

—Claro, mi maestro nos enseña todo, incluso a ser responsables —dijo su hermano sonriendo.

Algunos elfos nacían con el don de crear magia, solían ser los elfos más inteligentes y eruditos.
Varinäel era uno de ellos, desde muy pequeño ya se notaba lo inteligente que era, siempre le habían encantado los libros. Ahora que empezaba a manifestar sus poderes mágicos, tenía un maestro que le enseñaba hechizos escritos en pergaminos y libros muy antiguos.
Existían incluso elfos tan inteligentes que podían crear hechizos nuevos y los escribían también para que los demás pudieran aprenderlos.

Después de hablar un poco más con su hermano, Fairiel fue a despojarse de sus ropajes y a vestir algo más cómodo para estar en casa. Se colocó un camisón largo de tela fina y de color ocre.

Se disponía a preparar la comida cuando su padre entró por la puerta y se la quedó mirando con una mirada que quitaba el aliento. Después se acercó a su hijo.

—Varinäel, por favor, ve a tu dormitorio unos momentos, necesito conversar con tu hermana a solas —dijo su padre con seriedad.

Varinäel asintió levemente con la cabeza y abandonó el salón sin protestar. Cuando cerró la puerta de madera de su habitación Idheldor se sentó frente a la mesa de roble que estaba a un lado del salón.
Fairiel imitó a su padre y se sentó frente a él en la mesa.

—Hija mía, lo que has hecho no ha estado bien —comenzó a decir el hombre.

Fairiel se limitaba a escucharle con la cabeza inclinada hacia abajo.

—Has cometido una imprudencia siendo tan impetuosa, a veces la valentía se puede confundir con insensatez y temeridad, y esto puede conducirte a un trágico final.

—Yo no he divisado ningún peligro, lo tenía todo previsto. Creo que ha exagerado, padre. Además soy bastante mayor para tomar mis propias decisiones —respondió la elfa.

—Eres mayor, pero siempre serás mi niña, y no quiero que te ocurra nada, pues bien sabes que no somos inmortales del todo, hay muchas cosas que pueden causar nuestra muerte. Nunca morimos de ancianos, pero sí podemos morir asesinados —dijo su padre con ternura.

—Lo tengo en cuenta, padre. Siento haber hecho que se preocupe, intentaré ser cuidadosa —respondió Fairiel.

—¡Y tampoco ha estado bien que me dejaras en ridículo gritándome delante de todos! —añadió Idheldor elevando un poco el tono de voz.

A Fairiel se le enrojeció la cara, sabía que había estado mal y se avergonzaba de ello.

—Lo siento de verdad, padre, fue el fervor del momento. No volveré a hacerlo —se disculpó ella.

Las crónicas de Fairiel [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora