Capítulo 15 - Ejecución

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No sabía cuánto tiempo había pasado, pero se le antojaba eterno. En esos largos momentos de encierro y soledad, ni siquiera habían acudido a ofrecerle agua o comida. Tenía la certeza de que su padre no la dejaría morir de hambre, pues le había dejado bien claro los planes que tenía para ella.

Lo único que podía hacer Fairiel en ese pequeño y asfixiante habitáculo era cavilar. Pensaba en si Ainur estaría bien, imaginaba que estaba a la espera, como ella.
También se acordaba de su hermano, pese a todo lo que estaba pasando no se quitaba de su cabeza la preocupación por él y las ansias de ir a buscarle y encontrarle de una vez por todas, y si no salía de esta, rezaba por qué tuviera más suerte en este mundo de lo que ella había tenido.

Tampoco podía quitarse de la mente a Drillion, el elfo que ella siempre creyó que era como un hermano, juntos desde niños, tantos momentos y anécdotas vividas, seguía sin poder creer su traición.
A la elfa le apenaba no haber podido corresponder a sus sentimientos, pero si ella no sentía ese tipo de amor hacia él nada había podido hacer. No tenía nada que reprocharse a sí misma, y aun así entendía por qué Drillion estaba resentido con ella, pero eso no justificaba el que la entregara a la misma muerte. Podía estar enfadado, no hablarle más, ¿pero llevarla a que la maten? Eso se pasaba de castaño oscuro, no se lo podría perdonar. Además esas últimas palabras; <<Por mí como si os matan, ya me da lo mismo>>, y esa cara de odio y repugnancia hacia ella le habían dolido en lo profundo de su corazón, se hubiera podido esperar esas palabras de cualquier otra persona, menos de él.

Por fin escuchó a alguien bajar a la prisión, pero pasaron de largo por su celda. Oyó el sonido de una puerta metálica y pasos retornando de nuevo por el pasillo y vio a los dos guardias que habían pasado hace escasos segundos, pero esta vez acompañados de Ainur, al cual llevaban atado y agarrado entre los dos, obligándole a caminar.

—¡Ainur! —gritó la elfa.

Su amigo giró la cabeza hacia ella y al siguiente instante uno de los guardias le asestó un puñetazo en el pómulo.

—¡No! ¡Malnacidos! —voceó la elfa indignada.

Siguieron su camino y desaparecieron de la vista de Fairiel. Ella estaba ahora más nerviosa, desesperada y en gran medida aterrada. ¿Pero qué podía hacer? No había modo de huir ni de salir de esta, sus esperanzas se habían agotado ya.
Solo le quedaba resignarse a tan desdichado destino, el cual ella misma, con sus decisiones, había fabricado.
Fairiel siempre había creído que el destino no estaba escrito de antemano, sino que cada uno lo forjaba con sus decisiones.

No podía olvidar las palabras de su padre << te mataré rápidamente para no hacerte sufrir más de lo necesario. Eso sí, verás cómo mato a tu amante delante de ti antes de morir >>
¿Qué había hecho ella para merecer tal odio por parte de su padre?

<<No tardarán en venir a por mí también... No sé cómo voy a soportar ver morir a Ainur, ¿pero qué importa ya? Si después moriré yo también. Veré como pasa, pero como moriré, ya no podré recordar esa escena nunca más, así que casi agradezco el que me mate>> —cavilaba la elfa.

La chica se iba a volver loca de tanto darle vueltas a todo en su cabeza, esperaba que vinieran pronto a por ella, ya no podía soportar más esto, si tenía que acabar, que acabara ya.

Poco después volvieron a aparecer los guardias, volvían sin Ainur y procedieron a abrir la celda de Fairiel.

La elfa no opuso resistencia, y caminó al lado de los guardias, que aun así la ataron, y portaba un semblante completamente vacío. Parecía una muñeca sin vida, sin brillo en los ojos, sin sonreír y sin ni siquiera llorar, sin fuerzas, estaba hundida y destrozada por dentro.


Al salir al exterior, sus ojos estaban momentáneamente cegados por la brillante luz del sol. Cuando su visión por fin se acostumbró a la claridad, vislumbró una multitud de gente.
Eran todos sus vecinos de Elphemia, pero se fijó en que solo estaban los adultos, los niños debían de haberse quedado en sus casas.
Fairiel sabía el por qué de ello, y era porque les iban a ejecutar, en público, y no estaba permitido que lo presenciaran los menores de 90 años élficos, que eran unos 16 años humanos.

Cuando pasaron entre el pasillo que la gente había dejado, la elfa recibió algunos escupitajos y reclamos llamándola traidora.

Era muy vejatorio, y encima era su gente, pero culpa no tenían de haber sido engañados. Y de nada serviría gritar que era inocente, pues nadie le iba a creer. Así que se protegió la cara con sus manos y, evitando que las lágrimas cayeran de sus ojos, continuó caminando hacia su amargo destino.


En medio de la plaza central de Elphemia, habían colocado un gran tronco de madera con un hueco para colocar la cabeza del condenado, y un verdugo estaba preparado al lado con una gran hacha afilada en sus manos.
Era un sistema de ejecución muy antiguo pero infalible, ya que sin cabeza cualquier elfo era tan mortal como cualquier humano, su inmortalidad solo significaba que no morían de vejez ni de enfermedades, mas las grandes heridas sí podían matarles.

Después Fairiel vio a su padre, con su despreciable cara de sadismo y diversión, aunque intentaba camuflarla frente a la gente. Sin embargo ella podía ver detrás de su falso semblante y ya no lo veía como a su progenitor, tan solo veía a un monstruoso demonio.

Justo detrás vio a Ainur atado a una silla, tenía el rostro hinchado, amoratado y con sangre deslizándose por su piel. Parecía que le habían apaleado sin piedad.

La elfa había mantenido la calma y se había resignado momentáneamente pero de pronto la rabia volvió a ella y con ella, las ganas de luchar y de no rendirse.

—¡Eres un monstruo! —le gritó ella a Idheldor, quien iba con una túnica blanca, como si fuera un ser puro y bondadoso, y eso hacía que a Fairiel le hirviera la sangre más todavía.

—Oh hija, el monstruo eres tú, ¿cómo pudiste matar a mis amigos y huir con este asesino? El amor te ha cegado, pobre mía —decía él interpretando el papel de su vida, como si de una obra de teatro dramática se tratara. Aunque alguna sonrisa pícara se le escapaba hacia ella. —Con todo el dolor de mi corazón, voy a tener que ejecutarte, porque tienes que pagar por tus actos, no importa quién seas, la ley es la ley, para todos.

—¡Tú los asesinaste, mentiroso!

—¡Qué sandeces! ¿Quién te va a creer? —dijo riéndose después de la pregunta.

—Tú mataste a... —No pudo terminar de hablar, la elfa iba a desvelar que él mató a los padres de Ainur, pero con un simple gesto con su mano, había ordenado que le taparan la boca con un trapo.

—¿Sabes qué? Me apetece pasar lo peor delante, así que he cambiado de opinión, voy a ejecutarte a ti primero —dijo el hombre mirando a su hija.

Fairiel suspiró aliviada, iba a acabar rápido para ella finalmente. Pero se entristeció por Ainur, que empezó a patalear con desesperación, con temor en sus ojos. No podía gritar porque tenía la boca también bloqueada, pero no le hacía falta hablar para expresar sus sentimientos.

La arrastraron de los brazos hacia el bloque de madera y, sin más dilación la colocaron de rodillas en el suelo y colocaron su cabeza en el hueco destinado para ella.

Fairiel echó un vistazo hacia su gente, no pudo ver a Nacilë ni a Drillion, a lo mejor no querían presenciar esto. Podía ser que Drillion todavía la quería un mínimo como para no disfrutar con su ejecución.

Después cerró sus ojos, y esperó su rápido final.

Las crónicas de Fairiel [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora