Capítulo 33 - Familias

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Algunas horas de sol habían pasado ya, cuando atravesaron Brumentia.
Aunque no tenían mucho tiempo, pararon en esa ciudad a avisar de los peligros venideros. Jerome conocía a alguien que correría la voz rápidamente. Así que, después de hablar con esa persona y después de descansar, beber y tomar un bocado rápido, continuaron hasta las titánicas montañas que ya estaban cerca, solo un poco más al oeste.

Iban con su extraño vehículo a toda velocidad cuando vieron las montañas en el horizonte, acercándose poco a poco, y cuando estaban ya bastante cerca, el carromato hizo unos ruidos chocantes e irregulares mientras el aparato daba saltitos y se frenaba, hasta que se detuvo totalmente.

—Eso no ha sonado nada bien —comentó Lorias.

—Creo que hasta aquí ha llegado esto —dijo Jerome.

—¡Menos mal que estamos ya cerca! —dijo Fairiel justo antes de dar un salto y bajar del carro. —Vamos —dijo ofreciéndole la mano a su hermano para que bajara también, pues todavía tenía el hombro mal.

Anduvieron el último tramo hasta alcanzar las montañas y las bordearon hasta encontrar una gran, aunque discreta, grieta entre las montañas, como un pequeño desfiladero diagonal.

—Ainur y el grupo seguramente todavía tardarán y no podemos perder tiempo, mejor vamos a hablar con los enanos primero y después nos encontramos aquí con ellos cuando salgamos —explicó y propuso Fairiel.

—Bien pensado, elfa —dijo Jerome.

Sônaira e Idheldor iban con las manos atadas todavía, y hablaban poco, solo algunas veces entre ellos.

Siguieron el camino hasta dar con un tramo donde la montaña se erguía ante ellos. Parecería una montaña normal y corriente, si no fuera por la enorme escalera tallada en la piedra del pie de la montaña, la cual subieron. Eran bastantes escalones y cuando subieron el último escalón, se detuvieron a tomar aire por sus pulmones exageradamente.

Después se fijaron en lo que había delante; Dos enormes puertas de oro con grabados que parecían escenas bélicas.

—Qué raro... ¿No hay nadie? —dijo Lorias.

Justo al acabar la frase las enormes puertas se abrieron hacia fuera y un grupo de enanos las atravesaron.

—¿A qué debemos el honor? —dijo un enano alzando la voz, la cual era grave y un poco desagradable. Era el que mejor armadura y armas portaba.

—Venimos pacíficamente, solicitamos hablar con vuestro rey. Es urgente —explicó Jerome, quien tomó la iniciativa deteniendo a Fairiel que iba a hablar, porque pensó que harían más caso a un humano que a un elfo, ya que se llevaban mejor.

Ella le miró sorprendida y, cuando él la miró, ella asintió como dándole el visto bueno.

—No vemos problema, solo sois seis personas, aunque la mayoría son elfos, pero escucharemos vuestras nuevas —dijo el medio hombre, quien tenía muchas entradas pero por detrás el pelo largo y con algunas trenzas.

Fueron escoltados, en medio del pelotón de soldados, hacia dentro.
Al atravesar las puertas habían dos enormes esculturas gigantes; una de un enano barbudo con un gran martillo en sus manos y otra de otro enano distinto con una espada casi tan alta como él, la cual tenía apoyada en el suelo con sus manos apoyadas en el pomo.

Después había una zona extensa, con los techos muy altos y habían varios corredores para acceder a cada zona, donde se veía que habían más salas y, adheridas, había otras estancias más pequeñas.

Les llevaron por el pasillo central, hacia el fondo de las montañas, hasta llegar a una modesta sala con mesas de madera. Al fondo, en el centro, vieron una pequeña tarima con un trono de piedra con relieves formando diferentes dibujos y formas.

Las crónicas de Fairiel [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora