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Capítulo 26

Mark nunca había sido un buen deportista, es más ¡nunca había sido deportista! Sus piernas dolían de tanto correr y su respiración era agitada.

Hace mucho que no corría de esa manera. Logro llegar al teatro abandonado, a pesar de que sus pulmones sufrían debido a su gran corrida se obligó a sí mismo a dar su máximo esfuerzo por encontrar a Ela. Entro al teatro rezando para sus adentros que esta permaneciera allí.

Pero claro, como la suerte no estaba de su favor, Ela no se encontraba en el teatro.

Soltó un suspiro frustrado y se pasó las manos por su cabello, en un acto de nerviosismo.

La he perdido, se dijo a sí mismo.

Había perdido a Gabriela. Ella no estaba ahí.

-¡Maldita sea!- su eco viajo por las paredes de ese teatro.

Se sentó en el suelo y miro las columnas del edificio, esperanzado de que la silueta de su Ela apareciera, pero no fue así.

La noche llego y Mark permanecía sentado en el mismo lugar.

-¿Dónde estás Ela?- susurro como si pudiera ser escuchado.

***

El nerviosismo corría por su torrente sanguíneo y Gabriela no podía controlarlo.

Su padre estaba sentado delante suyo, en silencio. Lo cual desesperaba aún más a Gabriela.

-Comienza- le dijo esta.

Su padre tenía una mirada de compasión o tristeza. Gabriela no podía descifrar cuál de ellas.

-Tu madre...- hizo una pausa y Gabriela ya estaba desesperada- Me amenazo.

-¿Por qué?

-Ela... yo no quería.

-¡¿Por qué?!- grito Ela.

-Tu madre me amenazo con que si no dejaba la casa me asesinaría.

Gabriela comenzó a reír desenfrenadamente, mientras que su padre fruncía el ceño.

-¿Por qué ríes?- le pregunto y Gabriela ceso su risa para mirarlo seriamente.

Ya su padre comenzaba a asustarse debido a los cambios de actitud de Ela.

-¿Me estás diciendo que tenías miedo de que una mujer te asesinara?- pregunto Gabriela remarcando la palabra mujer.

-Las mujeres son peligrosas Ela- le contesto su padre-. Por ejemplo- la señalo y Gabriela frunció el ceño.

-No estamos hablando de mí. Solo dime de una vez porque ella te quería fuera de la casa.

-Por mi dinero.

Gabriela soltó un bufido.

-Tu ni tenías en que caerte muerto.

-Tenía mis ahorros Gabriela. Dijo que me fuera de la...

-¡Eso es mentira!- lo interrumpió y acto seguido se puso de pie, hecha una furia.

Su padre imito su acto y retrocedió lentamente, intimidado por su propia hija de tan solo diecinueve años.

-Sé que estas mintiendo. Esa perra no te saco de la casa ¡Tú te fuiste imbécil!

-Soy tu padre. No puedes hablar...

-¡Tú no eres mi padre! ¡Tú paternidad la perdiste al abandonarme con ellos!- las lágrimas descendieron por sus mejillas y Gabriela comenzó a sollozar.

A su padre le destrozo el corazón ver a su hija de esa manera. Verla destrozada, con un corazón frio y su alma rota.

Pero el ya no podía hacer nada.

-Lo sé- se acercó a Ela pero esta retrocedió instintivamente.

-No me toques- le susurro, aun sollozando.

-Ela perdóname.

-Me abandonaste. Fui abusada, no me daban de comer, me tocaban-sus sollozos se hacían más fuertes y su voz se alzaba aún más- mi cuerpo ya no era mío- ahora estaba gritando- ¡Le pertenecía a ellos! ¡Mi cuerpo lo tomaron ellos! Me trataban como a un perro, como si yo no valiera nada.

Unas pequeñas lágrimas descendieron por el rostro de su padre al ver a su hija de esa manera.

Claro, él supo todo lo que ellos le hicieron. Siempre estuvo ahí, observándola desde lejos. Pero nunca pudo acercarse, por miedo, por cobarde.

-Me fui porque tenía otra mujer- confeso su padre y el corazón de Gabriela termino de romperse.

-No vales nada- susurro con sus ojos empañados por las lágrimas-. Abandonaste a tu familia por otra mujer.

Ya su corazón no daba para más.

-Hija...

-¡No me llames hija imbécil!- comenzó a caminar hacia la salida y su padre no la detuvo.

-Cuídate de Ernesto- le dijo su padre.

-Y tu cuídate de mí.

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Ela.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora