—No... –conseguí pronunciar con el alma rota.
—Hemos limpiado el perímetro. Puedes entrar Holly. –me murmuró mi padre tocándome el hombro.
—No... –no conseguía articular palabra. Pero tampoco podía dejar de mirarle.
—Si quieres entro yo Holly. –dijo ahora Emmett.
—Acércate a él y olvídate de salir con vida. –le advertí apretando los puños con tanta fuerza que los nudillos se me pusieron blancos.
No dijeron nada más, ya que comencé a andar dentro de la cabaña, si es que se podía llamar así. El olor era extraño, incluso el ambiente. Todo allí dentro lo era, incluso él también.
No pude esperar más y corrí hacia él en un intento desesperado de que me escuchase. Cogí sus manos, frías y blancas casi como el hielo, y las estreché en mi pecho intentando darlas calor. Pero seguía sin moverse.
Nada, ni un maldito músculo.
—Qué te han hecho... –susurré casi inauditamente mientras llevaba sus manos -dentro de las mías- a mi mejilla, agradeciendo el contacto.
—Qué mierda te han hecho Edward. –casi sollocé. Mi corazón parecía que se iba a parar de la presión que estaba teniendo. Sí, la mierda de lo que me quedaba.
—Holly, ¿estás bien? –preguntó mi padre desde la puerta. No le había dado permiso para entrar, así que no lo haría.
No contesté a su pregunta, simplemente me limité a soltar sus manos y abrazarle con fuerza, suplicando internamente para que volviese conmigo.
—Edward por favor. –sollocé mientras me aferraba más fuerte a él.
Pero no hacía nada. No se movía, ni suspiraba, nada de nada.
Acerqué mi nariz a su sucia camiseta y aún conservaba un poco de su olor. De esa estupida colonia de pijos que siempre se compraba, y la cual, muy a mi pesar, adoraba. Jamás se lo dije, pero amaba aquel perfume. Casi tanto como su sonrisa. Ese gesto que nunca más volveré a admirar.
Y sin quererlo, lloré. A mares, océanos. Lo hice. Y qué desgarrador era aquello, dios santo. Llorar dolía, pero no más que ese sentimiento de frialdad y penumbra que inundaba dentro de mí al imaginarme lo que le han hecho. Mi pequeño Edward, mi castaño de ojos claros...
—Edward... –sollocé por última vez, hundiendo mi rostro en el hueco de su cuello, ahora frío.
Hasta que de repente noté como algo se aferraba a mi chaqueta por la espalda. Pero no un agarre fuerte, sino algo débil y casi se podría decir que pequeño.
Me separé de su cuello y vi sus párpados moverse. Una punzada de esperanza inundó todo mi interior y sonreí inconscientemente. Me agarró la espalda con más fuerza y sólo pude ensanchar mi sonrisa y sollozar aún más. La diferencia era que ahora lo hacía de felicidad.
—Edward. –acerqué mis manos a sus mejillas y las ahuequé en mis manos. Aún permanecía con los ojos cerrados.
Hizo un sonido algo extraño que no pude interpretar.
—¿Me oyes? –murmuré. Volvió a hacer ese sonido, lo que interpreté como un sí–. Vale. ¿Crees que puedes abrir los ojos? –movió los párpados un poco más, y finalmente los abrió.
Sólo necesitaba aquello para dejar de llorar. Su mirada sobre mí, haciéndome saber que estaba bien.
—Edward... –volví a susurrar mirándole fijamente, sin apartar nuestras miradas.

ESTÁS LEYENDO
Schäger. ©
VampireEnamorarme de ti o entregarte la capacidad de destruirme, como quieras llamarlo. ➸ vampiros. 3 febrero 2015: #72 in vampiros. 18 julio 2015: #152 in vampiros. 5 septiembre 2015: #465 in vampiros. 6 noviembre 2015: #752 in vampiros. 7 noviembre 2015...