Uno.

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  Treinta mil habitaciones de hotel en la ciudad de Chicago y _______ Lynde había ido a parar a la contigua a una pareja que practicaba una maratón sexual.
– ¡Sí! ¡Oh, sí! ¡SÍ!
_______ se cubrió la cabeza con la almohada, pensando –como había venido haciendo la última media hora– que aquello tendría que acabar en algún momento. Eran más de las tres de la madrugada y, aunque no tenía nada en contra de una buena sesión de sexo ruidoso en un hotel, está en concreto había pasado de ruidosa a ridícula, allá por el catorceavo "oh–Dios–Oh–Dios–oh–Dios".
Y lo que era más importante, pese a los descuentos en las tarifas que disfrutaban los empleados federales, las noches en el Península no estaban incluidas, por lo general, en el presupuesto de los abogados de la oficina del fiscal de los EE.UU y empezaba a tener la seria sospecha de que no iba a obtener un poco de paz y tranquilidad.
¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! La pared situada tras la enorme cama se sacudió con la suficiente fuerza como para hacer vibrar el cabecero y _______ maldijo el suelo de madera que la había conducido a esa situación.
A principios de semana, cuando el contratista le había dicho que tendría que permanecer fuera de casa veinticuatro horas, mientras renovaba el suelo, había decidido ofrecerse a si misma los cuidados que tanto necesitaba. La semana anterior había terminado un agotador juicio de tres meses contra once acusados de diversas actividades relacionadas con el crimen organizado, entre ellas siete asesinatos y tres intentos de asesinato. El juicio había sido mentalmente extenuante para todo el mundo, y en especial para ella y para el otro ayudante del fiscal que había llevado a cabo el procedimiento. Así que, al enterarse de que tendría que estar fuera de casa, mientras el suelo se secaba, había aprovechado la ocasión para realizar una escapada de fin de semana.
Puede que mucha gente hubiese escogido un lugar más lejano y exótico que un hotel a cinco kilómetros de su casa pero todo lo que _______ deseaba era un carísimo pero fantásticamente rejuvenecedor masaje, seguido de una tranquila noche de descanso y relajación, y luego, por la mañana, un buffet de desayuno (de nuevo increíblemente caro) con el que poder llenarse hasta el punto de recordar por qué solía mantenerse alejada de los buffets de desayuno. Y el lugar perfecto para eso era el Península.
O eso había creído.
– ¡Un hombre grande y malo! ¡Ahí, oh sí ¡justo ahí, no pares!
La almohada sobre la cabeza no contribuyó gran cosa a ahogar los gritos de la mujer.
_______ cerró los ojos en una silenciosa plegaria. Querido Señor Grande y Malo: Sea lo que sea que estás haciendo, no se te ocurra moverte de ahí hasta que hayas acabado el trabajo. _______ no había suplicado de esa forma un orgasmo desde la primera –y última–vez que se había acostado con Jim, el artista/representante de vinos que no parecía tener la menor idea cómo comportarse en la proximidad de las partes clave de un cuerpo femenino.
El gemido, que había empezado entorno a la una y media de la madrugada, era lo que la había despertado. Medio grogui, su primer pensamiento había sido que alguien se encontraba enfermo en la habitación de al lado. Pero, rápidamente, lo habían seguido los gemidos de otra persona, y luego los jadeos, los golpes en la pared, los gritos y esa parte que sonaba sospechosamente como a cachete en las nalgas. Y aproximadamente en ese momento había sido consciente de las verdaderas idas y venidas de la habitación 1308.
Ñiki–ñiki–ñiki–ñiki–ñiki–ñiki...
La cama de la otra habitación incrementó el tempo contra la pared y el chirrido del colchón encontró un nuevo y enfebrecido ritmo. Pese a su enojo, _______ tuvo que concederle cierto crédito a ese tipo, quiénquiera que fuese, por su seria capacidad de resistencia. Puede que fuese efecto de la Viagra, murmuró. Había oído en alguna parte que una pastilla era suficiente para tener a un hombre listo y en funcionamiento durante horas.
Se quitó la almohada de la cabeza y, en la oscuridad, echó un vistazo al reloj que había en la mesita, junto a la cama: las 3:17. Si tenía que aguantar así otras dos horas y cuarto, acabaría por matar a alguien –empezando, en primer lugar, por el recepcionista que la había colocado en aquella habitación.
No se suponía que los hoteles dejaban libre la planta trece, ¿por cierto?
En ese momento desearía ser una persona más supersticiosa y haber pedido que le asignaran otra habitación.
De hecho, en ese momento desearía no haber ideado nunca la escapada de fin de semana y haberse limitado a pasar la noche en casa de Harry o de Amy. Al menos estaría durmiendo en lugar de escuchando la sinfonía cacofónica de gruñidos y chillidos –oh, sí. La chica estaba gritando muy en serio ahora–que componían la actual banda sonora de su vida.
Además, Harry hacía una especie de tortilla de queso cheddar y tomate que, aunque probablemente no fuera el equivalente a las exquisiteces que podrías encontrar en un buffet, le habría recordado por qué se habían habituado a dejarle cocinar, cuando vivían los tres juntos durante su último año en la universidad.
¡Ñiiikiñiki–BAM! ¡Ñiiikiñiki–BAM!
_______ se incorporó en la cama y observó el teléfono que había sobre la mesita de noche. No quería ser la clase de huésped que se queja de cada pequeño fallo en el servicio de habitaciones de un hotel de cinco estrellas. Pero el ruido procedente de la habitación contigua se prolongaba desde hacía rato y, llegado cierto punto, se sentía en su derecho de poder dormir en su habitación de cuatrocientos dólares la noche. El único motivo por el que el hotel no había recibido quejas todavía, supuso, era que la 1308 se encontraba en la esquina, sin ninguna otra habitación al otro lado.
_______ estaba a punto que coger el teléfono para llamar a recepción cuando, de pronto, oyó al hombre de la habitación de al lado proferir los gloriosos sonidos de su liberación.
¡Golpe! ¡Golpe!
–Oh, mierda. ¡Me estoy corrieeeendo!
Un fuerte gemido. Y luego...
Bendito silencio. Por fin.
_______ se dejó caer sobre la cama. Gracias, gracias, dioses del hotel Península, por haberme concedido este pequeño indulto. Nunca más volveré a decir que vuestros masajes son carísimos. Aunque todo el mundo sepa que no cuesta 195 dólares restregar loción por la espalda de alguien. Prometido.
Se arrastró bajo las sábanas y se cubrió con el edredón color crema hasta la barbilla. Hundió la cabeza en la almohada y se quedó allí tendida unos minutos hasta que empezó a adormecerse. Luego oyó otro ruido procedente de la habitación de al lado –el sonido de un portazo.
_______ se tensó.
Y entonces...
Nada.
Todo permaneció benditamente silencioso y en calma, y su último pensamiento antes de dormirse fue para el significado de ese portazo.
Tuvo la sensación de que alguien acababa de presentar una queja.
¡Bam!
_______ se incorporó en la cama de un salto, cuando el ruido procedente de la habitación contigua la arrancó del sueño. Oyó un chillido amortiguado y la cama se estrelló de nuevo contra la pared –más fuerte y más alto que nunca–como si sus ocupantes estuviesen acometiendo con verdaderas ganas esta vez.
Miró el reloj: las 04:08. Le había sido concedido un falso indulto de treinta minutos.
Sin perder un solo segundo –sinceramente, ya les había concedido demasiado de su valioso tiempo de sueño a esos juerguistas–tanteó con la mano para encender la lámpara que había junto a la cama. Parpadeó hasta acostumbrarse al repentino brillo de la luz. Luego agarró el teléfono de la mesita de noche y marcó.
Tras un tono de llamada, un hombre respondió amablemente al otro lado de la línea.
–Buenas noches, señorita Lynde. Gracias por llamar al servicio de habitaciones – ¿en qué podemos ayudarla?
_______ se aclaró la garganta aunque su voz sonó ronca al pronunciar las palabras.
–Mire, no quería comportarme como una idiota pero tienen que hacer algo con la gente de la habitación 1308. Siguen golpeando contra la pared; durante aproximadamente dos horas, ha habido toda clase de gemidos, gritos y golpes. Apenas he dormido en toda la noche y suena a que se están preparando para el veinteavo intento, lo que es estupendo para ellos pero no tanto para mí. Así que llegados a este punto creo que ya es suficiente, ¿sabe?
La voz al otro extremo de la línea sonó totalmente imperturbable, como si el servicio de habitaciones del Península recibiese esa clase de quejas a todas horas.
–Por supuesto, señorita Lynde. Le pido disculpas por las molestias.
Mandaré a seguridad a encargarse del problema ahora mismo.
–Gracias –gruñó _______, poco dispuesta a dejarse apaciguar con tanta facilidad.
Tenía pensado hablar con el gerente por la mañana pero, de momento, lo único que deseaba era una habitación tranquila y un poco de sueño.
Colgó el teléfono y esperó. Transcurrieron unos segundos y entonces observó la pared que se encontraba detrás de la cama. Un extraño silencio se había adueñado de la habitación 1308. Se preguntó si sus ocupantes habrían oído la llamada de queja al servicio de habitaciones. Vale, las paredes eran delgadas (como había comprobado de primera mano) pero, ¿tanto?
Oyó abrirse la puerta de la habitación 1308.
Los bastardos estaban huyendo.
_______ salió volando de la cama y corrió hacia la puerta, decidida a echarles al menos un vistazo a sus amigos del sexo. Se apretó contra la puerta y echó un vistazo por la mirilla, justo cuando se cerraba la puerta de la otra habitación. Por un breve instante no vio a nadie.
Luego...
Un hombre entró en su campo visual.
Se movió con rapidez, con un aspecto ligeramente distorsionado por la mirilla.
Estaba de espaldas a ella cuando pasó junto a su habitación, por lo que _______ no pudo verlo bien. No tenía ni idea del aspecto que suelen tener los rollos de una noche pero este en concreto era alto y elegante con sus vaqueros, su chaqueta de pana negra y su camiseta gris con capucha. Mientras el hombre cruzaba el pasillo y abría la puerta de las escaleras, algo le resultó extrañamente familiar. Pero, entonces, él desapareció en las escaleras y no fue capaz de situarlo.
_______ se apartó de la puerta. Algo muy raro había pasado en la habitación 1308... Puede que el hombre se hubiera esfumado porque la había oído llamar al servicio de habitaciones y hubiese abandonado a su compañera, dejando que se las arreglara con las consecuencias. ¿Tal vez un hombre casado? Pese a todo, la mujer de la 1308 iba a tener que dar muchas explicaciones cuando llegaran los de seguridad.
_______ supuso –puesto que de todas formas ya estaba despierta–que podía quedarse junto a la mirilla y asistir al final de la actuación.
No es que estuviera espiando ni nada parecido pero... vale, estaba espiando.
No tuvo que esperar demasiado. Dos hombres vestidos de traje, presumiblemente del servicio de seguridad del hotel, llegaron un minuto después y llamaron a la puerta de la 1308.
_______ observó por la mirilla mientras los guardias de seguridad miraban la puerta, expectantes, y luego se encogían de hombros al no obtener respuesta.
– ¿Lo intentamos otra vez? –preguntó el guardia más bajo.
El segundo tipo asintió y golpeó la puerta.
–Seguridad del hotel –dijo.
Ninguna respuesta.
– ¿Estás seguro de que es la habitación correcta? –preguntó el segundo tipo.
El primero comprobó el número de la habitación y luego asintió.
–Sí, la persona que se quejó dijo que el ruido procedía de la habitación 1308.
Echó un vistazo a la habitación de _______. Ella dio un paso atrás como si pudieran verla a través de la puerta. De pronto, fue muy consciente del hecho de que solo llevaba su vieja camiseta de la universidad de Michigan y la ropa interior.
Hubo una pausa.
–Bueno, yo no oigo nada ahora –oyó decir _______ al primer tipo. Llamó a puerta por tercera vez, con más fuerza–. ¡Seguridad! ¡Abra!
Todavía nada.
_______ regresó a la puerta y observó por la mirilla una vez más. Vio a los guardias de seguridad intercambiar miradas de enojo.
–Probablemente estén en la ducha –dijo el más bajo.
–Probablemente dándole otra vez –mostró su acuerdo el otro.
Los dos hombres apoyaron la oreja contra la puerta. Detrás de la suya, _______ trató de identificar el sonido del agua de la ducha en la otra habitación pero no oyó nada.
El guardia de seguridad más alto suspiró.
–Ya conoces el protocolo –tenemos que entrar –sacó del bolsillo lo que presumiblemente era una especie de tarjeta maestra. La deslizó en la cerradura y abrió la puerta.
– ¿Hola? Seguridad del hotel. ¿Hay alguien aquí? –gritó al interior de la habitación.
Miró a su compañero por encima del hombro y sacudió la cabeza.
Nada. Se adentró un paso en la habitación y le hizo señas al otro tipo para que lo siguiera.
Ambos hombres desaparecieron en el interior, fuera de la vista de _______, y la puerta se cerró tras ellos.
Hubo una pausa momentánea y luego _______ oyó gritar a uno de los hombres de seguridad a través de la pared contigua.
– ¡Mierda puta!
El estómago se le encogió. Supo que fuera lo que fuese lo que había ocurrido en la 1308 no era algo bueno. Sin saber muy bien qué hacer, apoyó el oído contra la pared y escuchó.
– ¡Trata de hacerle la reanimación cardiopulmonar mientras llamo al 911! –gritó uno de los hombres.
_______ saltó de la cama –ella sabía hacer la reanimación cardiopulmonar–y corrió hacia la puerta. La abrió justo cuando el tipo de seguridad más bajo salía disparado de la 1308.
Al verla, alzó las manos, indicándole que se detuviera donde estaba.
–Señora –por favor, regrese a su habitación.
–Pero oí... Pensé que podría ayudar. Yo...
–Lo tenemos controlado. Ahora, por favor, regrese a su habitación.
Luego salió corriendo.
Siguiendo órdenes del guardia de seguridad, _______ permaneció en el umbral. Miró a su alrededor y vio que otros ocupantes de las habitaciones cercanas habían oído la conmoción y observaban desde el pasillo, con una mezcla de miedo y curiosidad.
Tras lo que pareció una eternidad pero probablemente solo fueran minutos, el tipo más bajó regresó con una pareja de paramédicos que empujaba una camilla.
Cuando el trío pasó a toda velocidad junto a _______, oyó al guardia de seguridad exponiendo la situación.
–La encontramos tendida sobre la cama... No respondía, así que comenzamos la reanimación cardiopulmonar, pero no tiene buena pinta...
Para entonces, más personal había llegado a la escena y una mujer con un traje gris se identificó como la gerente del hotel y le pidió a todo el mundo que permaneciese en su habitación. _______ la oyó decir al resto del personal que mantuviesen despejados el pasillo y los ascensores. Los huéspedes de la planta trece hablaban entre ellos en susurros y _______ captó fragmentos de conversaciones, en los que el huésped de una habitación le preguntaba al de otra si sabía lo que estaba pasando.
El silencio se hizo entre la congregación cuando los paramédicos reaparecieron en el umbral de la habitación 1308. Se movieron con rapidez, empujando la camilla a través del pasillo.
Esta vez, había una persona en la camilla.
Cuando pasaron junto a _______ a toda prisa, tuvo un atisbo de esa persona –un fugaz vistazo, suficiente para ver que se trataba de una mujer y también suficiente para descubrir que tenía un largo pelo rojo que contrastaba, tanto con el blanco de la sábana de la camilla como con el del albornoz del hotel que llevaba. Y suficiente para observar que la mujer no se movía.
Mientras uno de los paramédicos empujaba la camilla, el otro corría junto a ella, administrando oxígeno a través de una mascarilla que cubría el rostro de la mujer. Los dos guardias de seguridad se adelantaron para asegurarse de que el pasillo estaba despejado.
_______ –y por lo visto también varios otros de los huéspedes del hotel–oyeron al guardia más bajo decirle algo al otro acerca de que la policía estaba de camino.
Ante la mención de la policía estalló una leve conmoción. Los huéspedes del hotel exigieron saber lo que estaba pasando.
La gerente se hizo oír por encima del fragor.
–De verdad entiendo que todos estén preocupados y les presento mis más sinceras disculpas por las molestias –se dirigió a ellos en un tono calmado y gentil, considerablemente similar al del hombre del servicio de habitaciones con el que _______ había hablado antes por teléfono.
Se preguntó si hablarían así los unos con los otros cuando no hubiera clientes cerca o si abandonarían esa encantadora rutina y ese vago acento casi–europeo–aunque–soy–de–Wisconsin, en el instante en que salieran del comedor–. Por desgracia, en este momento solo puedo decirles que la situación, obviamente, es muy seria y tal vez de naturaleza criminal –continuó la gerente–. Vamos a dejar el asunto en manos de la policía y les pedimos que permanezcan en sus habitaciones hasta que ellos lleguen y se hagan cargo de la situación. Es probable que la policía quiera hablar con algunos de ustedes.
La mirada de la gerente cayó directamente sobre _______. Mientras los huéspedes regresaban a sus murmullos y susurros, se aproximó.
–La señorita Lynde, ¿verdad?
_______ asintió.
–Sí.
La gerente señaló la puerta.
– ¿Le importa si la acompaño de regreso a su habitación, señorita Lynde? –eran los términos educados–del–hotel–Península para decir "será mejor que te pongas cómoda porque tu culo cotilla no va a irse a ninguna parte".
–Claro –repuso _______, todavía un poco conmocionada por los acontecimientos que habían ocurrido durante los últimos minutos. Como ayudante de la oficina del fiscal, estaba bastante expuesta a elementos criminales, pero esto era distinto.
No se trataba de un caso que estuviera revisando a través de los objetivos ojos de un fiscal; no había archivos de pruebas cuidadosamente preparados por el FBI o fotos de la escena del crimen, tomadas después de los hechos. En realidad, esta vez había oído el crimen; había visto personalmente a la víctima y –recordando al hombre de la chaqueta y la camiseta con capucha–muy probablemente también a la persona que la había herido.
La idea hizo que un escalofrío le recorriera la columna.
O, supuso _______, puede que el escalofrío tuviera algo que ver con el hecho de que seguía bajo el aire acondicionado del pasillo, llevando únicamente una camiseta y la ropa interior.
Vaya clase.
Con toda la dignidad que fue capaz de mostrar, sin sujetador ni pantalones, tiró unos centímetros de su camiseta hacia abajo y siguió a la gerente hasta la habitación.


Something About You - Algo sobre ti - (Louis y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora