Capítulo 1: Principio De Odio

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No tengo ganas de levantarme de la cama para irme al instituto, tengo una pereza extrema que nadie consigue quitarme, pero como no lo haga mi madre me tirará al suelo volcando el colchón.

Sin mucho entusiasmo, me levanto de la cama, separando las sábanas de mi cuerpo adormecido. De repente, llega el viento helado, recordándome que no me había puesto nada.

¡Hace un frío que podría congelar mis huesos en dos segundos! Corro al armario y me pongo cualquier cosa con tal de estar a una temperatura normal.

Salgo de mi habitación y me voy a la cocina, donde me preparo un café y un par de tostadas con mermelada para llenar un poco el estómago.

Termino de tomarme el café y las tostadas y me voy al salón. Siempre camino al instituto a una hora específica para llegar justo cuando suena el timbre de la primera clase.

Cuando me siento en el sofá, mi madre entra en escena. Está totalmente arreglada, con una falda que le llega hasta las rodillas y una camiseta azul de botones. Su pelo castaño liso que se deja caer hasta los hombros es un punto atractivo que le lleva horas arreglar muy pocas veces, sus ojos castaños chocolate llaman mucho la atención por la dulzura que transmiten. Su mirada se posa en mí.

—¿Aún no te vas, Kyle? —me pregunta mi madre—. ¡Vas a llegar tarde si sigues ahí sentado! —la misma charla de todas las mañanas.

—No te preocupes, que no llego tarde.

—Eso espero —me desafía con la mirada que sostengo totalmente desafiante.

Se va de casa, dejándome solo con la promesa en la boca. Lo hace la minoría de las veces, pero aun así la quiero tanto que hago lo que sea por ella, lo que pocos adolescentes hacemos.

Voy al baño un momento para peinar mi cabello castaño chocolate que en todo momento ha estado despeinado, y me echo un poco de agua fría en la cara para despertarme totalmente. Mis ojos castaños que he heredado de mi madre se fijan en mi rostro pálido, un día más de vida que cumplo.

Ya es la hora. Me levanto del sofá, agarro mi mochila y guardo mis llaves en el bolsillo para ponerme de camino.

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Al llegar al instituto, me voy a mi clase. Por el pasillo me vuelvo a encontrar rostros conocidos y otros no tanto. Es lo mismo todos los días, nada cambia.

Entro en mi clase y me siento donde siempre, en la esquina del fondo a la derecha, donde está la ventana para observar el patio, donde la gente aún se pasea antes de entrar. Las vistas no son buenas, pero me da mucho que pensar e imaginar. Mi libreta rebosa de ideas, podría explotar en tan solo un segundo si así lo desease.

El timbre anuncia el inicio de la primera clase y un profesor, que no reconozco, entra en el aula, haciendo que todos guarden silencio. Se para delante de la pizarra y escribe su nombre. Al darse media vuelta, se presenta con una sonrisa falsa.

—Buenos días a todos, soy vuestro nuevo profesor sustituto Jeremy Acevedo.

—Disculpe —un compañero levanta la mano—, ¿qué le ha pasado a nuestro profesor?

—Sufrió un accidente doméstico, así que, hasta que no le den el alta, no volverá.

Todos empezaban a murmurar sobre el profesor, posibles situaciones que llegaran a acabar en una tragedia de tal magnitud que tuvieran que ingresarlo en el hospital.

—Ya presentado y dicho el motivo de mi presencia, demos comienzo a la clase. Si sois tan amables de decirme por donde vais...

Todo el mundo saca sus libros, incluido yo, y los abrimos por la página en la que vamos. El profesor, dándose cuenta de lo que estamos dando, comienza a explicar.

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