Mojada... Así es como me siento, mi cuerpo esta húmedo, abro mis ojos y me encuentro sumergida en un profundo mar...
Miro hacia arriba y observo una luz blanca, cálida, me llama, nado hacia ella, pero mientras mis brazadas aumentan, también lo hace el dolor en el centro de mi pecho, cuanto más me acerco a la luz, el dolor en mi pecho se profundiza, y es que mis pulmones arden...
¡Me estoy ahogando! Comienzo a cansarme, no puedo seguir, mis ojos miran hacia ese luz tan atractiva, pero mi cuerpo no da más, me dejo llevar y soy arrastra hacia abajo, hacia lo profundo de este océano.
Blanco, todo a mí alrededor es blanco, impoluto, es un poco... Extraño.
Mis ojos se fijan en el horizonte, una luz blanca alumbra el lugar, mis pies desnudos se posan sobre un lago de cristal y debajo de este hay pequeñas piedras que emiten una luz tornasolada, todo aquí es hermoso, pero no pierdo el detalle de que no siento nada, ni frío, ni calor.
De forma brusca, casi instantánea mi pecho se comprime, mis pulmones ruegan por aire.
- No te olvides de respirar -dice una voz rasposa por la edad detrás de mí.
Inhalo y exhalo, poco a poco y con paciencia el aire fluye, ya más calmada y con la fuerza suficiente; me giro y mis ojos se fijan en una mujer.
Estoy impresionada, en la juventud tuvo que haber sido una mujer extremadamente hermosa, arrugas adornan los extremos de sus ojos y boca, pero eso no le resta belleza, sus ojos son los que más llaman mi atención, ellos parecen hablarme, se muestran sabios y regios, como si conociera tanto y a la vez tan poco.
Ella sonríe con calidez. Miro todo el lugar con marcado interés. Estrecho mis ojos.
- ¿Dónde estoy? -pregunto en voz baja.
- En la ciudad celestial -responde con naturalidad. Frunzo el ceño.
- ¿Morí? -pregunto con aprensión. Ella chasquea la lengua y niega; hace un movimiento con su mano como si lo que acabara de decir fuese algo absurdo.
- No.
- ¿Entonces qué hago aquí? -mi voz baja.
- Yo tenía una deuda que saldar -frunce el ceño, como buscando las palabras correctas-. No sabía cómo acercarme a ti, hasta que el lazo se formo -la incredulidad debe reflejarse en mi cara porque añade-. Lo comprenderás a su tiempo.
- ¿Quién eres tú?
- Soy una de los doce ancianos... -sonríe, todo en ella me trasmite seguridad-... pero he de suponer que prefieres cubrirte antes de continuar -de la nada en sus manos aparece una tela blanca, junto mis cejas.
Ella mira mi cuerpo. Bajo la mirada y me encuentro... desnuda, de la misma manera en la que llegue al mundo, pero no siento nada en absoluto, por inercia llevo mis manos tratando de cubrir mis partes. Ella ríe.
- Ya, ya... Que lo mismo que tú tienes, lo tengo yo -dice en tono jocoso. Ruedo los ojos. Me entrega la toga y yo arrugo mi frente.
- ¿Ropa interior?
- No la necesitas.
- ¿Me cambiaré aquí?
- Cariño, has estado desnuda desde que llegaste, además aquí no sientes vergüenza, nada, tus palabras son producto de los años de humanidad, simple costumbre -dice y mueve su mano en un gesto despreocupado, un gesto que me resulta tan familiar, pero no logro ubicarlo.
Mi mente regresa a lo que ha dicho y en definitiva ella tiene un punto y también toda la razón, desde que llegue no siento nada, lo que podría asemejarse a un sentimiento, es sosiego, es como si aceptara todo, es aterrador.
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El abrazo de un Ángel
ParanormalLos seres espirituales están entre nosotros, ángeles y demonios librando una lucha constante, ángeles protectores y demonios que infectan todo cuanto tocan. Los ojos de Emma Collins fueron abiertos para mostrarle un mundo diferente. Poseé un don des...