Capítulo 39

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Emma

Las semanas pasan y he aquí el momento que tanto temía, el que he esperado desde que tenía 14 años. Mis manos tiemblan. No he podido conciliar el sueño. Una noche como hoy hace siete años mis padres estaban siendo asesinados, y yo escuche cada grito y suplica que saliera de la boca de mi madre. Cruzo mis manos sobre mi pecho. Mi corazón va de prisa, un escalofrío me recorre, miro a mí alrededor y todo está en orden, nada fuera de lugar, pero me siento observada. Cierro mis ojos y trato de concentrarme en otra cosa, inmediatamente mi imaginación evoca a mi bebé, imagino su hermosa cara, su piel suave. De manera brusca un recuerdo se cuela en mi mente, un bebé envuelto en sabanas sus ojos negros como el azabache, doy un respingo, es como si alguien haya implando ese recuerdo en mi memoria, aquella niña con aquel bebé en brazos. Juro entre dientes. Si sigo así terminare con mis nervios desgastados.

—Todo es producto de tu imaginación, nada es real —me digo en voz alta para tranquilizarme.

—¿Qué lo es? —doy un fuerte respingo y llevo mis manos a mi pecho.

—Tía... me has dado un susto de muerte —le digo y sonrío.

—No podía dormir, vine a verte, estabas tan pendiente de la... nada, que ni siquiera me escuchaste entrar, pero ya no entretengo más. Duerme cariño, mañana será un día muy especial —dicho eso abandona la habitación.

Debo aprender a dejar puesto el seguro de la puerta. ¿Un día especial? ¿Ella habla en serio?

Tomo con fuerza las sabanas, debí quedarme en el apartamento y no venir aquí, pero la conversación que mantuvimos no fue la más acertada. No podía fallar a mi promesa hacia el arcángel, pero siento que le estoy fallando a mi otra mitad, aquel que es parte de mi. Cierro mis ojos con fuerza, porque no quiero pensar en nada más. Y él no está aquí, no le siento, no siento esa calma que me rodea cuando él está cerca, ni siquiera Jaén esta aquí. Me siento como si hubiese sido abandonada. Y es cuando pienso que casi no elevo plegarias, cuando mi abuela vivía lo hacía, pero luego de la muerte de mi padre, un resentimiento se asentó dentro de mí, hacia ese Dios misericordioso, tanto amor, tanto poder y no pudo prever la muerte de mis seres queridos, de mi única familia, un temor se adueña de mi en esos momentos, cada vez que esos pensamientos me sobrevienen, sucede lo mismo, pero esta vez es un temor diferente, muevo mi cabeza y cierro mis ojos, esperando que el sueño se digne en hacer acto de presencia.



El clima es frío, como siempre para estas fechas, el campo santo está en calma. No pude descansar, fue una noche de recuerdos tan vivos que no me permitieron conciliar el sueño. Observo como Julie acomoda unas flores en la tumba de mi padre, mueve sus labios, siempre hace esto. Ella le habla y yo cada vez que vengo aquí, de mi boca no sale ni una palabra, simplemente estoy de pie, mirando su tumba y la de mi madre, las lapidas de mármol que llevan su nombre y epitafio. Un suspiro cargado de tanto me deja para dar lugar a una sensación de calidez. Él está cerca, pero no le busco, sé que me está dando mi espacio, mí tiempo a solas.

—¿Quieres contarles? —pregunta Julie. Sé que se refiere al hecho de que estoy embarazada. Niego con mi cabeza. Mis ojos comienzan a humedecerse—. A veces venir aquí y hablar nos hace bien, cariño —besa mi mejilla y se aleja, dejándome así con mis enrevesados pensamientos.

¿Qué festejo hoy? ¡Nada! Es un juego retorcido de la vida que el día en el cual festejas tu llegada a este mundo se haya visto empañado por la tragedia, un día lleno de sangre, de gritos de terror, de suplicas a hombres violentos. Para mí, hoy no hay festejo, este día siempre se verá opacado por la tragedia. Limpio mis lágrimas, ni siquiera me di cuenta cuando se derramaban ¿Qué digo? ¿A quién se lo digo? Nadie me escuchará.

El abrazo de un ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora