Epílogo: Recuerdos

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Pueden reproducir la canción desde el principio. Se llama "Me enamore de ti" de Chayanne.

Año: 2071

(35 AÑOS DESPUÉS)

~Brooklyn (loft)~

Magnus **

Estoy sentado al filo de una banca que sobresale de la pared, sostenido a penas por mis piernas y un poco por la madera debajo. Suspiro y miro al frente, a aquella puerta que emana la energía más fría que jamás he sentido.
Y como si el destino no quisiera que lo olvidara, la puerta se abre en un sonido chirriante y espeluznante.
El hermano Enoch sale con su capucha levantada. Me recuerda a un verdugo que carga el hacha más afilada que existe.

»El veneno es muy fuerte. Se han probado diferentes técnicas, pero es muy tarde. Le administré un sedante para que no sufra« anuncia el hermano quien, a conciencia o no, ha cortado mi corazón.

Quiero dejarme caer de rodillas y llorar, dejar que el peso de aquellas palabras me destruyan, pero sólo tengo unos minutos y no voy desperdiciarlos.
Ahí, en la cama recostado y tapado con las sabanas naranjas, se encuentra un hombre de edad avanzada, sesenta y cuatro años para ser exactos; su cabello una vez negro ahora es casi blanco, su piel tersa ahora tiene arrugas y manchas, únicamente sus ojos han sobrevivido a los años, siguen tan azules como en su juventud.
A pesar de su apariencia vieja y marchita para mí siempre será hermoso, porque es mi Alec, con quien compartí tanto: una vida, una familia, un amor más puro que ningún otro.
Me acerco a la cama y tomo asiento a su lado. El ya anciano Alec me mira y sonríe, feliz de que esté con él.

–¿Dónde está Carlo?

–En Los Ángeles con Will.

–Me perderé su boda –se lamenta Alec y comienza a llorar.

–No es así... Tú estarás ahí –intento reconfortarlo.

–No, ambos lo sabemos –repite resignado.

No puedo más y lagrimas rebeldes salen de mis ojos. No quiero que se vaya, a pesar de saber que no es para siempre.

–Alec... –tomo su mano y entrelazo nuestros dedos– ¿Recuerdas cuando adoptamos a Carlo?

–Sí –suspira sin dejar de llorar.

–Piensa en eso. En esos días hermosos y felices. Piensa, Alec

Alec cierra los ojos tratando de recordar. Yo sí que recuerdo, pero no sólo eso, también recuerdo el día que Carlo nos aceptó como sus padres, cuando ascendió y dimos la más grande fiesta que Idris presenció nunca, cuando se mudó definitivamente a Los Ángeles, cuando nos dijo que no se casaría y cuando hace un año finalmente dio la fecha en septiembre, a sólo unas semanas. También recuerdo mis propios momentos con Alec, nuestras mañana en el loft, nuestros paseos por Central Park, esas largas noches de pláticas triviales que terminaban con ambos abrazados y nuestras miradas encontradas.

–Magnus –me llama Alec y lo miro parpadeando, me había perdido en mis recuerdos.

–¿Sí, Garbancito?

Alec, muy lentamente, sube su mano y con la punta de sus dedos acaricia el broche que tiene grabada la runa de matrimonio.

–¿Todos van a venir? –me mira con los ojos brillantes por las lágrimas derramadas.

–Sí, mi amor –tomo su mano y le doy un beso–. No faltará un alma.

–¿Estaré junto a mis padres y hermanos?

Malec ¿otra vez? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora