23. El Amor En Una Caracola.

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Aysel, Narr y Renard caminaban en dirección al circo, hablando y aclarando dudas, el chico zorro nunca mencionó que hacía en el bosque por mucho que los cirqueros insistieran así que dejaron el tema al aire.

Al llegar al circo, Peeter se encontraba en el lugar, el de cabello plata se sintio desvanecer ante la presencia del mayor.

_¿Príncipe Peeter, que haces aquí?- pregunto Narr al precisarlo.

_Edwin me envió a hacer las aclaraciones pertinentes en el caso del chico herido.- hablo con frio profesionalismo el de cabello castaño.

Una opresión en el pecho de Ren le cortó la respiración, que Peeter hablara tan indiferente de él le dolía mucho mas que la herida en su costado.

_Me estoy mareando, voy a descansar un rato.- hablo en voz queda dirigiéndose a Aysel, quien solo asintió y le dio carta blanca para marcharse.

Peeter observo la huida del zorro pero no se atrevió a detenerlo. _Acá esta el cazador.- la voz de Soledad lo saco de sus pensamientos.

Al girarse se encontró con un hombre gordo y barbudo que gritaba incoherencias. _¿Que le sucedió?- pregunto abrumado.

_Solo nos encargamos de él.- respondió tranquila la mujer mientras observaba al pobre hombre, Peeter no cabía en su asombro, ¿como pondrían dejar en tal estado a un hombre como ese, el cual triplicaba su tamaño?

"Es una familia de cuidado" pensó para si mismo recordando una no muy antigua conversación con su primo, realmente no deseaba involucrarse en una discusión con ellos, aunque en el fondo entendía y apreciaba lo hecho al despreciable hombre.

Peeter no dijo nada mas mientras encerraba al hombre para llevarlo ante la corte real, aunque deseaba matarlo con sus propias manos por haber dañado a su preciado zorro.

Se despidió de todos y fue a ver al chico zorro con la excusa de que necesitaría su testimonio, Soledad se encontraba algo ocupada y Narr devolvería a Aysel al castillo así que nadie le molestaría en su charla con el de cabellos plata.

Le habían informado donde se encontraba el chico y como antes habia estado en aquella tienda no le fue difícil encontrarla.

Al entrar, lo primero que vio fue a un delgado y frágil joven acostado en una cama individual tratando de dormir. _¿Que quieres?- pregunto sin mirarle.

Peeter no se sorprendió, estamos hablando de un astuto zorro después de todo. _Quiero hablar contigo.- respondió suave, pero no obtuvo respuesta alguna.

_Lo siento.- murmuro. _Si no fuera por mi estúpida petición, esto no habría pasado.

_Si es tu culpa.- acuso el zorro. _El chico herido esta cansado, deja de molestar.

Peeter comprendió el enojo del menor y por una parte se alivio de saber que no le odiaba por lo ocurrido, de verdad era afortunado.

_¿Que puedo hacer para que el chico herido me perdone?- trato de sonar culpable.

El de cabello plata se giro dolorosamente para encontrarse con un Peeter haciendo muecas mientras estaba de rodilla al suelo y no pudo evitar soltar un bufido.

_Dulces.- dijo. _El chico herido solo te perdonara si le traes dulces.

La amplia sonrisa del príncipe no tardo en aparecer, se inclino levemente y beso la frente del zorro y luego sus labios con dulzura. _Descasa pequeño...- susurro en sus labios.

Renard asintió con las mejillas coloradas y volvió a su lugar para dormir un rato mientras Peeter salia de la tienda.

De camino al castillo se detuvo en la dulcería mas grande de todo el pueblo y compró docenas de todos los dulces que ella había, en total eran dos cestas llenas, decoradas con globos, peluches de felpas y muchas flores  las envió al circo, mientras el volvía al castillo.

El Circo De LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora