~ Capítulo 22 ~ Esa shinigami, abrumada ~

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Los tres días habían transcurrido con más rapidez de la que esperaba. Ni Ciel ni Sebastian se encontraban allí, puesto que se ya se habían marchado luego de encontrar toda la información que necesitaban, y ambos shinigamis también estaban abandonando el lugar.

La chica había estado más callada de lo habitual, algo que no pasó desapercibido para su padre, que no podía evitar darle miradas preocupadas cada tanto. Sin embargo, sabía que no podía hacer mucho para evitarlo, cosa que lo llevaba a repetirse a sí mismo que jamás se dejaría convencer por Grell otra vez cuando se tratara de algo tan serio. Sólo esperaba que lo que sucedería, no afectara tanto a su pequeña.

-Todo estará bien-le decía cada tanto, pero ella sólo se dedicaba a asentir.

______ simplemente no podía entender cómo eso era posible.

¿Para quién estaría bien? se preguntaba, ¿para los shinigamis, por cumplir con su labor? ¿para los niños, porque ya no sufrirían? ¿para sus familias, porque no los verían sufrir? ¿qué sentido tendría la vida de aquellos padres cuando supieran que jamás volverían a ver a sus pequeños correteando alegremente por sus hogares, o que ya no les darían su beso de buenas noches?

Refregó sus ojos y sacudió levemente la cabeza, en un vano intento por apartar aquellas oscuras ideas de su mente. Y por primera vez en sus catorce años de vida, deseó no saber nada sobre el trabajo de William; deseó con todas sus fuerzas no haberle pedido a Grell que la ayudara; deseó estar en la calidez de su hogar, donde las paredes podían protegerla del sufrimiento ajeno que insistía en pasar; deseó no estar sobre el tejado de aquella mansión donde, sumidos en un silencio casi sepulcral, aguardaban con paciencia a que el momento llegara. Se aferró de manera inconsciente al traje del mayor, que no tardó más de un segundo en mirarla con ojos preocupados.

-Pronto acabará y podremos irnos a casa-murmuró, pasando una mano por los cabellos sueltos de su hija.

-Está bien...

Los minutos continuaron su curso, pasando uno tras otro con una lentitud que torturaba. O, al menos, así le parecía a ______. Ronald había llegado de un momento a otro para poder ayudar a Will con su tarea, y consiguió preocuparse cuando notó el semblante serio de aquella niña que solía ver reír a carcajadas cuando pasaban tiempo juntos.

No tuvieron que esperar mucho más: decenas de registros cinematográficos comenzaron a aparecer cuando las plantas más bajas de aquella mansión se convirtieron en un mar de llamaradas infernales. La castaña se alejó un poco de su padre para permitirle trabajar con comodidad, mientras se dedicaba a observar aquellas cintas con una mezcla de curiosidad y terror. La mayoría eran niños más pequeños que ella.

Su corazón latía frenético y sentía ganas de llorar. ¿Por qué el destino era tan cruel con personas tan inocentes? No lo sabía. Lo único que entendía, era que nadie merecía pasar por algo tan atroz como aquello. Buscó refugio ocultando su rostro entre sus brazos, sin saber en qué momento exacto había decidido sentarse.

Ya no quería seguir viendo.

.-.-.-.-.-.

No estaba segura de cuánto tiempo habría pasado en aquella posición, pero levantó la cabeza un tanto abrumada cuando dos conocidas manos se posaron sobre sus hombros, encontrándose con la afligida mirada de William. Y no hizo falta mucho más que eso para que sus ojos se inundaran en lágrimas y él la atrajera a su cuerpo en un abrazo contenedor.

-Sabía que no era buena idea traerte aquí-comentó el mayor, dejando escapar un suspiro cansado-. No estás preparada para estas cosas aún.

La Hija de William T. SpearsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora