~ Capítulo 30 ~ Esa shinigami, razona ~

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Respiró hondo unas cuantas veces y se pasó las manos por la cara, intentando apartar las emociones que la atravesaban en aquel momento. Todo le resultaba demasiado confuso, pero su necesidad de tener respuestas crecía minuto a minuto. Tomó valor y volvió a mirar el cuerpo de Sebastian; la cantidad de sangre aún la impactaba y le revolvía el estómago, provocándole nauseas.

Arthur estaba arrodillado junto a él, aparentemente analizando los golpes que tenía. Sus pies se movieron contra su voluntad hasta donde estaba el escritor y se agachó a su lado, observando con atención el rostro del demonio, que ahora tenía los ojos cerrados. Sus ojos verdes hicieron su recorrido hasta el pecho, donde la herida de la puñalada era visible. Parecía bastante profunda, por lo que entendía la cantidad de sangre que había en el suelo.

—Señorita, no hace falta que se fuerce a ver esto. Déjelo en nuestras manos—le dijo Arthur con voz suave, viendo que el rostro de ella aún conservaba esa palidez casi enfermiza.

Sin embargo, la shinigami hizo caso omiso. Su mirada había vuelto al cabello azabache de Sebastian.

—Mire esto—murmuró y, a continuación, sus manos se dirigieron a la cabeza del demonio, tomándola con delicadeza por los lados y levantándola un poco del suelo. Una corriente extraña recorrió su cuerpo en cuanto lo tocó, y le lanzó una mirada fugaz al rostro impasible del muerto—. Fue golpeado aquí también—acercó sus dedos a la nuca y los sintió pegotearse con sangre. Se arrepintió casi al instante—. Debieron de haberlo golpeado desde atrás cuando estaba recogiendo las cenizas de la chimenea, pero eso no fue suficiente para matarlo.

<<Por supuesto que no>> pensó. <<Es un demonio, después de todo. Ni siquiera esa puñalada debería matarlo>>

Bufó, indignada consigo misma por haber caído en aquello. ¡Era un demonio! ¿Cómo iba a estar muerto? Se prometió que, cuando toda la situación terminara de una u otra forma, lo mataría ella misma por haberla hecho sentir enferma durante un instante. De manera casi imperceptible, le presionó la herida de la cabeza como si le estuviera haciendo una advertencia de lo que se vendría en un futuro no muy lejano y luego volvió a recostarla en el piso, un poco más brusca que antes. Estaba enfadada, pero iba a disimularlo perfectamente bien.

Arthur asintió, todavía meditando las palabras que la chica había dicho. Entendía por dónde iba su razonamiento. Tenía que haber más de un culpable para aquel asesinato, porque no tenía sentido que hubiera sido golpeado por detrás y luego apuñalado de frente por una misma persona. 

______, por su parte, volvió a levantarse y regresó al lado de Ciel. Se miró las manos con una expresión de asco, y su estómago se revolvió una vez más: era evidente que tenía algún tipo de problema con la sangre. Miró el techo, tratando de pensar en cualquier cosa que no fuera esa sustancia viscosa y roja.

—Ve a lavarte las manos o vas a vomitar. No quiero que pierdas tu dignidad (y la mía) frente a toda esta gente—le susurró Ciel, para que nadie más que ella escuchara. Si no hubiera tenido en cuenta el contexto en el que se encontraban, hubiera asegurado que se estaba burlando de ella.

En otra ocasión habría preferido llevarle la contra, pero sabía que esa vez tenía razón y no iba a tentar a la suerte. Quería conservar intacta su dignidad y también su orgullo. Se disculpó, con una voz mucho más débil de la que esperaba, y salió con premura de aquella sala.

Apuró sus pasos hasta el baño más cercano, se metió dentro y abrió el grifo del lavabo. Metió ambas manos bajo el agua fría y vio la sangre escurrirse entre sus dedos. Sintió el ácido de su estómago subir hasta su garganta, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no vomitar.

—Ugh, ¿P-Por qué tanto asco?—se dio una mirada en el espejo frente a ella. Estaba pálida y creía que nunca había tenido ojeras tan marcadas como esa mañana.—Voy a matar a ese bastardo. Voy a matarlo por hacerme pasar por esto.

.-.-.-.-.-.-.

Media hora más tarde, el cuerpo de Sebastian ya había sido trasladado al sótano, donde ya se encontraba el cadáver del señor Von Siemens, y el resto de las personas se encontraban en el comedor, dispuestas a comenzar con el desayuno.

______, que estaba sentada a la derecha de Ciel, no terminaba de comprender cómo los humanos podían siquiera pensar en comer cuando estaban atravesando una situación como la de ese momento. Se encogió de hombros, y su mirada se topó con la del conde.

—¿Te sientes mejor?—le preguntó él, sin rastros de sarcasmo o burla.

—No lo suficiente como para comer, pero sí, estoy mejor que hace una hora—contestó ella.

Barrió con la vista al resto de los invitados, poniendo especial atención a Charles Grey. El albino no le inspiraba ni un ápice de confianza debido a que se tomaba todo a la ligera y los asesinatos ocurridos con anterioridad no parecían importarle en lo más mínimo. De hecho, estaba muy ocupado devorando su desayuno.

Puso los ojos en blanco y siguió recorriendo la mesa. Pronto, se topó con un lugar vacío. ¿Los sirvientes habían contado mal a la hora de poner la mesa o es que realmente faltaba alguien? Lo pensó durante un momento, y llegó a la conclusión de que no había forma de que se hubiera cometido un error con las cantidades. Después de todo, Sebastian había dejado todo listo para los siguientes tres días, eso era lo que él mismo le había dicho cuando fue a verla a su habitación en la noche.

—El Señor Phelps no está aquí—manifestó en voz alta.

—Oh, es tan discreto que no lo había notado—comentó Carl Woodly.—Debe de haberse quedado dormido.

La shinigami cerró los ojos y concentró toda la energía que podía en ese momento. Su mente se había encontrado tan obnubilada por la imagen del demonio ensangrentado que no lo había notado antes, pero esta vez sí podía sentirlo. Sentía el aroma particular que llevaba la muerte consigo.

—Disculpen...—Ella abrió los ojos nuevamente para ver a Arthur, que se había puesto de pie—El Señor Phelps pasó la noche en la habitación del Conde, ¿verdad? ¿no deberíamos... Ir a ver?

El ambiente del comedor se tensó nuevamente ante aquellas palabras. ______ intercambió una breve mirada con Ciel, a través de la cual intentó darle a entender que ya era tarde para salvar a esa persona. Él asintió con un movimiento casi imperceptible.

—Los guiaré hasta allí.

Todos se pusieron de pie y corrieron escaleras arriba, siguiendo las indicaciones del conde Phantomhive. Cuando llegaron allí, se encontraron con que la puerta estaba cerrada y no tenían la llave, ya que sólo Sebastian sabía de su ubicación, y el señor Phelps no respondía a ninguno de los llamados desesperados del escritor.

Charles Grey, como si aquella situación le aburriera, les ordenó apartarse y derribó la puerta con la ayuda de su espada y todos pudieron entrar.

______ tuvo el reflejo de cubrirse la nariz, como si aquello fuera a impedir que sintiera con más intensidad aquel aroma que había captado en el comedor. No había forma de que ese hombre no estuviera muerto.

Y así fue. Cuando lo vieron, Phelps estaba tendido boca abajo en la cama de Ciel, aferrado a las mantas como si hubiera sufrido hasta el último minuto de su vida. El rigor mortis ya lo había afectado, por lo que llevaba muerto unas cuantas horas.

Arthur lo dio vuelta con cuidado para buscar alguna herida externa que les indicara lo que había sucedido, pero no había ninguna. Parecía ser un caso completamente diferente al de Von Siemens y al de Sebastian.

¿Estaban viviendo una pesadilla?

.-.-.-.-.-.-.

¡Hola de nuevo!

Como estuve tanto tiempo sin actualizar, no podía esperar más para subir otro capítulo, así que acá lo tienen.

Espero que les guste y estén disfrutando de esta historia tanto como yo! 

Muchísimas gracias por seguir conmigo a pesar de mi inconsistencia para actualizar, son un amor ❤️

Nos vemos en el próximo capítulo, que voy a tratar de tenerlo listo para estos días!

La Hija de William T. SpearsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora