~ Capítulo 27 ~ Esa shinigami, despierta ~

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La lluvia seguía azotando con fuerza las ventanas de la mansión y las cortinas no permitían la entrada de luz de los relámpagos en algunas de ellas. Era tarde en la noche, y los invitados ya se habían retirado a sus habitaciones para descansar; la shinigami había sido de las primeras en hacerlo cuando se encontró a sí misma bostezando casi cada dos minutos.

Se había quitado el vestido con un poco de dificultad para reemplazarlo con su ropa de dormir y había desarmado el peinado casi con lástima, preguntándose cuándo tendría la ocasión de volver a lucir tan bonita. Ya acostada (y abrazando a su pequeño y amado Señor Wuchito) no tardó demasiado en sumirse en su mundo personal de fantasías, donde casi no existían las preocupaciones.

Corría felizmente por caminos de chocolate, bajo nubes de algodón de azúcar que podía tocar si saltaba lo suficientemente alto y estiraba las manos. Las flores con pétalos de caramelos y los árboles con frutos de paleta y manzanas caramelizadas la rodeaban. Todo era perfecto para una amante de los dulces como ella; quería quedarse allí toda su vida y convertirse en una gordita azucarada.

Se detuvo frente a un árbol, decidida a treparlo para comerse al menos veinte de esas cosas de aspecto delicioso. Sentía su boca aguarse ante la visión y estiró una mano. El manjar estaba muy cerca, tanto que casi podía sentir su sabor inundando su ser.

¡CRASH!

Se sentó en la cama con un gran sobresalto y miró a su alrededor completamente frustrada. Ella quería darle una mordida a esa manzana con caramelo.

  — Estúpido trueno inmundo, mi comida. —murmuró adormilada. Se recostó nuevamente, apretó el peluche contra ella y cerró los ojos, rogando por volver a ese mundo tan hermoso.

Sin embargo, pasó a siguiente media hora dando vueltas en la cama. Giraba hacia un lado, luego hacia el otro, se acomodaba boca arriba, boca abajo, se destapaba y volvía a taparse cuando le daba frío. Ya no sabía qué más hacer.

Harta y malhumorada por la situación, decidió que lo mejor sería levantarse, ir a la cocina y preguntarle a Sebastian si podía darle un vaso de leche caliente. Supuso que aun seguiría allí, puesto que no creía haber dormido tanto tiempo como para que ya fueran altas horas de la madrugada. 

Dejó al Señor Wuchito sobre la almohada y salió de la habitación con pasos dudosos; conocía el camino así que no iba a perderse, pero los largos pasillos estaban oscuros y cada tanto los estruendos de la tormenta exterior le provocaban pequeños sustos.

  — Debería haber traído al Señor Wuchito conmigo — murmuró para sí misma.

Tras unos minutos de caminata, se asomo por la puerta de la cocina, donde pudo ver a los sirvientes y al mayordomo de la mansión lavando y ordenando las cosas de la cena. El demonio, naturalmente, fue el primero en notar su presencia y se volteó para darle una mirada que oscilaba entre la curiosidad y la extrañeza.

  — ¿Ocurre algo, Señorita?— Inquirió.

Los demás también la observaron intrigados, y sus mejillas adquirieron un tono rosado al sentirse como el centro de atención. Un poco avergonzada por la estupidez que la había llevado hasta allí, ingresó a la cocina cerrando la puerta tras ella pero se mantuvo en silencio al no encontrar la forma de pedir lo que quería sin parecer una idiota.

  — ¿Le da miedo la tormenta? — preguntó Finny, mirándola como si comprendiera aquel sentimiento.

  — No — negó, pero terminó por corregirse —: Bueno... No tanto.

Observó como el de ojos carmesí alzaba las cejas en un gesto divertido mientras ocultaba una sonrisa, y ______ tuvo ganas de golpearlo en la cara durante una fracción de segundo.

La Hija de William T. SpearsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora