~ Capítulo 23 ~Esa shinigami, a la moda ~

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La chica le dio un sorbo a su té con la mirada fija en su interlocutor. El ambiente había estado bastante tenso durante la primera hora de su reunión, pero luego se relajó cuando Ciel terminó de explicar los motivos de su decisión para dejar morir a esos niños que aquel circo de macabras ideas, se había encargado de secuestrar y alejar de sus desdichadas familias para siempre.

-Sebastian tampoco lo entendió al principio- comentó el conde, moviendo levemente la cabeza en dirección a su mayordomo, que estaba de pie detrás de él.

-Ciertamente. Desconocía las razones del Joven Amo- habló el demonio, cuando notó la curiosa mirada de la castaña sobre él.

Ella simplemente asintió unas cuantas veces, para luego beber un poco más de su caliente infusión. No se sentía capaz de culpar al pequeño Phantomhive por lo sucedido, después de todo, conocía su historia a la perfección y podía comprenderlo. Pero, aún así, entenderlo no cambiaba el hecho de que se hubiera estado sintiendo realmente mal luego de todo lo ocurrido esa noche, y que tanto su padre como Grell, hubieran hecho hasta lo imposible para que eso fuera diferente y pudieran verla sonreír tan naturalmente como siempre.

-Te agradezco que hayas resuelto todas mis dudas. De verdad necesitaba quitarme estos pensamientos tan insoportablemente negativos de la cabeza o terminaría sucumbiendo ante a la desesperación- dijo ______, dejando escapar un suspiro.

-Supongo que es comprensible teniendo en cuenta que no nos hemos visto en poco más de un mes- respondió el conde mientras tomaba un pastelillo del plato frente a él.

Las horas transcurrieron y el sol caía entre conversaciones más amenas y exquisitos dulces preparados por el endemoniado pelinegro. Así, la shinigami fue puesta al tanto sobre una fiesta que tendría lugar en aquella hermosa mansión por órdenes de la reina, y a la que, como no podía ser de otra manera, ella estaba invitada. Lo único que tenía que hacer, era convencer a su padre para que le permitiera asistir; además de buscar la ropa adecuada para la ocasión, pero le pediría ayuda al pelirrojo para solucionar ese último detalle.

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William apartó la mirada de los documentos en los que trabajaba para observar a su hija, que, sentada al otro lado del escritorio de aquella oficina, le sonrió de manera inocente.

Exasperado. Se encontraba malditamente exasperado gracias a la luz de su vida.

La chica había estado dos semanas seguidas insistiendo sin parar para que la dejara ir a la fiesta de la mansión Phantomhive, y estaba a punto de atravesar el límite de su paciencia. Cada día se lo preguntaba alrededor de cincuenta veces y, cuando no era de forma oral, lo hacía de forma escrita a través de pequeñas notas y dibujos que desparramaba por toda la casa y por su lugar de trabajo.

-Ni siquiera te atrevas- advirtió el hombre cuando ella abrió la boca. Pero fue olímpicamente ignorado.

-¿Puedo ir a la fiesta, William?- formuló, deleitándose con la expresión molesta que comenzaba a tomar lugar en el rostro del otro.

-Cariño... ¿Qué te he dicho sobre llamarme así?- el shinigami forzó una sonrisa, que parecía más un gesto amenazante. Aunque ella no se inmutó; sabía que estaba a punto de conseguir lo que quería.

-Lo siento, papi, sabes que te adoro muchísimo- ensanchó un poco esa sonrisa, que ya había dejado de ser inocente hacía unos cuantos minutos- ¿Entonces? ¿Me dejas asistir? ¿Eh? ¿Puedo?

Pasando las manos por su rostro y descargando parte de su molestia en un largo suspiro, el castaño volvió a posar sus ojos verdes sobre los de su pequeña. Se mantuvo en silencio durante unos cuantos segundos, pero decidió hablar cuando percibió que estaba a punto de hacer aquellas insoportables preguntas nuevamente.

La Hija de William T. SpearsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora