#Capítulo 7

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Scorpius

Nadie más iba a morir. Nunca jamás un dementor asesinaría a nadie. No si yo podía evitarlo. Y realmente lo había hecho. Le había salvado la vida a Rose Weasley. La había visto lanzarle hechizos ígneos al oscuro ser que la seguía fundiéndose con la lluvia y los relámpagos. Entonces no había podido evitarlo, había puesto en marcha mi Nimbus hacia la pelirroja Weasley, y la había estrellado hasta el fondo de uno de los torreones con cuadros marrones y amarillos.

Ahora ella intentaba zafarse de mí, estrellando sus puños contra mis hombros. No me dolía porque tenía las protecciones de quidditch, pero deseé sentir dolor, porque ella sí estaba sufriendo, lo veía reflejado en sus azules ojos, llorosos e inquietos. Su hermano estaba ahí fuera, la entendía. Aunque en realidad no. Los Malfoy, siguiendo la tradición del heredero primogénito, me habían hecho hijo único, al igual que mi padre, y mi abuelo.

Por un momento estuve tentado de dejar que volviera volando hacia el campo, por un momento estuve a punto de salir tras ella. Pero recordé mi promesa, que había hecho tantos años atrás.

También era un día lluvioso, en la mansión Malfoy. El laberinto del jardín trasero parecía extenderse hasta el infinito a mis infantiles ojos. Como cualquier niño pequeño en un día de lluvia, estaba aburrido. Aunque siempre estaba aburrido. No tenía hermanos, ni primos, ni amigos que pudieran jugar conmigo, y los elfos domésticos del servicio no me entretenían lo suficiente. Me hundí aún más en el mullido sillón de cuero que solía ocupar el abuelo Lucius, que en esos momentos se encontraba en una importante reunión con nosequé personas del Ministerio, aunque no había visto ningún emblema con forma de M.

Observé la estantería de mi habitación, repleta de libros de cuentos. La abuela Narcissa había dejado que trasladara a mi cuarto los ejemplares favoritos, ya que era peligroso que recorriera la mansión por la noche para leer.

Miré uno de los ejemplares. Los cuentos de Beedle el Bardo. Siempre me habían encantado esos cuentos, sobre todo el de Babitti Rabitti y su Cepa Carcajeante. Aunque había unas páginas arrancadas. Se podía ver el título de las páginas perdidas en el índice: Las Reliquias de la Muerte.

El título era bastante espeluznante para un niño de cinco años, por lo que nunca me había importado mucho su falta.

Me tiré en la gran cama de edredón verde, con motivos plateados. Supongo que en ese momento mis padres ya sabrían que iría a Slytherin.

Miré al elfo doméstico que permanecía de pie en una esquina de mi habitación. Arqueé una ceja.

- Tappy - le llamé.

El pequeño elfo, siempre obediente, alzó la cabeza.

- ¿Sí, mi joven amo?

- ¿Por qué no te sientas?

Tappy hizo una mueca y enredó sus huesudas manos en el trapo mugriento que llevaba cubriéndole el cuerpo. Siempre me había llamado especialmente la atención.

- Puedo prestarte algo - le ofrecí -. Creo que tenemos la misma talla, Tappy. Puedes usar la túnica que me regaló papá la semana pasada. Pero no la manches, ¿eh? Que es nueva. En realidad da igual. Odio esa túnica. Pica.

- Eso no es buena idea, mi joven amo.

- ¿Por qué no me llamas Scorpius? - le pregunté con la inocencia de el niño que era-. Yo te llamo Tappy.

Te Odio, Scorpius Malfoy #Wattys16Donde viven las historias. Descúbrelo ahora