#Capítulo 16

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A solo un día de la gran boda, el nerviosismo en La Madriguera estaba tan presente que incluso podía olerse. Literalmente. La cena de la abuela Molly estaba mejor que nunca. Y la sencilla razón de ello, es que la abuela estaba feliz. Todos estábamos reunidos, tres generaciones de Weasleys (incluyendo Potters, Delacours, Lupins, Tonks).

Algunos, que venían desde lejos, que volvían a casa por Navidad. Tío Charlie desde Rumanía. Louis y los Delacour desde Francia, Andromeda Tonks desde Londres, no tan lejos...

Pero aquellos días, todas las atenciones caían en Vic y Teddy. La abuela Molly, tía Fleur y la señora Delacour interceptaban a Victorie por los pasillos, ya fuese para retocar algo del vestido, o probar algún peinado. Bill le lanzaba miradas asesinas a Teddy en las comidas, aunque todos sabíamos que bromeaba. En cuanto a nosotros... nos habían puesto a trabajar. El abuelo Arthur había puesto a James, Molly, Dominique, Louis, tío Harry y papá a montar las mesas y las sillas. A Hugo a Lucy a Roxanne y a Fred les había tocado desgnomizar el jardín, es decir, el peor trabajo, ya que nunca parecía estar lo suficientemente limpio para Fleur. Cerca de ellos, Albus se las apañaba con un cortacésped muggle para podar la maleza del camino. La abuela le había exigido al abuelo que limpiase el trastero, y Lily y a mí que pusiéramos a punto la vajilla nueva (aunque más bien estábamos intentando colarnos en la habitación del vestido, ya que solo lo habían visto tres personas, aparte de la misma Victorie). Mamá, tía Ginny y tía Angelina limpiaban la casa usando la magia, y tío Percy le escribía invitaciones de última hora a las personas que habíamos olvidado invitar.

Los Delacour también querían hacer algo, pero la abuela se lo había prohibido, y se veían algo incómodos en aquel sofá mientras todos íbamos de un lado al otro. Nadie sabía donde estaba George, pero todos sospechábamos que estaba preparando su arsenal de fuegos artificiales. Tía Audrey, como muggle que era, no hacía más que maravillarse a cada hechizo que usábamos. Andromeda, la abuela de Teddy, intentaba convencerle para que se quitara los peircings y se cambiara el pelo a un color menos fluorescente. En ese momento era de un azul eléctrico, con algunos mechones en dorado.

En general, La Madriguera parecía poder derrumbarse en cualquier momento. Pero estábamos acostumbrados. Éramos Weasleys.

- Y dime - empezó Lily mientras clasificábamos los platos -. ¿Qué te traes entre manos con el señor Malfoy?

Tragué saliva y seguí organizando los platos en tres categorías: para la basura, para la familia y para los invitados, según cuán deteriorados estuviesen.

- Nada - respondí sencillamente.

- Oh, vamos - bufó ella -. Aquel beso no es como uno que se dan dos personas que no son "nada".

Llevo media vida enamorado de ti. Las palabras de Scorpius no se iban de mi cabeza desde que las mencionó. Llevaba razón, yo nunca me había dado cuenta de sus ojos en mi nuca, de que me observara. Y mucho menos que estuviera enamorado de mí. Para mí, en los últimos cinco años Scorpius Malfoy no había sido más que alguien a quien superar en los exámenes y en el quidditch.

- Pues sí, ¿vale? - dije más convenciéndome a mí misma que a ella -. Solo ocurrió y ya está.

- ¡Rosebud Weasley! - exclamó poniendo las manos en jarras, el mismo gesto que hacía la tía Ginny cuando James la liaba -. Esa es la excusa más pobre que he escuchado en la vida.

- Es la verdad.

- Sí, por supuesto - refunfuñó -. Como hay tantos sitios en Hogsmeade, vosotros fuisteis al más asqueroso por casualidad. Y a la vez, sin acordarlo primero, claro. Y como os odiáis, os sentasteis en la misma mesa, y os besasteis por darle espectáculo al tabernero.

Te Odio, Scorpius Malfoy #Wattys16Donde viven las historias. Descúbrelo ahora