#Capítulo 4

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Los pasillos del colegio nunca habían estado tan vacíos. Bueno, sí habrán estado vacíos, pero sin nadie para disfrutar de su silencio. Todos los alumnos estaban en las clases, donde debería estar yo, pero claro, la señora Pomfrey había insistido en que mi reposo se alargara más de lo preciso. Ahora sí podría asegurar que era la persona más sana del castillo.

Avancé rápidamente por los pasillos de piedra, donde mis pasos retumbaban como si fuera Hagrid quien caminaba en vez de yo. La verdad es que tenía ganas de ver al semi gigante. Tenía planeado ir a su casa el día después de entrar en Hogwarts, pero obviamente me lo habían prohibido.

Me aflojé el nudo de la corbata escarlata y dorada. La verdad es que era satisfactorio volver a llevar los colores de Gryffindor, aunque aún hiciera demasiado calor para vestir la pesada túnica. Maldita sea, la clase ya había empezado, y aunque el profesor Slughorn no fuera tan estricto como los demás, yo pertenecía al Club de las Eminencias, y no quería defraudarle.

Bajé rápidamente las escaleras que daban a las mazmorras, que era donde estaba la oscura, escalofriante y extraña aula de pociones. Podía escuchar ya el bajo murmullo de esa clase, que era la mejor para tertuliar tranquilamente, ya que la mayoría de las veces los mejunjes se realizaban por grupos o parejas. Cuando me encontré ante la gran puerta de madera, alcé el puño, pero antes de bajarlo, pensé en todas las preguntas a las que me enfrentaría al entrar en esa clase. Rose, ¿de verdad viste a un dementor? Rose, ¿acabaste con él? ¿Sabes hacer un patronus?

Bajé el puño, resignada. Volví a alzarlo, pensando que algún día tendría que enfrentarme a las preguntas, que no podría encerrarme para siempre en la torre de Gryffindor, aunque la idea me agradara lo suficiente para planteármela.

Antes de que pudiera tomar ninguna decisión, una pequeña presencia luminosa se acercó a mí en forma de pájaro. Era roja, como hecha de lava. Conocía ese hechizo. La pequeña criatura, empezó a dar vueltas a mi alrededor, dando cabezadas hacia el pasillo. Parecía como si quisiera llevarme a alguna parte. Miré la puerta, y sorprendiéndome a mí misma, empecé a seguir al pequeño colibrí ígneo. Podía estudiar la poción matalobos con un libro de la biblioteca, pero no había ningún libro sobre Scorpius Malfoy.

El pajarito volaba torpemente por el oscuro y sinuoso pasillo, y por un momento me planteé dar la vuelta. Nunca me había adentrado tanto en las mazmorras del castillo. Cada vez el aire se hacía más pesado y húmedo. El animal de fuego dobló una esquina, y me encontré de frente con él. Estaba sentado, en el interior de una de las celdas abiertas, con la espalda apoyada en la pared de piedra, y la varita en la mano. En cuanto se acercó a él, el pájaro desapareció en una pequeña explosión de chispas.

Me fijé en que llevaba la túnica de Slytherin puesta, y me arrepentí de no haber cogido la mía. En aquella mazmorra hacía más frío que en la cálida sala común de Gryffindor, con su gran chimenea.

- Malfoy - dije -. ¿Qué haces aquí?

Él no me miró.

- Lo mismo podría preguntarte yo.

- Tú me has llamado - dije, señalando las pequeñas chispas encendidas que aún quedaban en el suelo.

- Eso es falso - repuso -. Tu has visto mi pájaro y has decidido seguirlo, ingenua Weasley.

- Tengo que hablar contigo - dije, ignorándole.

- Lo sé.

- ¿Por qué le has dicho a McGonagall que fui yo la que conjuró el patronus? - le pregunté.

El frunció el ceño.

- ¿Has oído que la humildad es una cualidad que resulta atractiva?

- Tú no eres humilde - dije sin dudarlo, y sin poder pararme a pensarlo -. Eres un Malfoy.

Te Odio, Scorpius Malfoy #Wattys16Donde viven las historias. Descúbrelo ahora