Nunca me agradó mucho el campo de deportes, era un lugar incomodo para mí, pero no porque teníamos que hacer ejercicio, sino porque tenía que compartir una hora de mi vida con las personas a las que más les temía. Mis compañeros, los varones que me molestaban todos los días.
Inmenso como un campo. Pasto, piso de cemento. Canchas de fútbol, handball y dentro del techado las canchas de vóley.
Respiro profundo, tranquilo, sin que la presión de mi cuerpo se altere. El campo era grande, era inmenso, admiraba su estructura ya que me encantaba estar al aire libre. Para que podamos esperar, podíamos sentarnos en el piso de cemento, donde se jugaba hándbol y fútbol o en unos troncos colgados (los cuales simulaban ser asientos) y mirar la cancha de fútbol y hockey.
Algunos notan mi presencia y otros no, lo que menos quería era que se dieran cuenta de que había llegado, porque si se enteraban, empezaría mi sufrimiento. Sigo caminando hasta llegar a los troncos, me siento al final de ellos, donde podía apoyar mi cabeza contra la pared y ver a los chicos jugar a la pelota y a las chicas al quemado. Lo bueno que tenía el campo era que tenía una parte cerrada, por si llegaba a llover, cambiar los planes y seguir la clase dentro. Donde solo se podía jugar vóley o básquet.
El profesor nos llama y todo el curso hace una ronda en el piso, con una lista, Fernando tomaba lista para anotar las presencias y ausencias. Al terminar nos pide que demos tres vueltas completas a la cancha en donde ya habían terminado de jugar. Toca el silbato y empezamos a trotar.
Algunos iban de a grupos, con sus amigos. Yo corría solo, estaba más tranquilo si hacía las cosas por mi cuenta. Terminamos las tres vueltas, elongamos y nos preparamos para armar los equipos.
Siempre era igual, no me molestaba pero lo hacían a propósito, nunca me elegían para jugar. Pero tenían una escusa. Yo no sabía jugar. Así que me quedo sentado en los troncos, sin hacer nada. Siempre era por algo distinto.
_Tal vez la próxima_ me dice Fernando, como todas las clases.
No sabe jugar al fútbol. Profe, el no sabe. A él no le gusta el fútbol, es gay.
Me las sabía de memoria, pero una me incomodaba. ¿Por qué si no te gusta el fútbol sos gay? Todos sabemos lo que significa, pero si ellos quieren saber la verdad, la tienen frente a ellos. No lo soy y nunca lo fui, pero nunca les alcanzaba con un NO.
Hoy en día el prototipo de chico o adolescente se basa en un deporte y ese es el fútbol. Piensan que este es el pie para todo. Pero parece que están mal informados, ellos y los demás.
Giro mi cabeza hacia la derecha y veo a un chico que al parecer, tampoco lo habían elegido, parecía saber jugar al fútbol, porque estaba vestido con la remera de gimnasia, un short para jugar y botines. ¿Qué debía hacer? ¿Acercarme para hablarle o qué? El se gira y me ve, estaba concentrado en el partido, pero nota mi presencia.
Rápidamente bajo la mirada como si no lo hubiese visto, pero se paro y se acerco más a mí, seguro para hablar. Seguro diría algo malo de mí. Yo ya no sabía que pensar de la gente, a veces hasta personas en las que confías te pueden sorprender.
_ ¿Qué raro no? _ me pregunta, sentándose a mi lado.
_ ¿Raro? _sin saber a qué se refería.
_Me parece raro que casi siempre no te elijan_.
_Ah, eso. Es normal_ serio.
_Nunca te haces problema, eso también me parece... raro_ mirando el juego.
_Ya se hace habitual_ rascándome la rodilla. _Que no me elijan, mojarme un poco en el baño para simular transpiración y mentirle a mi mamá diciéndole que me eligieron y jugué con ellos_.
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SIN SALIDA
Teen FictionFranco Rodríguez es un chico de diez años, estudia en el Colegio San Cayetano y está en el quinto grado de Primaria. Es tímido y se le es difícil abrirse a la hora de hacer amigos. No tiene a nadie, no habla con nadie. La soledad es su única compañí...