Capítulo 13: Terror en la Mansión

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Era inusual que en las calles del barrio Italia anduviera gente, pero aquella noche se notaban más de lo normal. Las luces del camino se prendieron lentamente, y el suave aroma de que algo malo estaba a punto de suceder, se empezaba a apreciar. Justo después de oír aquel disparo que provenía de la mansión "53-38", la detective Alisson Wilkins se bajó de la patrulla. Observó rápidamente el panorama mientras ponía su mano en el techo del automóvil, y sus ojos miraban en esa dirección; esperando algo, algo que no sabía que era.

—Es momento de actuar— dijo, sacando la pistola de nueve milímetros de un estuche situado en su cinturón.

Nicolás giró hacia Elizabeth, que estaba sentada justo a su lado derecho. Ella lo miraba con angustia, pero sabía que era necesario lo que debían hacer. Por el contrario, Johnny tenía dibujado en su rostro un gesto de entusiasmo, el mismo gesto que poseía cuando estaban en camino al Hotel Hulson. Si acaso supiera que le habían mentido acerca del pago por ayudarles, pensó Nicolás, ¿Los seguiría ayudándolos? Conocía muy bien a Johnny, lo más probable es que no, pero ese sentimiento de satisfacción lo hacía dudar. De igual manera no se lo preguntó.

Salió del auto, notó que Amy tenía una cara de confusión. Efectivamente lo estaba. Nadie le había mencionado que entrarían a la mansión armados, idea que para ella no le agradaba del todo. Se metió sus brazos en los bolsillos del chaleco que llevaba.

— ¿Para que las pistolas? —mencionó con su voz quebrantada, veía el arma que Nicolás traía en sus manos. Ciertamente no quería nada que ver con un elemento de esos.

— ¿Para qué crees que son Amy? — le preguntó Johnny sarcásticamente—. ¿Para adornar nuestras manos?

Ella lo volteó a ver, con una mirada amenazadora. Se rehusó a usar el arma. No sólo eso, tampoco quiso entrar a la mansión.

—Amy, no pasará nada malo allá adentro —le calmaba Elizabeth tomándola de sus manos.

—Si van a llevar armas es porque sí—su voz empezaba a agitarse, como de costumbre.

— ¡Rápido! — Susurró Wilkins, empezaba a desesperarse, no tenía paciencia—. Si ella no quiere entrar, déjenla, nos va a retrasar.

— ¡No! ¡No quiero que me dejen sola!—gimió Amy deprisa.

La luz en la sala se apagó. La mansión quedó completamente a oscuras. Los aspersores del jardín dejaron de rociar agua.

— ¡Tenemos que entrar! ¡AHORA!

Allison Wilkins no soportó más los caprichos de Amy, sabía que si no entraba en ese instante muy probablemente su sospechoso se escaparía, y eso precisamente no quería que ocurriera. Cogió a Amy del brazo. Ella se rehusaba tratado de escabullirse, pero la detective Wilkins poseía más fuerza. Abrió la puerta de la patrulla, y la encerró adentro. El carro activó sus seguros. El sonido de estos, inmediatamente preocupó a Amy, quedó dentro, sin ninguna manera de salir.

— ¡En el sillón de adelante hay una pistola! Úsala para matarte —dijo con una leve sonrisa.

— ¿Para matarme? ¿De qué está hablando? —se encontraba angustiada, no le gustaba para nada estar encerrada allí. Su imaginación hacía ver las paredes del carro cada vez más estrechas.

— ¿La vamos a dejar ahí? —murmuró Nicolás en el oído de la detective Wilkins. Ella asintió con su actitud de desinterés. Hizo señales con sus manos para que la siguieran con discreción.

— ¡NO SE PUEDEN IR! ¡SAQUEMEN DE AQUÍ! —gritaba fuertemente Amy mientras golpeaba la ventanilla del auto. Su voz dentro de la patrulla era insignificante, sólo se escuchaba un suave lloriqueo. Vio como ellos se alejaron en dirección a la mansión. Ella se quedó en el auto, sola, justamente lo que más le atormentada.

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