Capítulo 16: Evidencias [Parte uno]

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Siempre habían pensado que el hecho de prevenir unas "inocentes" fotografías, jamás tendrían que ver con una de ellas. Pero estaban equivocados, se hallaban más involucrados de lo que creían. Las calles se empezaban a llenar de transeúntes. Los ruidos de las sirenas se acercaban a la escena, haciendo que su preocupación aumentara.

— ¡Tenemos que ir!— sugirió Elizabeth ansiosa. Le tomó la mano a Nicolás para llevárselo, pero este se rehusó.

—No podemos irnos así porque si, Wilkins acaba de morir.

No sabía qué hacer, se encontraba en medio de un dilema, que aunque para ella fuera una estupidez; para él le parecía verdaderamente importante.

—No nos podemos ir y dejar a Wilkins—suplicó retirándole la mano.

—Nicolás, tu mejor amigo lo van a llevar a la cárcel ¿Y tú te preocupas por alguien que ya murió?

No le agradó que le mencionara esas palabras, y de esa forma. Apenas si asimilaba que la detective Alisson Wilkins había sido asesinada por el "Hombre del sombrero". Pensar en él, lo llenó de rencor, de odio. ¿El hombre no tiene suficiente con provocar desastres? ¿Por qué tuvo que matar a Wilkins? El sonido de las ambulancias lo atormentaban, los ruidos jamás lo dejaban pensar.

—Si no vas a ir tú, yo si voy a ir—le alzó la voz, dio media vuelta para marcharse.

Comprendió que para ella la muerte de Wilkins no le afectó tanto. Lo más probable es que solo la había visto como una detective normal y corriente. Pero Nicolás no la vio así, pues había encontrado en ella algo de seguridad y apoyo. En su cabeza se le revolvía un millón de pensamientos, quería hacer lo correcto. Entendió que ella tenía razón, su mejor amigo se metió en problemas y debía ayudarlo. Por más que le doliera dejar el lugar.

Volteó a ver el lugar en que Wilkins estaba tirada, pero ya no estaba. Unos cuantos paramédicos la estaban subiendo a la ambulancia. Pensó que quizás había una luz de esperanza de que siguiera con vida, pero esa incertidumbre desapareció cuando observó que un plástico de color negro le cubría el cuerpo.

— ¡ELIZABETH, ESPERA!—se decidió por acompañarla.

Ella le sonrió.

Camino al barrio Italia, en el carro de Elizabeth, no pronunció ninguna sola palabra. Tenía su cabeza recostada sobre la ventanilla. Trataba de descifrar un código que a veces creía que no existía. Ella notó su actitud mientras manejaba, puso su mano derecha en su rodilla.

—Tranquilo— le susurró—, todo saldrá bien.

— ¿Por qué crees que la mató?

—No lo sé.

— ¿Por qué toma esa fotografías? ¿Para qué lo hace?

Se detuvo en un semáforo que tenía la señal roja. La calle quedaba justo al lado de un parque, donde se encontraba la estatua de Francis Patterson.

—Es el hombre más misterioso que he visto— le dijo en voz baja—. Al igual que sus propósitos.

—Me dijo que siguiera estorbando en sus planes.

El semáforo cambió a luz verde.

— ¿Qué planes?

— Ese es el problema, que no sé cuáles son.

Vio que afuera, la estatua de Francis Patterson lo miraba lúgubremente junto con la oscuridad de la noche. Lo dejó de mirar, por alguna razón le aterrorizaba.

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