6. Conociendo al enemigo

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El aire se escapaba de sus pulmones dejándole la garganta helada. Era de noche, eso era lo único que sabía con seguridad del exterior en ese momento, de la Superficie. El cielo que nunca antes había visto estaba oscuro, nublado por algunas nubes, pero no le prestó atención. Había pasado años soñando con ver y sentir sobre él ese cielo y en ese instante apenas sí lo miró una vez. Tenía que seguir corriendo. Gracias a la iluminación de las farolas podía ver por dónde iba a pesar de la oscuridad, aunque de poco le sirviera. Sentía que el corazón iba a salírsele del pecho de lo fuerte que le latía y lo alterado que estaba, pero su único pensamiento era seguir corriendo. Seguir corriendo y esconderse como fuera. El miedo estaba presente en cada fibra de su cuerpo y no le dejaba pensar con claridad, paralizándole de cualquier otra reacción que no fuera huir. No se fijaba ni en las calles ni en el suelo, por lo que acabó tropezando y cayendo en más de una ocasión y aún así no se detuvo. Se levantó y siguió, decidido a continuar hasta que las piernas no le sostuvieran. La ciudad estaba casi desierta, pero no prestó atención a absolutamente nadie que le mirara evidentemente con sorpresa y un casi inevitable desprecio.

Giró sin orden ni pensamiento alguno en cada cruce que encontró, pasando calles desiertas y otras llenas de gente por una fiesta particular. Al poco tiempo tuvo que parar. Las piernas le temblaban, el pecho le dolía de lo desbocados que llevaba tanto su corazón como su respiración y su visión se oscurecía por los extremos de puro agotamiento. Se detuvo al final, agachándose para recuperarse, pero acabó cayendo de rodillas al suelo. Tosió y tosió del tremendo frío en su garganta y cogió aire como pudo, exhausto, sintiendo los latidos de su corazón en el oído. Una vez se recuperó un mínimo, porque de ninguna manera quería permanecer en un estado tan vulnerable en medio de la calle, levantó la vista para ver qué camino tomar. Tenía enfrente una casa con una ventana abierta.

Se trataba de un edificio rectangular de dos pisos, de paredes blancas y puerta y ventanas de madera. Cuatro se disponían en un cuadrado sobre la fachada y tres de ellas estaban cerradas, la cuarta tapada por una cortina. Aunque el rasgo más destacable era que los alféizares de las ventanas estaban decorados por pequeños maceteros de flores de colores vibrantes incluso a la poca luz proyectada por la noche y las farolas, añadido a un ligero resplandor por la humedad.

Pero la ventana estaba abierta y eso era lo único importante para Levi, lo único en lo que verdaderamente se fijó. Con rapidez y torpeza se levantó y corrió a escalar la casa. Se enganchó al primer alféizar de una ventana baja, teniendo cuidado con no tirar los maceteros, y con ese apoyo colocó un pie en el marco de la puerta. Una vez apoyó la suela al completo, cogió impulso con la pierna y se empujó hacia arriba para alcanzar la ventana abierta de par en par. Agradeciendo en silencio su poco peso, se enganchó a la madera por encima con ambas manos, con las piernas colgando, y luego bajó un brazo para apoyarlo en el alféizar. Gruñó con fuerza entonces, impulsándose solo con los brazos hacia arriba para llegar al hueco. Vivir en el Subsuelo a solas le había proporcionado un buen nivel de escalada, al menos, pero a esas alturas se encontraba al límite de sus fuerzas. Sintiendo que los hombros se le iban a dislocar, hizo un último esfuerzo y consiguió meter medio cuerpo dentro, tras lo que ya pudo usar sus pies para apoyarse y entrar del todo. Tiró una maceta al hacerlo y se encogió por el ruido que provocó al hacerse añicos en el suelo, un estruendo en mitad de la noche silenciosa de ese barrio. Apartando la cortina, se empujó al interior de la habitación y cayó de cabeza sobre la madera con otro sonoro golpe.

Gimió flojo mientras todo le dio vueltas durante algunos segundos. Con dificultad pero urgencia volvió a incorporarse y subir la mirada, atento al peligro que pudiera haber. Había hecho demasiado ruido y estaba seguro de que iba a tener problemas. De pronto, como respondiendo a sus pensamientos, se encendió una luz en la estancia hasta sólo iluminada pobremente por la luz de la calle y Levi se cubrió instintivamente los ojos de lo que le llegó a cegar en un primer momento tras entrar ahí prácticamente a oscuras. Por unos segundos le consumió el pánico. Estaba demasiado débil como para luchar, había perdido su cuchillo, y tan sólo esa poca luz le había cegado dejándole más indefenso aún de lo que ya se encontraba. Desechando la ofensiva por instinto y más bien atacado él mismo por su propio miedo, retrocedió torpemente hasta que su espalda tocó la pared, pegándose a ella lo más posible y subiendo las rodillas y los brazos para protegerse. Su respiración, que no había dejado de ser rápida en ningún momento, se volvió errática y un profundo sentimiento de impotencia y de terror le oprimió el pecho. Estaba perdido. La había cagado, allí había alguien y ahora sí que estaba perdido.

Pioneros (𝐒𝐍𝐊)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora