13. Tarde

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Quería creer que había sido sólo una pesadilla como otra de tantas. Tenía muchas de ese estilo, llenas de sangre y vísceras de la gente que había querido en su vida.

Uno.

La celda donde le habían metido tras arrestarle era pequeña, lo suficientemente pequeña como para que considerara no llegar hasta la pared opuesta un problema. Pero las piernas le temblaban. De hecho, todo el cuerpo le temblaba y sobre todo las manos, unidas por unas esposas de metal que se le clavaban en la piel y le quemaban a pesar de estar frías. A pesar de que todo en aquel lugar estaba frío, helado. Muerto.

Dos.

El tiempo se alargaba y se alargaba, y cuando se quiso dar cuenta no sabía cuántas horas habían pasado. La situación no era exactamente nueva para él. Ya había estado una vez en los calabozos del Subsuelo por robo cuando era más pequeño, aunque allí en Sina eran más de lo mismo. Olía a orina y a humedad, pero por primera vez no le importaba. Ni siquiera podía prestarle atención a estar sentado en un suelo sucio ni a su ropa rasgada y manchada de su propia sangre por las heridas de la noche anterior, ni las voces de los guardias hablando entre ellos o intentando llamar su atención con insultos, ni a sus adoloridos nudillos. Nada de eso importaba. Su mente solo repetía una y otra vez la imagen ensangrentada de sus dos amigos muertos y no tenía nada ni nadie con lo que descargar su rabia ya. La había tomado con las paredes durante gran parte de la noche, pero las esposas no le dejaban aplicar toda la fuerza que quería. Cuando dejó de sentir más dolor en las manos porque había llegado a su límite siguió con patadas y gritó que mataría a los policías hasta que dos de ellos entraron a la celda para regalarle un par de puñetazos a modo rápido de hacer que se callase. Ahora, encogido en una esquina mientras esperaba a saber qué irían a hacer con él y la adrenalina le abandonaba, se había quedado solo con su aflicción. No quería llamarlo luto todavía.

Tres.

Las mil vueltas que le dieron al plan, la huida del camino del bosque tras hacerse con el carro, la persecución, tenerlo que dejar atrás para adentrarse en una ciudad que no conocían. No supo cómo pudo pensar que saldría bien. No supo cómo pudo ser tan egoísta. Estaba tan cegado con la idea de conseguir salir del Subsuelo y llegar a la «mercancía» que no supo ver más allá. Todo, absolutamente todo había sido por su culpa. Farlan e Isabel sólo habían confiado en él y ahora sus cuerpos estaban cubiertos por balas, seguramente pudriéndose en cualquier fosa común a esas alturas. Se sentía igual que la vez que unos matones rivales le habían conseguido coger y le metieron y sacaron la cabeza en un cubo lleno de aguas durante un buen rato. O peor. No sentía que pudiera salir para coger aire, con su garganta bloqueada y sus ojos irritados porque no quería dejar escapar otra cosa que no fuera rabia y odio, además de la incapacidad para creer que su única familia se había ido para siempre. A pesar de lo cerca de la muerte que había vivido siempre, todavía no comprendía cómo una persona podía desaparecer de un momento a otro sin más. Sin dejar absolutamente nada. Una boca menos que alimentar, un vacío en la persona más próxima y unos pocos huesos, eso era todo. Pronto también ese sería su destino, afortunadamente. Al menos en aquel momento no tenía a nadie a quien dejar vacío.

Cuatro.

Recordó a su madre, llena de moscas y descomposición mientras una pequeña versión de él mismo esperaba a que abriera los ojos de una vez.

Cinco, seis, siete, ocho.

Al instante se levantó para dar vueltas por la celda como un animal enjaulado. No quería pensar más en todo aquello, pero no hacerlo le parecía un insulto. Quería dejar de contar, también. Sus pasos, las piedras de la pared, el constante goteo por la lluvia que podía oírse desde todo el calabozo, todo para refugiarse de nuevo en una parte de su cabeza más automática y vacía que sin embargo solo le estaba poniendo más nervioso. Si no pensaba en contar pensaba en la suciedad de la celda, en la humedad y la enfermedad y los restos de sangre aquí y allá que volvían de nuevo a llevarle a la noche anterior. Era un círculo vicioso y no quería ninguna de las tres cosas, pero tampoco conseguía dejar la mente en blanco ni se lo podía permitir. Aquel era el lugar del enemigo, la boca del lobo.

Pioneros (𝐒𝐍𝐊)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora