Capítulo 17

240 22 1
                                    

Sin pensar lo que hacía, empezó a andar en sentido contrario. Caminó sin rumbo durante más de una hora y, por más que lo intentaba, no podía quitarse de la mente la imagen de Micaela y Pablo abrazándose. ¿La habría besado? Él lo habría hecho, pero si Pablo se había atrevido a tocarle un solo pelo de la cabeza, iba a tener problemas.

Pero ¿qué estaba diciendo? Él no tenía ningún derecho a pensar esas cosas, al fin y al cabo eso era exactamente lo que pretendía, ¿o no? Sí, sí lo era. Él no quería tener una relación con ella, sólo quería que fueran amigos. Claro que una parte muy egoísta de


él deseaba que ella no saliera con nadie durante los meses que le quedaban en Londres.

Lucas se dio cuenta entonces de que la echaba de menos, echaba de menos las charlas, los paseos. En las últimas casi dos semanas, él la había estado evitando y, al hacerlo, había eliminado la mejor parte del día. Desde aquella noche, él y Micaela apenas se habían visto; él se había concentrado en su trabajo y ella había empezado a salir con sus amigos. Lucas sabía que a menudo quedaba con Camila y con otras compañeras del trabajo, y eso nunca le había preocupado, pero quedar con Pablo ya era otra cosa. No es que estuviera celoso, para nada. Pero él conocía muy bien a su amigo, sabía que era un seductor y no quería que le hiciera daño a Micaela. Eso era lo único que le preocupaba.

Lucas se detuvo en seco en medio de la calle como si hubiera descubierto algo importante. Ya estaba. Por fin sabía lo que tenía que hacer; tenía que recuperar su amistad con Micaela, quería que volviera a sonreírle y quería volver a charlar con ella hasta las tantas. Aprovecharía una de esas charlas para advertirle sobre Pablo, y seguro que entonces todo volvería a la normalidad. Lo único que tenía que hacer era


asegurarse de no tocarla de nuevo. Ya sabía lo que pasaría si lo hacía, y no quería


arriesgarse a eso. Era valiente, pero no tanto; y con este último pensamiento, tomó el camino de regreso a su piso.

Mica se puso el pijama y decidió que leería un rato. No tenía sueño y a lo mejor así podía esperar a que Lucas llegara y empezar a poner en práctica los consejos que Pablo le había dado. Según él, Lucas se pasaba la mano por el pelo siempre que ella se mordía el labio, y eso era señal de que se ponía muy nervioso. Micaela se estaba


preparando un té cuando sonó el teléfono. No tuvo tiempo de dejar la tetera encima de


la mesa antes de que el contestador ya respondía a la llamada.

-Lucas, «cari», ¿estás ahí? -Era Delfina. Micaela se quedó helada. Según Lucas, hacía más de tres meses que no la veía-. Supongo que no. -Soltó una risa tonta-. Te llamaba para decirte que he encontrado esa bufanda tuya que tanto te gusta detrás de mi sofá. -Hizo una pausa dramática y continuó-. Si quieres recuperarla, ya sabes donde estoy. Ciao.

Micaela estaba tan furiosa que temió romper la taza que aún sujetaba. Intentó serenarse. Si analizaba con calma el mensaje de Delfina, podía darse cuenta de que nada implicaba que Lucas hubiera estado con ella. Esa bufanda, si en realidad existía, podía haber estado allí desde mucho antes de que ella llegara a Londres. Pero estaba tan enfadada que no era capaz de pensar. Dejó la taza y se sentó en una de las sillas que había en la cocina. Ahora lo veía todo claro: Lucas no quería tener nada con ella. A él sólo le interesaban las mujeres como Delfina, mujeres


que utilizaban una excusa como una bufanda perdida para llamar su atención.

Y pensar que había echado de menos sus conversaciones... Era obvio que para él eso no


significaba nada. El muy cretino le había mentido. Dios, y ella que se había creído todo ese rollo sobre lo de encontrar a alguien especial. Micaela se dio cuenta de que ya no podía seguir en ese piso; una cosa era que él no quisiera ser su pareja y otra muy distinta, y mucho más dolorosa, era que él le hubiese mentido, que se hubiera burlado de ella. Por extraño que pareciera, Mica no derramó ni una sola lágrima, y sin pensar en lo tarde que era, descolgó el teléfono y llamó a Pablo.

-¿Sí? -respondió éste con voz soñolienta.

-¿Decías en serio lo de ayudarme a buscar piso? -preguntó ella sin disculparse


siquiera.

-¿Micaela? -Pablo se despertó de golpe y encendió la luz de su habitación para asegurarse de que no estaba soñando-. ¿Estás bien? ¿Ha pasado algo?

-Claro que estoy bien. -Respiró hondo-. Y no, no ha pasado nada.

-Bueno. -Pablo era perfectamente capaz de distinguir el dolor que se escondía en las palabras de Mica-. Vamos, cuéntamelo.

-Ha llamado Delfina.

-¿Delfina? -Eso era mucho peor de lo que imaginaba-. ¿Y qué quería? Hace mucho que no se ven.

-Seguro. -Micaela estaba convencida de que Pablo intentaba encubrir a su amigo para cumplir con la solidaridad masculina.

-Te lo juro. -Movió la almohada para estar más cómodo-. Y bien, ¿qué quería?

-Devolverle una bufanda.

-Micaela, piénsalo bien, casi estamos en junio. Nadie lleva bufanda en esta época; ni siquiera el estirado de Lucas.

Micaela tuvo que reconocer que en eso tenía razón.

-Da igual. Esa llamada ha sido sólo un aviso -replicó ella enigmática.

-¿Un aviso de qué? -Nunca lograría entender a las mujeres.

-De que si me quedo aquí acabaré pasándolo muy mal. -Respiró hondo de nuevo-. ¿Vas a ayudarme?

-Claro que sí. Te ayudaré, y no sólo con lo del piso. -Pablo siempre había pensado que Lucas era un hombre muy inteligente, pero empezaba a tener serias dudas al respecto.

-Gracias. -Mica comenzó a recuperar la calma, pero al ver la hora que era se sobresaltó-. Dios mío, Pablo, es tardísimo.

-Ya lo sé. -Bostezó-. Deberías acostarte.

-Siento haberte despertado -se disculpó Mica.

-No pasa nada. Para eso están los amigos. Buenas noches. -Pablo colgó antes de que ella pudiera desearle lo mismo.

Ella se quedó en la cocina unos minutos más. Lavó la tetera y la taza que había ensuciado para nada y, cuando estaba a punto de apagar la luz, oyó cómo se abría la puerta del piso.

-¿Micaela? -Lucas entró en la cocina-. ¿Aún estás despierta?

-Sí -respondió ella escueta-. Me he preparado un té, pero me temo que no puedo ofrecerte. Acabo de tirarlo todo.

-No te preocupes. -¿Eran imaginaciones suyas o Mica estaba más seria que de costumbre?-. Lo único que tengo ganas de hacer es acostarme.

Ella estuvo tentada de preguntarle si solo o con Delfina, pero se mordió la lengua.

-Me voy a mi cuarto -dijo ella antes de darle la espalda y echar a andar-. Buenas noches.

Lucas le colocó una mano en el hombro y la detuvo.

-No creo que puedas dormir si acabas de beberte una taza de té -comentó con una tímida sonrisa en los labios-. ¿Por qué no te quedas aquí conmigo a charlar un rato? Me gustaría hablar contigo sobre Pablo.

-El té lo he tirado -respondió ella apartando la mano de él-, así que no creo que tenga problemas para dormir. Y sobre Pablo no tienes nada que decir. No es asunto tuyo. -Lo miró a los ojos e, imitando su sonrisa, añadió-: Y si quieres «charlar» con alguien llama a Delfina. Ella estará encantada de hablar contigo. -Al ver que Lucas la miraba atónito, continuó-: Ha llamado hace un rato, «cari».

Cuando Lucas reaccionó, ella ya se había encerrado en su habitación. Fue hacia el contestador y escuchó el mensaje de Delfina. El calificativo que utilizó sonaba fatal.

Arreglar eso iba a ser más difícil de lo que creía.

Nadie como tú <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora