Capítulo 7

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Se oyó cómo se rompía una pieza de porcelana.

-Creo que eso ha sido una de mis tazas. Será mejor que vaya para allá antes de que me quede sin vajilla. Nos vemos luego para cenar. -La besó en la mejilla y se fue riéndose de un chiste que sólo ella parecía conocer.

Micaela seguía sentada cuando apareció Lucas y le dijo:

-Si quieres ir a visitar las termas, tenemos que irnos ya.

-¿Las termas? Ah, sí, los baños. De acuerdo, si a ti te parece bien, podemos ir. Lucas, ¿qué ha querido decir tu abuela con lo de que yo soy "ella"?

-Nada. No ha querido decir nada, cosas de gente mayor. ¿Quieres ir o no?

Lucas parecía tenso. Aquel hombre era capaz de hablarle con dulzura un instante y ponerse a dar órdenes al siguiente. «Y luego dirán que las mujeres somos complicadas», pensó ella.

-Está bien, lo siento, mi general.

Descolgó su abrigo, se despidió cariñosamente de Nana, que parecía ser la única que entendía por qué su nieto se había puesto de mal humor, y se fue de la casa
mirando por última vez la fotografía de Lucas soñando con los caballeros.

En el coche ninguno de los dos habló. Afortunadamente, el trayecto no duró mucho; las termas romanas de Bath estaban sólo a diez minutos y, una vez allí, la logística de buscar estacionamiento, comprar las entradas y recoger la guía los tuvo ocupados. Tras pasar la puerta principal, Micaela se quedó paralizada. Había leído mucho sobre las termas romanas pero el impacto de estar delante de aquellas magníficas ruinas fue muy grande. Como no se movía, Lucas le colocó una mano sobre el hombro para empujarla, pero tras lograr que reaccionara, decidió dejar la mano allí. A Micaela no parecía importarle, y a él le gustaba caminar con ella tan pegada a su cuerpo.

-Es precioso -balbuceó ella. Tan pronto como los dedos de Lucas empezaron a acariciar descuidadamente su hombro y, casi sin querer, la parte exterior de su clavícula, sintió cómo se le hacía un nudo en el estómago-. ¿Te das cuenta?, parecen vivas.

-¿Vivas? -preguntó Lucas notando cómo una especie de calor le subía por los dedos de la mano hacia el cuello y le anidaba en el pecho. Era como si el muro que había construido en su interior empezara a agrietarse.

-Sí, vivas, las piedras, las columnas, parecen vivas; como si quisieran contarnos algo. Como si fuera importante que siguieran aquí para hablarnos, para escucharnos, como si, no sé. Como si todo tuviera algún sentido. ¿Lo entiendes?

-No, Mica, no lo entiendo, pero no importa.

Lucas no apartó la mano, y caminando uno al lado del otro empezaron la visita.

Pasaron por los baños secundarios, por el baño del rey, tiraron monedas en la piscina
circular y acabaron la visita en la tienda de souvenirs.

Lucas rompió así el silencio que se había instalado entre ellos desde hacía rato.

No lo hizo porque fuera un silencio incómodo, sino todo lo contrario, y como eso lo
aterrorizaba, intentó volver a la situación inicial. Empezó a contarle la historia romana
de Bath y fue apartando la mano despacio. Mica lo escuchó con atención, pero no porque le interesara enormemente lo que estaba diciendo, sino porque intentaba entender cómo hacía ese hombre para alterarla de ese modo. Habían pasado dos horas mágicas. Micaela había recorrido casi la mitad de las ruinas con el brazo de él sobre su hombro; y recordaba lo bastante de los hombres como para reconocer cuándo uno se sentía atraído por ella. Y ahora, allí estaba él, contándole la historia de Bath.

-¿Qué te ha parecido? ¿Te ha gustado la visita? -preguntó Lucas al final de su clase magistral.

-Sí, mucho. -Aunque lo que más le había gustado a Micaela había sido que, durante un rato, Lucas había sonreído, recordándole al chico de todos aquellos veranos-. Me gustaría comprarme una postal, ya sabes, no dejo de ser una turista. ¿Te importaría? -Micaela le sonrió.

Nadie como tú <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora