Capítulo 25

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Lucas fue el primero en despertarse. Le dolía todo el cuerpo como si le hubieran dado una paliza, pero no había sido el dolor de la espalda lo que lo había despertado, sino notar la mano de Micaela en su abdomen y sus labios en el hombro. ¿Habían dormido juntos y no se acordaba? Era imposible. Si uno de sus sueños se hacía realidad,
tenía que acordarse. Además, era imposible que él hubiese podido hacer nada. Por mucho que deseara a Micaela, y la deseaba mucho, estaba demasiado enfermo como para hacerle el amor. ¿O no? Iba a volverse loco. Tenía que saberlo, y el único modo era preguntárselo a la rubia que tenía pegado a su costado.

-Micaela, despierta. -Ella se acurrucó aún más. Él estaba encantado, pero entonces notó que ella desplazaba la mano que tenía descansando en su cintura más abajo. Peligro. Si bajaba un centímetro más, notaría lo recuperado que estaba. Le tomó la mano e insistió-. Mica, despierta.

Lentamente, ella abrió los ojos y se desperezó. Cuando su cerebro conectó todos los cables y se dio cuenta de dónde estaba, se despertó del todo, y se incorporó sobresaltada.

-¿Cómo te encuentras? ¿Tienes fiebre? -Le tocó la frente, que ahora ya estaba fría-. Voy a buscarte las pastillas. -Iba a levantarse cuando Lucas la detuvo.

-Estoy bien. -Le tomó la muñeca y, por algún extraño motivo, no quería soltarla-. ¿Qué haces en mi cama? -preguntó él un poco sonrojado.

Micaela pensó que era fantástico ver que él también podía sentir vergüenza.

-¿No te acuerdas? -Mica se apartó el cabello de la cara. Siempre se levantaba hecha un desastre, y en ese instante Lucas vio el morado que le estaba apareciendo en la mejilla izquierda.

-¿Qué te ha pasado? -Le acarició la cara preocupado-. ¿Cómo te has hecho esto?

Al principio, Micaela no sabía de qué hablaba, pero cuando notó la punzada de dolor debajo del ojo se acordó del golpe que se había dado contra la mesilla al caer.

-No es nada. Voy a la cocina a por tus medicamentos. -Él seguía sin soltarla. Había algo raro en Micaela aquella mañana-. Lucas, ahora vuelvo. -Se liberó de la mano que le agarraba la muñeca.

«Gracias a Dios», suspiró ella. Ya no podía más. Si llega a estar dos minutos más sentada en la cama con Lucas mirándola con aquellos ojos y con la camisa del pijama desabrochada, se muere o se lo come a besos. Por desgracia, ninguna de las dos opciones era posible, así que tenía que recomponerse y seguir con su vida. Tardaría unos mil o dos mil años en olvidar a aquel hombre, pero lo lograría. Mientras, lo mejor que podía hacer era disfrutar de su amistad y sacar el máximo provecho de su
experiencia británica. Ya lo había decidido, ahora sólo tenía que creérselo y llevarlo a la práctica. Bebió un vaso de agua y preparó otro para su enfermo, tomó las pastillas, compuso su mejor cara de «sólo somos amigos» y regresó a la habitación.

Cuando entró, vio que Lucas se había abrochado la camisa del pijama y estaba sentado en la cama. Tenía la mirada ausente.

-¿Te sientes mal? Tienes que tomarte estas pastillas -dijo ella, acercándole el vaso de agua.

-Gracias. -Se tomó las pastillas, cerró los ojos, como si intentara pensar, y cuando volvió a abrirlos buscó con la mirada a Mica-. ¿Cómo te diste ese golpe en la mejilla?

-Me caí y me golpeé con la mesita de noche. No es nada -respondió ella sonrojada.

-Bueno. Mica, te lo preguntaré directamente, ¿te lo hice yo? No sé qué me pasa, no puedo acordarme de nada. -él estaba nervioso y no dejaba de tocarse el pelo-. Lo último que recuerdo es que te pedí que llevaras los artículos a Sam, ¿lo hiciste? Vaya tontería, seguro que sí. Esto ya me pasó una vez de pequeño, la fiebre se me disparó y... no sé, mi abuela dice que no paré de hablar, pero yo nunca logré acordarme de nada. Mica, por favor, dime si te lo hice yo antes de que me vuelva loco. -La miró directamente, esperando la respuesta.

Nadie como tú <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora