Epílogo

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Lucas y Micaela paseaban por Londres cuando sonó el móvil de Lucas.

-¿Cómo está Micaela? -preguntó Guillermo.

-Igual que ayer. -Lucas miró embobado a Micaela, que estaba ya en su séptimo mes de embarazo-. Guillermo, te juro que si pasa algo te llamaré en seguida. No tienes que llamar cada día.

Micaela se acercó a Lucas y le dio un beso antes de quitarle el teléfono de las manos.

-¡Guille! ¿Dónde estás?

-En el aeropuerto de Nueva York. Acabo de aterrizar.

-¿Qué tal el vuelo? -le preguntó mientras Lucas le compraba un refresco en un kiosco.

-Como siempre, aburrido y cansado. Pero después de despegar me he peleado con una chica.

-¿Ah, sí? -Guillermo nunca mencionaba a nadie en sus llamadas, así que Micaela supuso que esa pelea había sido importante.

-Sí, tenía una teoría muy interesante sobre cómo sentarse en un avión. En fin -suspiró Guillermo-, seguro que a ti te caería simpática. Espera un momento. ¡Se está llevando mi maleta!

-¿Quién? -Mica se dio cuenta de que Guille ya no la estaba escuchando que había empezado a gritar.

-¡Señorita! ¡Ésa es mi maleta! ¿Por qué me compraría una maleta negra?

«Porque eres un soso», pensó Micaela mientras Guillermo seguía refunfuñando.

-Mica, te dejo, la impresentable que se ha pasado todo el vuelo con el sillón reclinado, se está llevando mi maleta. ¡Llámame cuando vayas a Barcelona!

-Lo haré -respondió ella, pero Guillermo ya había colgado.

-¿Qué le pasaba a tu hermano? -preguntó Lucas antes de sentarse a su lado en el banco.

-No lo sé, creo que una chica se estaba llevando su maleta por error. -Micaela sonrió-. La compadezco, Guillermo enfadado da miedo.

-Lamento ser yo quien te lleve la contraria, pero tu hermano da miedo incluso sin estar enfadado.

-Muy gracioso. -Micaela le besó el cuello. Desde que estaba embarazada, el olor de Lucas la volvía loca-. Me encanta cómo hueles.

-Para o tendremos que regresar a casa antes de que hayas caminado todo lo que te ha dicho el médico.

-Está bien, aguafiestas. -Mica se levantó y siguieron andando-. ¿De qué te ríes? -preguntó al ver cómo Lucas sonreía.

-Me estaba acordando del día en que fui a buscarte al aeropuerto -respondió él enigmático.

-¿Y?

-Pues pensaba que si a tu hermano le pasa lo mismo que me pasó a mí, esa chica de la maleta no tiene ninguna posibilidad.

-¿Qué te pasó a ti? -Micaela se detuvo delante de él y lo miró a los ojos.

-Que te vi.

-¿Y? -Aun ahora, cada vez que él la miraba de ese modo se le derretían las piernas.

-Y perdí la capacidad de razonar.

Él la besó hasta que vio que un par de ancianos que pasaban por allí los miraban mal.

-Vamos, creo que ya has caminado bastante.

-¿En serio? -A ella le encantaba tomarle el pelo.

-En serio. Además, creo que hay un modo mejor de hacer ejercicio y de demostrarte lo que quiero decir.

Fueron a su casa. Habían decidido que la niña nacería en Barcelona, pero luego regresarían allí, a aquel edificio con un portal naranja donde se habían enamorado.

Después de hacer el amor, Lucas acurrucó a Micaela entre sus brazos.

-Te quiero, Micaela. -Él aún se sorprendía de que fuera tan fácil decirlo.

-Yo también te quiero, Lucas. Las dos te queremos. -Micaela apoyó la barbilla en el pecho de Lucas-. ¿Sabes una cosa?

-¿Qué?

-Ojalá tengas razón con lo de mi hermano.

-¿A qué te refieres?

-No sé, me gustaría que por una vez perdiera la cabeza por amor. Igual que nosotros.

-No creo que él pueda ser igual de... ¿cómo era eso que me decías hace unos minutos? -se burló él-, ya me acuerdo, «maravilloso», que yo.

-Bueno, pero puede intentarlo.

Lucas volvió a besarla para dejar claro que su hermano tenía aún mucho que aprender.

* * *

Nadie como tú <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora