Capítulo 29

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Se quedaron tumbados, abrazados, mirándose el uno al otro asombrados, como si no pudieran creer lo que acababa de pasarles. Él le apartó un mechón de pelo que tenía en la frente, ella lo peinó un poco. Los dos tenían el pulso muy acelerado. Lucas fue el primero en hablar.

-Micaela... yo. -No continuó, cerró los ojos unos instantes para recuperar el control-. Yo... -No sabía qué decir.

-Tranquilo. A mí me pasa lo mismo.

-¿Sí? ¿Qué te pasa? -Le tomó la mano y, cariñosamente, le besó los nudillos.

-Que no sé cómo explicar lo que hay entre tú y yo. -Micaela se incorporó un poco y le dio un beso muy dulce.

-¿Y no te da miedo? -preguntó él asombrado de que ella estuviera tan tranquila.

-Un poco. Pero creo que merece la pena que nos arriesguemos.

-Espero que tengas razón. -Lucas le pasó la mano por el pelo. Tenía que irse de allí. Necesitaba estar solo para pensar en lo que había pasado-. Tengo que levantarme.

-Claro. -Mica se apartó, pero antes de que él se incorporara del todo, lo tomó del brazo-. Lucas, lo único que te pido es que lo intentes. ¿De acuerdo?

-De acuerdo. -Él le dio uno de aquellos besos que la dejaban sin sentido y se fue hacia el baño.

Micaela se durmió en pocos segundos. Nunca había sido tan feliz.

Lucas estaba sentado en el suelo del cuarto de baño, con la espalda contra la puerta y la cabeza entre las rodillas. Dios, ¿qué había sido aquello? No sólo acababa de tener el mejor sexo de toda su vida, había habido un momento en que creyó que mataría al que intentara separarlo de ella. No podía dejar de pensar que tenía que serenarse, que tenía que recuperar el control.

-Seré idiota -se autocensuró Lucas-. Estaba convencido de que si nos acostábamos todo se iba a normalizar, que yo volvería a ser yo, y mírame, aquí estoy, hablando solo y congelándome el culo con este suelo tan frío.

Se levantó, se refrescó por enésima vez la cara y volvió a la habitación dispuesto a quitarle importancia al asunto. Se repetía una y otra vez que no había para tanto, que toda aquella pasión acabaría apagándose un poco, que su corazón recuperaría su velocidad habitual. Se lo repitió unas diez veces mientras se acostaba en la cama y se acercaba al cuerpo dormido de Micaela, y lo repitió una vez más cuando ella se acurrucó e inconscientemente se abrazó a él. Entonces, Lucas se dio cuenta de que era feliz, y que si la dejaba escapar quizá jamás volvería a sentir todo eso por nadie. Cerró los ojos y dijo en voz baja:

-¡Qué demonios!, lo voy a intentar.

Lucas no durmió en toda la noche. La verdad era que lo aterrorizaba pensar que su perfecto y ordenado mundo iba a cambiar. Se veía capaz de controlar el sexo, pero la pasión y el amor eran otra cosa. Además, la única cosa que había aprendido con el divorcio de sus padres y con la muerte de su padre era que los sentimientos sin medida son destructivos, dañinos, y que él iba a luchar contra todo, incluso contra sí mismo, para no sentirlos. Sabía que no podría sobrevivir a ellos. Su padre lo había intentado y había acabado convirtiéndose en un alcohólico, solitario y muerto.

Micaela se despertó y estaba sola. «A lo mejor lo he soñado todo», pensó. Pero no, vio que estaba en la cama de Lucas y oyó la ducha. Se desperezó, todo era maravilloso.

Seguro que debía de tener cara de idiota, no recordaba haberse sentido nunca tan contenta, tan feliz.

-Buenos días. -Lucas la saludó desde la puerta de la habitación. Estaba recién duchado, llevaba sólo una toalla atada a la cintura y a Mica se le hizo agua la boca con sólo mirarlo.

Nadie como tú <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora