Capítulo 32

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-¿Y si te dijera que sí? -preguntó ella a su vez mirándolo a los ojos.

-Entonces te pediría que no volviera a suceder, por favor. Quiero darle una oportunidad a lo nuestro.

-¿No te importaría que me hubiera acostado con él?

Él tardó unos segundos en contestar.

-Sé que se supone que debería decir que no -se pasó nervioso las manos por el pelo-, pero mentiría. Me importaría. Mucho. Muchísimo.

-Pues no pasó nada -explicó ella sincera al ver que él, sin saberlo, le estaba ofreciendo un pedacito de su corazón-. Nada.

-¿De verdad? -Lucas empezó a tranquilizarse.

-De verdad. Yo nunca haría algo así. Y Pablo tampoco. Él te quiere mucho, ¿sabes?

-Ya, bueno. Supongo que sí. -Lucas sonrió-. De lo contrario, seguro que habría intentado acostarse contigo.

-¿Y tú? -Ya que él había sacado el tema, Micaela decidió preguntarle sobre Delfina.

-¿Yo qué? -Él no entendía la pregunta.

-Delfina. -Mica se limitó a pronunciar ese odioso nombre.

-¿Delfina? -Lucas pareció realmente ofendido-. No creo ni que lograra excitarme.

Micaela se ruborizó al oír ese comentario tan gráfico y a la vez tan sincero.

-En cambio, contigo, ése parece ser mi estado permanente. -Lucas se acercó a ella y le dio otro beso-. Vamos, vete ya o no acabaré esto nunca.

-De acuerdo. -Micaela se rió y se apartó de él.

Caminó hacia el pasillo y, por un instante, tuvo una duda, ¿entraba en su habitación o en la de Lucas? Él ya estaba sentado frente al ordenador y Micaela oyó cómo las teclas dejaban de repicar un segundo. Notó los ojos de él clavados en su nuca y, sin dudarlo, abrió la puerta de la habitación de él. Sintió que él sonreía a su espalda.

-Buena elección, princesa -dijo en voz baja. Micaela no lo había oído, pero seguro que sabía que eso lo había hecho feliz.

Por desgracia, Lucas tuvo que quedarse un par de horas más trabajando en el nuevo artículo. La próxima edición estaba a punto de salir y quería tenerlo acabado por si volvían a ser víctimas de un robo. También aprovechó para revisar un par de currículos. Odiaba desconfiar de sus compañeros, pero tenía que reconocer que la teoría de Sam tenía cierta lógica. Por suerte, no encontró nada y decidió irse a dormir.

Abrió sigilosamente la puerta; Micaela ya estaba dormida, y él se desnudó y se metió en la cama. No sabía cómo ponerse, era la primera vez que dormía con una mujer sin haber tenido relaciones sexuales antes. Estaba rígido, no sabía qué hacer, pensó que no pegaría ojo en toda la noche, hasta que ella se movió y se abrazó a él. Estaba dormidísima, pero se acurrucó a su lado y susurró su nombre. Entonces, Lucas cerró los ojos y se durmió.

Al sonar el despertador, MIcaela fue la primera en despertarse, abrió los ojos y tras comprobar que Lucas seguía dormido, se levantó y se fue a la ducha. Luego preparó su bolsa para ir a casa de los Abbot. Estaba un poco nerviosa. Aparte de Nana, ellos eran lo más parecido a una familia para Lucas, así que no quería causar mala impresión.

Mientras escogía la ropa se le ocurrió que quizá Sam y su esposa supieran algo sobre la muerte del padre de Lu; tendría que encontrar el modo de hablar con ellos. Ya vestida, preparó el desayuno y fue a comprobar si él se había despertado.

-Lu, ¿estás despierto?

Vio que la cama estaba vacía y oyó correr el agua. Se estaba duchando. Por un instante, estuvo tentada de interrumpir su ducha igual que él había hecho el día anterior, pero descartó la idea. Quería que Lucas confiara en ella, y el sexo, aunque era fantástico, sólo servía para que él ejerciera un control más fuerte sobre sus emociones.

Tenía que encontrar el modo de que bajara la guardia y, la próxima vez que hicieran el amor, el señor Velasco no sería capaz de controlar nada. Ya se encargaría ella de eso.

Lucas apareció en la cocina perfectamente duchado y con una bolsa de viaje en la mano. Vio que Mica estaba desayunando tostadas y leyendo un libro. Se la veía feliz, y a él le dio un vuelco el corazón.

-¿Qué estás leyendo?

Ella termino de masticar el bocado que aún tenía en la boca.

-El conde de Montecristo. ¿Lo has leído?

-No. Pero he visto la película.

-La película no está mal, pero el libro es genial. Yo lo he leído muchas veces, es uno de mis preferidos. Siempre que viajo, lo llevo conmigo. -Señaló el libro que ahora estaba encima de la mesa-. Me lo regaló mi abuelo.

Entonces Lucas se dio cuenta de lo vieja que era la edición y de lo gastado que se veía el libro. Recordó que el abuelo de Guillermo y Micaela era un señor serio y reservado, pero que quería a sus nietos con locura.

-¿Tu abuelo?

-Sí. Supongo que heredé de él la pasión por los libros. Murió hace seis años. - Micaela cambió de tema-. En fin, ¿a qué hora tenemos que irnos?

-No hay prisa. Hemos de estar allí a la hora de comer. -Se acercó a la mesa y tomó la novela-. ¿Me lo dejarás? -Antes de que ella pudiera contestar, él bajó la cabeza y le dio un beso.

-Claro -respondió la rubia.

-¿Sabes una cosa? -dijo él mientras le colocaba un mechón de pelo detrás de laoreja-. Aún tengo Charlie y la fábrica de chocolate. Siempre lo he llevado conmigo; en la universidad, en mis trabajos. Ahora está guardado en el primer cajón de mi escritorio.

Ella se sonrojó al acordarse del día en que le regaló ese libro, y lo miró sorprendida. No esperaba que él lo hubiera guardado todos esos años. No sabía qué decir, así que optó por una salida fácil:

-Yo ya estoy lista. Cuando quieras podemos irnos.

Lucas la miró, y vio en ella una determinación que no había visto antes. Algo estaba tramando, pero si Micaela no se lo contaba, él, de momento, no iba a preguntárselo.

-Pues vamos.

En el coche, a él se le veía pensativo; conducía sin decir nada, no podía dejar de dar
vueltas a cómo le estaba cambiando la vida.

-No pienses tanto -dijo ella sin dejar de mirar el paisaje.

-No estoy pensando -contestó él enfurruñado.

-Sí lo haces; puedo oír tus pensamientos desde aquí. -Entonces ella se volvió y lo miró-. Si sigues así, se te arrugará la frente. -Le acarició el entrecejo con suavidad.

-Está bien -reconoció él-, estaba pensando.

-¿En qué? -le preguntó ella, dejando de acariciarle.

-¿En qué?, ¿cómo «en qué»?

Ella no contestó.

-Pues en «lo nuestro» -prosiguió él malhumorado.

-¿Lo nuestro? -Micaela sonrió-. ¿Te han dicho alguna vez que te preocupas demasiado?

-Constantemente.

-Pues deberías dejar de hacerlo. -Volvió a acariciarlo, esta vez en la nuca.

-Ya. -Le costaba pensar con ella tocándolo-. Me preocupa que acabe haciéndote daño. No me lo perdonaría.

-No vas a hacérmelo. -Notó cómo se le tensaban los músculos del cuello-. Tranquilo, ya soy mayorcita y sé dónde me estoy metiendo. -Seguía acariciándole y él fue relajando la respiración.

-Me alegro de que al menos uno de los dos sepa lo que está haciendo. -Soltó el
aliento-. Mira, estamos llegando, es esa casa.

Nadie como tú <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora