Capítulo 13

272 21 1
                                    

-Déjame entrar en mi habitación -refunfuñó Lucas pasándose nerviosamente las manos por el pelo y sin mirarla a la cara.

-¿Se puede saber qué te pasa? Nos hemos besado y... yo... bueno, a mí... me ha gustado. Mucho. -Ella intentó acariciarle la mejilla, pero él se apartó como si le hubiera quemado.

-Micaela, apártate, me quiero acostar. Estoy cansado, y lo que ha pasado abajo es sólo una muestra más que evidente de lo mucho que necesito dormir, así que apártate y vete a la cama. Mañana será otro día y los dos nos habremos olvidado de esta tontería. -Levantó la ceja y, con una mano, intentó que se hiciera a un lado.

-No. No pienso moverme hasta que me contestes una pregunta. -A Mica empezaba a temblarle la voz. Quizá todo lo que había sentido mientras se besaban


estaba sólo en su imaginación. Pero no, ella había notado cómo a Lucas le latía el corazón, cómo se le aceleraba el pulso, así que tenía que saberlo-. ¿Por qué sientes haberme besado?

Entonces él la miró, se mesó el cabello por enésima vez, respiró profundamente y contestó:

-Lo siento porque ha sido un error, una tontería. El cansancio, la cena, el vino, esa camisa roja. Un error. Yo no puedo hacer esto. No contigo.

-No ha sido ningún error. -Y diciéndolo, le rodeó el cuello con los brazos y volvió a besarlo. Él se resistió unos segundos, pero en seguida respondió al beso con todas sus fuerzas.

-Mica, para. Si no paras tú, yo ya no podré hacerlo.

Lucas dijo esas palabras mientras, con una mano, le desabrochaba los botones de la camisa, y con la otra abría la puerta de su habitación.

-¿Y quién te ha pedido que lo hagas?

Ella le lamió el cuello y empezó a levantarle la camiseta. Una pequeña parte de su cerebro le dijo que al día siguiente se arrepentiría, pero con los labios de él recorriéndole la clavícula, descartó esos pensamientos por completo.

Lucas sabía que aquello no estaba bien, que Mica se merecía mucho más de lo que él estaba dispuesto a darle en esos momentos, pero Dios, había intentado ser noble y ella se lo había puesto muy difícil. Debería apartarla, encerrarse en su habitación y no salir de allí hasta que supiera si estaba dispuesto a arriesgar su corazón por Micaela. Sin embargo, ahora, lo único en lo que podía pensar era en que su cuerpo la necesitaba; necesitaba sentir que ella le deseaba, sentir cómo sus manos le recorrían el cuerpo, cómo ella le entregaba un poco de su alma. Dios, qué egoísta era. Tenía que apartarla sin perder un instante, mientras aún tuviera fuerzas.

-Mica, princesa. -Le cogió las manos y las apartó de su abdomen, pero ella se soltó y las colocó encima de su entrepierna-. No puedo.

-¿No puedes qué? -Le besó la mandíbula.

-Esto... -Lucas la miró a los ojos, y al ver el calor que brillaba en ellos, se rindió-. Bésame.

Y ella lo hizo.

Los dos se buscaron frenéticamente, con sus labios, sus manos, su piel. Era como si


no pudieran respirar el uno sin el otro. Se desnudaron en segundos, sin delicadeza, con prisa, sin importarles nada más a ninguno de los dos.

Cuando estuvieron desnudos, Lucas se detuvo un segundo para observarla.

-Eres preciosa. Ven aquí. -Tomó una caja de preservativos sin abrir-. ¿Estás segura? -preguntó una última vez antes de tumbarse a su lado.

-Cierra la boca -fue la única respuesta que obtuvo antes de que Micaela se sentara encima de él y lo besara.

Lucas no pudo aguantar más; llevaba cinco semanas en un estado de permanente excitación y al sentir su piel desnuda junto a la de él, su cuerpo tomó el control, entró dentro de ella y perdió la poca cordura que le quedaba.

-Lu -gimió Mica, sorprendida, y con una mano buscó la de él.

-Me gusta que me llames así. Sólo tú me llamas así. -Lucas entrelazó sus dedos con los de ella y le acercó los nudillos a los labios.

Quería decir algo más, pero no sabía qué. Sabía que lo que estaba sintiendo no era sólo placer, aunque fuera el mayor que había experimentado nunca; sabía que era algo más, pero no lograba identificarlo, de modo que optó por no decir nada.

Los dos se movían al unísono, diciéndose con sus cuerpos aquello que llevaban semanas sintiendo, y cuando ninguno de los dos pudo soportarlo más, ambos se abandonaron por completo.

Cuando dejaron de temblar, Mica se acurrucó encima de Lucas y le besó el hueco del cuello. Lucas no dejaba de acariciarle el pelo mientras intentaba recuperar la


respiración.

«Debería soltarla», pensó él, pero no podía. Acababa de tener el mayor orgasmo de su vida y aún estaba excitado. Eso no era normal, o al menos no para él. No podía parar, no podía dejar de moverse, quería, necesitaba volver a sentir cómo ella lo


envolvía en su calor una vez más. Intentó obligarse a apartarse, pero cuando casi había reunido las fuerzas necesarias para hacerlo, Micaela volvió a mover las caderas, dándole permiso para volver a perder el control. Esta vez intentó ser más delicado, se dijo que la acariciaría, que la besaría... pero se equivocó. En cuanto ella le lamió el lóbulo de la oreja, todo su cuerpo se prendió fuego, y juntos se precipitaron de nuevo hacia el límite.

Pasados unos minutos, se dio cuenta de que con dos veces tampoco tenía bastante; tal vez nunca lo tuviera. Micaela se había dormido abrazada a él y, con mucho cuidado, la colocó a su lado y se levantó para ir al baño. Regresó en seguida y se quedó mirándola.

Había sido un error. Los dos llevaban semanas atormentándose con miradas


furtivas y caricias inocentes, y esa noche el vino había destruido las pocas defensas que a ambos les quedaban. De todos modos, Lucas era lo bastante honesto como para reconocer que había sido la mejor noche de toda su vida. Por mucho que quisiera


engañarse y justificar su comportamiento por el nivel de alcohol en su sangre o por el


cansancio acumulado, nada podía ocultar lo que había sentido al acostarse con Micaela. Él había estado con bastantes mujeres, no podía decirse que fuera un semental ni un


mujeriego, pero tampoco había sido un monje, y nunca, nunca, había sentido tanto placer como esa noche con ella. ¿Cómo podía saber si era algo más? ¿Cómo podía saber si valía la pena arriesgarse? ¿Que no acabaría como su padre?

La respuesta era muy sencilla; no podía saberlo. Y, por el momento, Lucas no estaba dispuesto a arriesgarse. Así que sólo le quedaba una opción: seguir solo.

Se abrazó a Micaela. Ella aún estaba dormida, y Lucas aprovechó cada instante para


acariciar su piel y grabar en su memoria cada detalle, porque cuando se despertara, le diría que esa noche maravillosa había sido sólo una noche de sexo sin compromiso, y que él no sentía nada por ella.

En resumen, iba a mentirle.

Nadie como tú <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora