Capítulo 39

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Llegó el fin de semana. Micaela había intentado hablar con Lucas un montón de veces. Sabía que la idea de volver a Barcelona la tenía preocupada, pero él no sabía qué decirle. Por una parte sólo de pensar en estar sin ella se sentía desfallecer; durante todo


ese tiempo que habían pasado juntos, Micaela había logrado recordarle que tenía un corazón, y que era capaz de sentir. Ella no podía irse, sencillamente no podía. Pero por otra parte, tal vez fuera lo mejor. Él aún no estaba convencido de que lo suyo fuera a acabar bien; aún había muchos temas que los separaban y, por otra parte, no podía quitarse de la cabeza qué demonios había estado haciendo Micaela con Steve ese día.

Cuando le preguntó a Nana por una sorpresa, ella se hizo la loca y no contestó. No le dijo nada, se limitó a ignorar la pregunta. Lucas no lograba dejar de pensar que lo mejor sería dejar que ella regresara a Barcelona, y esperar a ver cómo evolucionaban las cosas. Si algo tenía claro Lucas era que no quería convertirse en su padre una relación a distancia le daba más seguridad. De ese modo, sería mucho menos probable que se enamorase de Micaela completamente, y tal vez lograse recuperar un poco el


control de su vida y de sus emociones. Y por otro lado, si las cosas se estropeaban entre los dos, quizá pudiese sobrevivir. Sí, eso sería lo mejor. Ahora tenía tres semanas para encontrar el modo de decírselo.

El sábado por la mañana, cuando Lucas fue a correr con Gonzalo, Micaela llamó a Silvia para pedirle los artículos de Lucas, o, como mínimo, las fechas y las revistas en las que se habían publicado para poder localizarlos. El problema fue que no encontró a nadie en casa, por lo que tuvo que conformarse con dejar un mensaje en el contestador:

-Silvia, soy Micaela. Llamaba para pedirte un favor. -Ella odiaba hablar con una máquina- Necesitaría que me mandaras los artículos de Lucas. Ya te lo contaré, es una sorpresa. -En ese momento, no pudo evitar añadir-. Lo quiero, y creo que he encontrado el modo de que perdone a su padre. Llámame. Adiós.

Al cabo de diez minutos, sonó el teléfono.

-¿Mica? -preguntó Silvia desde el otro extremo de la línea.

-¡Silvia! Te oigo muy mal -respondió la rubia-. ¿Dónde estás?

-Estamos todos en Escocia. Las niñas y yo hemos venido a pasar unos días con Sam. Regresaremos la semana que viene.

-¡Qué bien! Así pueden tomaros unas pequeñas vacaciones. Me alegro.

-He oído el mensaje que has dejado en el contestador de casa y estoy muy intrigada -prosiguió Silvia.

-Ya, bueno. -Micaela se sonrojó al recordar que había dicho que quería a Lucas-. Nana, un amigo de José y yo estamos preparando un artículo sobre el


padre de Lucas. -Prefirió no decir quién era ese amigo. No quería que Sam se preocupara innecesariamente durante esos días-. Te lo contaré cuando regreses.

-Estoy impaciente. -Silvia se rió de algo que hacían las niñas con su padre-

Tengo que dejarte. Hazme un favor.

-Lo que quieras -respondió Micaela sin dudarlo.

-Dile a Lucas lo que me has dejado dicho en el contestador. -Colgó antes de que ella pudiera responder.

Después de dejar a Gonzalo, Lucas volvió a su casa solo, y pasó todo el camino pensando en cómo hablar con Micaela sobre su viaje a Barcelona. Gracias a la experiencia que ella había adquirido y a los contactos que Lucas y Sam tenían en España, seguro que podría encontrar con facilidad un buen trabajo a su regreso. Él haría todo lo que estuviera en su mano para que así fuera. Podían seguirse viendo en vacaciones y los fines de semana; hoy en día eso no era ningún problema. Así, ambos


tendrían tiempo y espacio para darse cuenta de lo que de verdad sentían. Sí, eso era lo mejor. Aunque había una pequeña parte de él que tenía miedo de que ella se fuera, tenía miedo de perderla. Pero no, eso era una tontería, y la alternativa de que ella se quedara a vivir con él era demasiado peligrosa.

Entró en casa y encontró a la rubia leyendo en el sofá.

Dios, cómo iba a añorarla.

-Hola, ya estoy aquí -saludó él, y se acercó para darle un beso.

-Hola. Te he echado de menos. -Ella le rodeó el cuello con los brazos-. Me encanta cómo hueles.

-No creo -respondió él sonrojándose-. Estoy todo sudado.

-Ya, por eso. -Ella le recorrió la oreja con la lengua.

-He creado un monstruo -sonrió él-. Suéltame. -Le dio un beso en la nariz y se apartó-. Voy a ducharme y luego prepararé esos espaguetis que tanto te gustan.

Gracias a Micaela, Lucas se había aficionado a cocinar de vez en cuando, y su especialidad -espaguetis con atún y tomate fresco- era digna del mejor restaurante italiano.

-De acuerdo. Pero no creas que vas a librarte de mí tan fácilmente.

A Mica le encantaba ver cocinar a Lucas. Comparado con ella, era tan meticuloso que parecía que estuviera operando a alguien a vida o muerte en vez de estar cortando unos tomates a dados. Como siempre, la pasta le quedó buenísima, y durante la comida estuvieron hablando de lo que iban a hacer esa noche.

Thiago, uno de los mejores amigos de Lucas, los había invitado a una fiesta para celebrar que él y su nueva novia se iban a vivir juntos. Todas sus amistades iban a estar allí, todos excepto Pablo, que había tenido que irse a Barcelona pues desde su oficina le habían pedido que se encargara de un proyecto.

-Tenemos que comprar algo -dijo Mica mientras él empezaba a recoger los platos-. No podemos presentarnos allí con las manos vacías.

-Si tú lo dices. Seguro que sabes mucho más que yo de estas cosas de protocolo.

-No sé, si tú te fueras a vivir con alguien a una casa nueva, ¿no te gustaría que te llevasen un regalo? ¿O algo para la fiesta?

Lucas se dio cuenta de que ése era el momento perfecto para sacar el tema de la partida de ella.

-Bueno, como yo nunca me iré de este piso -respondió sin darse la vuelta-. Aquí estoy muy bien, y hay espacio de sobra para uno. -Era un cobarde, no se atrevió a decir lo que de verdad quería, y prefirió salir por la tangente.

Oyó cómo Micaela tomaba las copas y se acercaba a él.

-Ya, pero hay gente que es más valiente, y que se atreve a irse a vivir con la persona a quien ama -replicó ella, y dejó las copas sucias en la cocina-. Supongo que Thiago es de ésos. -Mica lo miraba sin inmutarse-. Voy a salir a comprarles un regalo. ¿Me acompañas?

-¿Te molestaría mucho ir sola? Fregaré los platos y repasaré el artículo que estoy escribiendo por si este mes tenemos algún problema.

-No pasa nada. Iré yo sola. -Ella tomó el bolso-. No tardaré. -Le dio un beso y se fue.

Ya en la calle, Micaela pensó en la extraña conversación que acababa de tener con Lucas. ¿A qué venía eso de decirle que él no pensaba mudarse nunca de aquel piso y que era lo bastante espacioso para una persona? Ella le había ofrecido miles de veces irse a un estudio, o alquilar una habitación en algún sitio, y él siempre se había negado. Si había cambiado de opinión, ¿por qué no se lo decía? Para ella, las últimas semanas habían sido las mejores de toda su vida, pero tal vez para él sólo habían sido una manera entretenida de pasar el tiempo. No, Lucas no era así. Él no había estado pasando el rato con ella; todos aquellos besos, aquellas conversaciones, no se tienen con alguien que no te importa. Lo único que pasaba era que Lucas no estaba acostumbrado a compartir su vida y sus sentimientos con nadie, y tenía miedo de que le hicieran daño.

Ella lo había sabido desde el principio, y aun así había decidido arriesgarse a estar con


él. Lo mejor que podía hacer era hablar con Lucas de una vez por todas; faltaba menos de un mes para que se acabara su contrato en The Whiteboard, y ella se negaba a creer que su relación fuera a terminar con él.

Nadie como tú <<adaptada>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora