Capítulo 10: Inesperados aliados

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Un hombre detrás de un árbol apuntaba nuevamente el arco a mi cabeza y sabía que esta vez no fallaría. Podía reconocer desde esta distancia el uniforme que portaba, era sin duda alguna un soldado de las Fuerzas Especiales. De seguro me había reconocido y no le importaría ser él quien entregue a la máxima fugitiva y la número uno en pedido de captura. Viva o muerta, mejor para él si era de la segunda manera.

Extraje la daga escondida entre la montura. La sujeté fuerte, los nudillos casi blancos. Saqué fuerza de todo mi cuerpo y lancé la daga directo a la cabeza del soldado, pero era uno del FE, un hombre al que había entrenado. Esquivó la daga que fue a clavarse en el tronco del árbol a un par de metros detrás de él. Zik ya se encontraba sobre una piedra apuntando con su arco. Flechas volaron en todas direcciones. Supuse que ese soldado no estaba solo y lo confirmé al ver dos cuerpos caer al suelo con la flecha sobresaliendo de sus pechos o de la cabeza. De un salto baje del caballo y tomé la espada. El ejército desertor de Kell hizo lo mismo, algunos tomaron flechas y la mayoría espadas. Corrí hacia el bosque con Hees pisándome los talones.

-¿De verdad piensas ir al encuentro de las personas que intentan matarte?-preguntó incrédulo con una sonrisa que mostraba que ya se esperaba eso.

-Si yo no los mato ahora ellos lo harán después conmigo- respondí. 

Me cubrí junto con Hees en un árbol cuando una lluvia de flechas era lanzada en nuestra dirección.

-Les dije que estarían mejor sin mí- comenté asomando la cabeza por un lado para observar a nuestros atacantes.

-¿Qué es lo que quieren?-preguntó. 

-No es qué, es quién.- sonreí de lado y volví a asomarme- ¡Creí que los había entrenado mejor que esto ¿es que acaso no les enseñé a pelear como hombres?!

Esta vez Hees me miró realmente incrédulo. No pude más que encogerme de hombros en respuesta. Los arcos cayeron al suelo con el ruido amortiguado por las hojas secas y la tierra blanda. Salieron de los árboles con sus espadas en manos. Saqué una nueva daga de un bolsillo oculto dentro de mi capa y sonreí a Hees antes de salir de detrás del árbol y lanzarla hacia el soldado más cercano a quien se le clavó la daga en el hombro, soltó la espada y se sujetó la herida con la otra mano.

-¿Cómo hace para esconder tantas armas en su ropa?- oí que Hees se preguntaba mientras salía de su escondite. No pude evitar soltar una pequeña risa antes de volver a entrar en acción. 

Asesté el primer golpe a un juez de paz que se acercaba. A mi alrededor el FE luchaba contra los soldados de Kell. Si sobrevivía a esto y si alguno del FE lo hacía no cabía duda de que el rumor de estar aliada a los hombres del emperador enemigo se esparcirían como humo por todo el imperio. La famosa jefa de las Fuerzas Especiales aliada con el enemigo, sería peor que ser dada por desertora. La condena a eso era muerte y mis propios hombres me la darían. 

Seguí luchando contra los soldados. Uno a uno iban cayendo. Cuando todos estaban en el piso muertos o inconscientes volvimos al claro. Recogimos todo rápidamente y tomamos los caballos. Me acerqué a Hees y le tomé del brazo para que me prestara atención.

-Lo haré, les ayudaré. Te contaré todo pero solo a ti, me entendiste?- Hees asintió.

Montamos y cabalgamos hacia el sur. Hacia la fortaleza natural. 

-Que las chicas me perdonen....


Llegamos cerca de la media noche. La oscuridad había dificultado nuestra marcha, teniendo que andar más lento de lo que quería. También era peligroso, nadie podía saber qué peligro acechaba en las sombras. En el camino pensé en cómo les comentaría a las chicas sobre nuestros nuevos aliados. El grupo se hacía cada vez más y más grande. Uno o dos habían muerto en el enfrentamiento en el bosque pero aún así seguían siendo demasiados. No sabía si la comida alcanzaría para todos y tendría que además conseguirles ropa adecuada. Era todo un problema. Por otro lado también estaba la gran mentira de Erin. Sabía que ahora no podía confiar en él y no podría dejar de vigilarlo todo el tiempo. Por alguna razón se me hacía más fácil confiar en Hees y sus hombres que en él; tal vez porque me sentía identificada con ellos, después de todo a mí me había ocurrido lo mismo; o tal vez por el hecho de que hasta ahora no habían mentido. 

Dejamos los caballos en el establo improvisado. Eran tantos que apenas cabían, teniendo que poner dos caballos en cada cubículo y algunos fuera atados a piedras y algún tronco seco y escuálido. Salimos de nuevo al camino y entramos en la grieta de a uno por vez: yo en la cabecera, Hees detrás y Zik al final de la fila. Al emerger al exterior el aire fresco y el cielo estrellado nos recibieron. Me quité la capucha para admirar el firmamento. Tan infinito y hermoso, las estrellas como diamante iluminándonos y la luna como una espectadora atenta a los dramas de la tierra. Jamás me cansaría de contemplarlo. 

Una mano helada se posó en mi hombro, el frío traspasando la gruesa tela. Pegué un salto, en cuestión de segundo e instintivamente tomé esa mano y con toda mi fuerza arrojé a la persona contra el suelo a mis pies. Erin cayó de espaldas gritando de dolor y una mueca en su rostro. Me quedé sorprendida pero no me molesté en ayudarlo. Se lo merecía. Pero no me percaté de lo que había hecho realmente.

-¡Auch! ¿Dónde aprendiste a hacer eso?- preguntó impresionado mientras se levantaba. No supe que responder y mire a Hees rogándole ayuda con la mirada. Él entendió y fue en mi socorro.

-Se lo enseñé yo. Una dama debe saber protegerse- respondió Hees en mi ayuda. Erin lo miró advirtiendo por primera vez su presencia. Su rostro se volvió serio.

-¿Y tú quién eres?-preguntó evaluándolo de pies a cabeza.

-Mi nombre es Hees y estos son mis hombres- presentó de lo más cortés. Una mueca de desconfianza, y quizá desprecio, asomó en su rostro. Giró en mi dirección, me tomó del brazo y me acercó a él.

-¿Quiénes son y qué hacen aquí?- murmuró un deje de enfado surgiendo en su mirada.

-Nada que deba explicarte a ti. Te recuerdo que eres nuestro invitado y gracias a mí sigues aquí. Si quieres quedarte deberás acatar mis órdenes y aceptar mis decisiones.

Sin decir más me alejé de él en dirección a la cabaña que ahora parecía demasiado pequeña para tanta gente. No fue necesario mirar atrás para saber que me seguían de cerca, probablemente con Erin quedándose atrás. Si tenía mucha suerte el deseo de quedarse se iría y nos dejaría en paz. Entré por la puerta y caí al suelo. Zach se arrojó sobre mí tumbando a ambos al suelo.

-¡Volviste!- gritó de alegría mientras sus brazos por poco me asfixiaban. Le devolví el abrazo y nos sentamos sobre las maderas del piso.- Creí que no volverías, que nos dejarías.

-¿Por qué haría eso?- pregunté indignada- Ustedes son mi familia, nunca los abandonaría.

Lo abracé más fuerte. Por el rabillo del ojo podía ver como Hees sonreía con ternura al vernos, Erin estaba recostado contra la estructura cruzado de brazos y mirando los yuyos bajo sus pies, y Zik tenía una expresión de asombro y encanto al ver algo sobre nosotros. Giré en esa dirección y vi a Joy con una radiante sonrisa. <Ooh, ya entiendo>.

 Me ayudo a alzarme y me envolvió en un abrazo. El resto de las chicas se unieron. No pude evitar reírme de la situación. 

-Solo pasaron dos días. Día y medio en realidad ¿por qué tanto alboroto?-pregunté con una sonrisa complacida por tanta atención. Nos separamos y deje que los hombres entraran. Unos oh se escucharon en la sala.- Son unos... amigos. Dejé que se quedaran aquí por unos días. 

Cada uno se presentó. Noté que intentaban como podían de esconder el escudo de Kell. Me pareció razonable que lo hicieran  teniendo en cuenta que no sabría como explicarlo sin tener que revelar su secreto. Por un momento el silencio reinaba en la sala hasta ser incómodo. El rugido del estómago de Hope resonó en la habitación. Se sujetó el abdomen e hizo un puchero. 

-¿Ya podemos comeeeer?.- preguntó arrastrando la e y suplicando a Joy. Luego se dirigió a mi- No hemos comido esperando a que llegaras.

-Claro, la sopa esta en el fuego. Hice bastante pero dudo que alcance para todos- se disculpó.

-No se preocupe por nosotros señorita, tenemos comida en nuestros bolsos. Podemos comer eso, se sorprendería con lo poco que nos conformamos- Zik sonrió a Joy quien devolvió el gesto, asintió y se fue a la cocina. Hees y yo lo miramos con sonrisas burlonas. Nos miró.- ¿Qué?

-Nada- respondimos al unisono. 

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Capítulo 10!!! Espero les vaya gustando... Zik en la foto! Un beso enorme -Flor

ThiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora