La puerta se cerró dejándome en esa habitación con el hombre. El espacio era pequeño, lo suficiente para la cama en la que me encontraba, la mesa y un estante con algunos libros de aspecto nuevo y más frascos llenos de líquidos relucientes de todos colores: rojos, azules, verdes y ámbar, otros más oscuros que parecían agua estancada.
El hombre me mira fijamente, retorciéndose las manos y lamiéndose los arrugados labios. Me recuerda a un lobo hambriento que observa a una gacela esperando el momento preciso para atacar. Lo miro en busca de debilidades y posibles puntos de ataque (algo que hacía inconscientemente desde que estaba en el ejército del emperador), la verdad es que tiene muchas. Es tan delgado que hasta podría contar sus costillas, sus brazos no son más que palillos, puro hueso sin nada de carne; su piel demasiado pálida y llena de arrugas. Tiene aspecto frágil. Pero sus ojos, esos sí dan escalofríos. Brillan con sed y crueldad, una maldad que ya había enfrentado antes en peores situaciones, y sabía que no importaba lo débil y flacucho que ese hombre fuera, ese brillo en sus ojos lo llevaría a matar y cumplir su objetivo, y si sangre se derrama en el camino... mucho mejor.
Me retuerzo de mis amarras pero las sogas se incrustan en la piel de mis brazos y muñecas. Tanteo la falda de mi vestido en busca de dagas y cuchillos que suelo llevar escondidos. No me sorprendo al no encontrar ninguno. El hombre se acerca sigilosamente, su saco blanco susurrando mientras se mueve. Cuatro pasos, tres pasos, dos pasos... Me retuerzo aún más y el hombre ríe.
-Yo que tú no malgastaría tiempo y energía. Welling hace muy buenos nudos, es fue marinero antes ¿sabías? -Sí, lo sé, pienso a regañadientes y dejo de luchar, concentrándome en sus movimientos. El viejo continua mientras se acerca a la mesa.- No te preocupes hermosa, pronto dejaras de sentir dolor, tristeza, enojo... Bueno, dejarás de sentir todo en realidad. Esto de aquí es una vacuna y este líquido de adentro te calmará, lo prometo.
Me congelé cuando tomó uno de los frascos con aguja en el extremo, la vacuna, y se acercó a mí. Dentro brilla un líquido ámbar. Se acercó más, más, cada vez más cerca. Una tranquilidad se instaura en mí en cuanto se para frente a mí.
-¿Lista? -pregunta, la vacuna apuntando de manera amenazadora.
Sonrío. Una sonrisa afilada que solo prevé una cosa. Sangre.
-¿Y tú?
El viejo hombre no pudo adivinar lo que venía cuando levanté ambos pies y golpeé su pecho. Voló hasta estrellarse con el estante, que se quebró y cayó con todo sobre él. Bajo de la estrecha cama de un salto y corro hasta la mesa. Busco a tientas algo afilado con lo qué cortar la cuerda. Mis dedos se envuelven al rededor de algo alargado y de frío metal, el borde afilado me hace un pequeño tajo en el pulgar. Un cuchillo. Lo paso por la soga y raspo una vez.
En eso el hombre se levanta. Los que sea que contenían los frascos ahora están esparcidos por su saco, tiras de todos colores sobre el blanco. Sus dientes brillan feroces cuando se abalanza como una bestia. Lo esquivo y se estrella contra la mesa. Apenas tengo tiempo de rozar una vez más la soga cuando se recupera y se lanza otra vez. Levanto el pie hasta la altura del hombro, donde se encuentra con su barbilla. Cae al suelo con estrépito sobre trozos de vidrio y más líquidos raros. El olor de la habitación se vuelve nauseabundo y mi cabeza comienza a dar vueltas. El viejo ya no se levanta por lo que suspiro aliviada y me apresuro a terminar cortar la cuerda.
Una vez liberada de mis ataduras intento abrir la puerta. Empujo con todas mis fuerzas pero no cede. Hay lo que supongo es una cerradura, una pequeña abertura de dos centímetros a un costado. Miro al hombre desgarbado en el suelo, lleno de esos químicos olorosos. Me acerco rápidamente y hurgo en los bolsillos del saco sucio y colorido. En el primero nada. Busco en el segundo. Vacío. En el tercero encuentro una llave de hierro pegoteada por los líquidos que cubren la tela. La tomo y pruebo abrir la puerta. Se abre a la segunda vuelta a la cerradura y no espero para salir corriendo.
Mi cuerpo choca contra algo duro y me tambaleo para atrás. El soldado se da la vuelta. Sólo me toma un latido del corazón arrancarle la espada del cinturón que lleva y rebanar con ella su cuello. No me quedo a escuchar el gorgoteo de la sangre en su garganta, en su lugar corro por los fríos pasillos de piedra. Izquierda, derecha, derecha, izquierda... ¿o era a la derecha otra vez?
Observo el pasillo casi en penumbras. Más adelante el corredizo se extiende en la oscuridad hasta no se donde, a mi derecha dobla hacia más oscuridad. Mierda. Espero y escucho. Nada por el primer camino, en segundo escucho algo. Apenas se escucha, pero es suficiente. Giro a la derecha y corro, una mano pegada a la pared para poder seguir el camino. A lo lejos se ve luz, una antorcha iluminando el pasadizo, y a su lado otro guardia. Este es más viejo que el que maté saliendo de esa habitación de locos. El sonido que escuchaba era su tos. Decido entonces solo noquearlo.
Me arrimo unos metros, pegada a la pared para mezclarme en las sombras. Estoy casi a su lado cuando él nota mi presencia. Se aleja instantáneamente pero no desenfunda el arma. En vez de eso, levanta ambas manos.
-Espere, no me mate. No pienso hacerle daño ni llevarla ante el emperador. Ese tirano me ha costado todo lo que tengo. Me hubiese ido hace mucho si no fuera por verlo caer. Él caerá y será gracias a usted. Usted nos salvará y nos devolverá la paz, devolverá al pueblo a su era dorada. -lo miro atónita, mi espada a punto de resbalarse de mis dedos- Puedo escoltarla a salvo hasta los calabozos. Quiere salvar a sus amigo, verdad? -asiento- Pues venga, no podrá hacerlo sin ellos.
El soldado no espera que conteste y comienza a caminar. No doy cuenta que estoy llorando hasta que siento el sabor salado de las lágrimas en mis labios. No puedo decepcionar a toda esta gente. No puedo decepcionar a este hombre. Aprieto la empuñadura de la espada y camino tras él.
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Hola hola! Aquí otro capítulo con la intención de que me perdonen :3 -Flor
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Thilia
FantasyCuando Graxe decide que ya no puede seguir con el trabajo para el que fue entrenada toda su vida, se escapa del imperio con la esperanza de huir de todos sus males. Pero el camino fácil no siempre resulta como esperas. Graxe se ve envuelta nuevament...