Capítulo 15: Se fue

18 2 0
                                    

Lo primero que supe fue que estaba sobre algo duro e irregular, piedras se clavaban en mi espalda. Luego sentí el dolor; una punzada que me recorría desde el hombro derecho hasta las puntas de los dedos, mi tobillo derecho también dolía pero era solo una molestia en comparación. Intenté levantarme, mi cabeza daba vueltas y mi vista se nubló. Volví a recostarme respirando hondo. Ahogué un grito cuando otra punzada de dolor me atravesó. Sentí el estruendo de un cuerpo al caer cerca y unos pasos acercándose corriendo. Abrí apenas los ojos. Hees se cernía sobre mí, su rostro era una perfecta máscara de terror y angustia pura. A unos metros Erin se aproximaba seguido de Joy y Feeb. Me levantó suavemente. Otro ramalazo me recorrió el hombro. Sentí la sangre bajar lentamente por mi espalda donde me había herido. 

-¡Ay!- estiré mi brazo para tocarme pero en un rápido movimiento Hees capturó mi muñeca.

-No. Caíste sobre unas piedras, una quedó incrustada en tu hombro. Está sangrando mucho, si la sacas será peor. No te muevas, te llevaré...- Erin empujó a Hees a un lado y se colocó en su lugar, tan cerca que sentía el calor emanando de él. 

-Graxe ¿Qué sucedió?¿Estás bien?- preguntó. Estudió la herida en mi hombro- Ven, te llevaré adentro.

-¡Por el amor de Dios! Graxe...- Joy llegó a mi lado y me acarició el enmarañado cabello. La preocupación se le marcaba en las arrugas de su frente y las comisuras de sus labios.

Erin me cargó cuidadosamente en brazos y me llevó a la cabaña. Escuchaba a Joy gritar ordenes, pidiendo aguja e hilo, a Feyz que trajera hierbas para hacer un tónico. Estiré el cuello para ver a Hees. Seguía al pie de la montaña, duro como una estatua, sus manos apretadas a sus costados y la vista en el suelo donde había estado hace unos minutos.

-¿Duele?- Erin preguntó. Sus ojos reflejando desasosiego. Asentí sin poder pronunciar palabra.- No debí haberte dejado sola, si algo te pasara...

-Pero no estaba sola y, además, sé cuidarme por mi cuenta.-repliqué, el dolor aumentando con la tensión de mi cuerpo- Solo me resbalé, a cualquiera podría haberle pasado.

-Supongo que si.- coincidió- Aún así ya no te dejaré sola.

-¡Qué no estaba sola!

Su mandíbula se tensó pero no dijo nada más. Cruzamos la puerta; el caos reinaba en la habitación. Hope despejó la mesa y Weyb ayudo a colocarme boca abajo. Rasgaron el vestido y lo quitaron cuidadosamente de mi espalda magullada. Oí ahogar un grito. Sentía el escozor inundando mi piel allí donde habían retirado la tela. Reprimí un grito de dolor cuando sentí el alcohol caer desde mi nuca hasta la cintura. Las heridas ardían y picaban tortuosamente. Feyz entró en mi campo de visión.

-Graxe, voy sacar la piedra de tu hombro y coceré la herida ¿de acuerdo? Puede que duela un poco...

-Solo hazlo- gruñí - Tuve heridas peores.

Feyz puso los ojos en blanco y llamó a Weyb que trajera un cuenco para colocar la roca una vez quitada de mi cuerpo. Sentí el dolor cuando quitó el pedrusco y luego el ardor del alcohol en el corte. La aguja pinchó y atravesó mi piel. Feyz coció las cortaduras de mayor tamaño y esparció un ungüento por toda mi espalda llena de cortes y moretones y me vendó meticulosamente. Me senté sobre la mesa. Joy pasó un trapo húmedo por mi rostro; la tela se volvió marrón oscura con manchones rojos por la sangre que goteaba de mi frente. Zik entró temblando con un cuenco llenó de nieve en sus manos. Lo apoyó a mi lado y corrió junto al fuego en la chimenea a calentarse. Los copos de nieve esparcidos entre sus cabellos rubios se derritieron al instante. Joy envolvió la nieve en un pedazo de tela limpia y lo colocó en mi tobillo hinchando. 

Busqué a Hees por la sala pero no estaba allí. En su lugar Erin apareció a mi lado con una taza humeante de un líquido verdusco que resultaba asqueroso. Me lo tendió, con un poco de recelo lo acepté. Inspiré una profunda bocanada de aire y bebí hasta el fondo ese espantoso brebaje. Era espeso y sabía agrio con un trasfondo dulzón. Mientras, Erin enredaba uno de sus dedos en un mechón de mi pelo. Lo observaba pensativo, como si contuviera las respuestas de lo que buscaba. Me tomó por la cintura y me alzó de la mesa. Me cargó nuevamente en brazos y me llevó por las escaleras hasta la habitación donde me recostó cuidadosamente boca abajo en la estrecha cama. Sentía mi rostro caliente y rojo, no sabría decir si por vergüenza o por efecto del medicamento. Me cubrió con una manta y en silencio se sentó al pie del catre. El dolor ahora se sentía más como algo lejano.

ThiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora