Capítulo 11: Alguien en quién confiar

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La mañana era fresca. El sol asomaba los primeros rayos por el horizonte que no eran suficientes para ahuyentar el frío de la noche. Faltando menos de un mes para la llegada del invierno los días refrescaban más rápido sobre la montaña de lo que uno desearía volviendo las noches heladas. La noche anterior las mantas no habían alcanzados para todos y tampoco el espacio. En la habitación de Hope dormimos todas las mujeres junto con Zach y en la de los padres, puesto que era la más grande, durmieron la mayoría de los hombres; algunos pocos tuvieron que dormir abajo frente a la chimenea. Habían cedido sus mantas para que nosotras podamos estar abrigadas. 

Una ráfaga de viento helado sopló congelando mis huesos. Había dejado mis vestidos de lado por el uniforme de lucha. Era más grueso y abrigado que los otros pero aún no era suficiente, el viento se colaba entre la ropa, llegando a mi piel y calándome hasta los nervios. Me abracé más fuerte si cabía para mantener el calor dentro del traje y de mi cuerpo. Había guardado el uniforme en el fondo del armario junto con los recuerdos que volvían a mí como una lenta agonía: duros entrenamientos, largas tardes con papá en sus días libres, charlas con Yaka, misiones fallidas, muertes y engaños. Años siguiendo órdenes de un malnacido. 

Los recuerdos se borraron al sentir una cálida tela sobre mis hombros. Temblores que no sabía que tenía cesaron. Una sonrisa se formó en mi rostro.

-¿Estás loca? Vas a morir de frío acá afuera. Al menos te hubieses puesto algo más abrigado- me recriminó Hees. Me hizo reír el pensar en su preocupación.

-Créeme, si voy a morir estate seguro que no será de frío. Además este traje es el más abrigado de todos... solo que está algo viejo y desgastado- comenté.

-Esta bien. Pero déjate la capa- asentí y comenzamos a caminar.

El escudo en el traje de Hees ya no estaba, ahora era todo negro liso. Supuse que se lo quitó junto con sus soldados. 

Se podía admirar la helada de la noche sobre las briznas del pastizal. Pequeños cristales reluciendo al sol como diamantes a la espera de desaparecer en el día para renacer nuevamente al esconderse el sol. Era hermoso. Las hojas del bosque ya estaban desapareciendo casi por completo, los troncos desnudos parecían desde lo lejos grotescos cuerpos con sus brazos alzados al cielo, suplicantes. 

-¿A dónde vamos?

-Aún no he tenido la oportunidad de recorrer en su totalidad el valle y sería bueno si necesitamos escapar por algún motivo- respondí.

-Creí que aquí estábamos seguros.- lo miré 

-Si hay algo que aprendí en este último año es que no estamos seguros en ningún lado, tarde o temprano terminan encontrándote. Al igual que el pasado que pensaste habías dejado atrás, comenzar de nuevo no servirá de nada.- con solo verme pareció entenderlo.- Lo siento.

-No es una ofensa, es un consejo. Y lo tomaré- sonreímos el uno al otro. Una nueva ráfaga sopló, sujeté la capa a mi alrededor como si fuera un escudo ante un ataque- Bien, me gustaría que me contaras tu pasado si es que tú quieres. Puedes confiar en mí, no se lo diré a nadie si es tu deseo.

Lo pensé un momento. Se sentía bien poder contarlo a alguien que no sea las chicas, poder confiar en alguien más. Y no me había dado motivos para no hacerlo. Decidí que, si confiaría en alguien fuera de mi familia, sería él. Asentí y comencé a relatar mi vida. Desde el comienzo.


Pasamos horas recorriendo todo el valle. No quedó un recoveco, grieta, piedra y estanque sin ser revisado. Encontramos una cueva lo suficientemente grande para albergar hasta una docena de personas, tal vez más si se los encimaba un poco, el lado malo era que no tenía salida pero serviría perfecto como refugio de emergencia. Estaba al final del pequeño bosque, justo al linde con la  montaña. Más tarde vendríamos para ocultarlo y llenarlo con un poco de provisiones. Un poco de precaución nunca venía mal.

ThiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora