El salón del trono estaba completamente vacío. O así lo sentía el emperador sentado en su trono hermosamente tallado y revestido en oro. Sus finas ropas colgaban y rozaban el suelo de mármol. Varios guardias estaban dispersos por la habitación y había criados limpiando las delicadas decoraciones de la habitación; pero era tan común para el emperador verlos arrastrarse por el lugar y a los soldados tan firmemente en posición de guardia que para él se habían convertido en simples decoraciones y estatuas. Solo había una preocupación en su imperio y su nuevo jefe de las Fuerzas Especiales se estaba encargando de ello. Aunque para Yar esa niña nunca había representado verdaderamente un problema más que la deshonra al huir y la traición que esto suponía para su legítimo emperador y máxima autoridad.
Su lacayo personal entró en la sala y se dirigió a él con paso apresurado. Le hizo una reverencia y le informó:
-Señor, su hijo lo solicita. Dice que no lo ha visto últimamente y desea charlar con usted. Lo espera en la sala de estar.- el emperador asintió y le informó que se marchara.
Su primogénito, Leónnidas Yar, era hijo de su primer y única esposa, que falleció cuando el niño tenía los siete años apenas cumplidos. A medida que iba creciendo se volvía más malcriado y arrogante, hasta convertirse en el hombre astuto, obstinado, ambicioso y sin piedad que era hora. El emperador no se sentía orgulloso de su hijo, del monstruo que había criado, pues hasta él mismo se daba cuenta de la crueldad que emanaba de su alma. Pocas eran las veces que se juntaba con su hijo para hablar de temas del imperio, muchas menos eran las que se juntaban para conversar solo porque no se habían visto por un tiempo. Eran mejores sus vidas estando cada uno en una punta del Palacio de Arena.
En todo esto pensaba Yar mientras caminaba por los largos y lujosos pasillos arrastrando consigo la gruesa capa de piel y custodiado por media docena de guardias. Las puertas a cada lado del pasillo pasaban una tras de otra a medida que avanzaba: la habitación de música, el consejo del FE donde se juntaban las Fuerzas Especiales para planear y cerciorarse la seguridad del castillo y del emperador, la habitación de la platería, etcétera. Al final del corredor una puerta doble de madera oscura estaba abierta y dejaba salir un fino haz de luz.
Yar abrió decididamente la puerta y entró dentro de la sala de estar. Sillones, mesas de té y sillas estaban desparramados por la habitación, Leónnidas observaba el crepitante fuego de la chimenea con sus manos fuertemente aferradas a su espalda. Levantó la mano y en un solo gesto indicó a los guardias que se retiraran. Cerraron las puertas a sus espaldas y sumieron al emperador y a su hijo en un terrible silencio.
-Me has mandado a llamar- anunció lo más sólido que pudo.
No había habido miedo u obstáculo alguno que el emperador no haya superado y usado a su favor, pero su propio hijo le generaba un terror que no podía explicar y del que no se podía desprender. Leónnidas Yar tenía una mirada helada que te penetraba, era observador hasta el punto de conocer cada uno de tus cualidades y tus más pequeñas debilidades para en el momento justo usarlo en tu contra. No era tan hábil en el uso de espadas o flechas, pero había aprendido a emplear las palabras como un arma de doble filo. Era terriblemente eficaz y doloroso. Se giró hacia su padre con el rostro impasible.
-Así es. Creí que sería bueno pasar un poco de tiempo padre hijo, no te parece?
-Tengo cosas que hacer Leónnidas.- su padre se retorcía las manos nerviosamente. Una extraña sensación flotaba en el aire junto con un aroma tan dulce que embriagaba.
-¿Seguro? He pasado por la sala del trono y te vi allí recostado contando los hilos de tu traje.- replicó desdeñoso.- Pero esta bien, supongo que el emperador de medio Thilia no tiene mucho tiempo para su hijo.
Yar suspiró resignado.
-De acuerdo.- observó la botella de vino y las dos copas de cristal sobre una de las mesas.- Tal vez pueda tomar un par de copas contigo.
El emperador tenía una pequeña predilección por las bebidas alcohólicas y no le fue un inconveniente disfrutar del sabroso brebaje.
Por un largo rato, copa tras copa el vino se fue vaciando. No hablaron mucho, solo se dispusieron a observar el fuego en la chimenea. Era la octava copa del emperador, el heredero aún tenía la primer copa llena sin probar un trago. Leónnidas se enderezó, se acercó a su padre y le dio unas palmadas en el hombro mientras se bebía hasta la última gota de vino de la botella. No fue hasta pasados unos minutos que el emperador comenzó a sentir un horrible escozor en la garganta. Tosió y se bebió la copa de vino de su hijo pero el dolor no hizo sino aumentar. Comprendiendo lo que estaba sucediendo, miró dentro de su copa. Al no ver nada en ella acercó el borde de la botella a su nariz y olfateó. Efectivamente, el olor dulzón de la habitación provenía de aquel exquisito vino. El emperador Yar miró atónito a su hijo.
-Veneno- susurró y exclamó en voz más alta- Te atreves a envenenar a tu propio emperador, a tu padre ¡Bastardo!
-Creo que te equivocas de hijo- contestó con desprecio. Su mirada fría y penetrante- El bastardo no soy yo.
El emperador se puso pálido pese a las mejillas y el rostro colorado, el veneno lo asfixiaba poco a poco. Cuando habló, a duras penas, su voz era un murmullo y tartamudeó al pronunciar las palabras.
-¿Cómo lo sabes?¿Quién te lo dijo? Es imposible, yo mismo me encargué de mantenerlo en secreto...
-Sigues subestimándome padre. Me tienes miedo, lo veo en tu rostro cada vez que me miras a los ojos, pero nunca me tomas en cuenta. Olvidas que soy muy observador, veo lo que otros no son capaces de ver. Escucho los susurros. Las paredes hablan, sabías? Son demasiado finas, al igual que las puertas, y ellas me permiten oír lo que nadie se molesta en escuchar. Lo he sabido hace ya rato, pero esperaba que me lo dijeras tú.
El futuro emperador chasqueó la lengua. Yar se agarraba la garganta con ambas manos y boqueaba en busca de aire como un pez fuera del agua. Sus ojos estaban rojos y desorbitados. Su piel perdió lentamente el color y sus músculos se relajaron.
-Descansa padre.
Las manos del difunto emperador Yar cayeron flácidas a los costados del sillón frente a la chimenea.
Por la mañana se coronaría al nuevo emperador.
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Aquí algo de lo que está pasando del otro lado de la historia. Se que es relativamente corto pero es importante y espero que les guste. En la foto Leónnidas Los quiero -Flor
PD: hace como cinco días que publiqué (o eso pensé) esta parte pero parece que no fue así y me di cuenta recién ahora así que mil perdones. A continuación publico el otro capítulo como disculpa!
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Thilia
FantasyCuando Graxe decide que ya no puede seguir con el trabajo para el que fue entrenada toda su vida, se escapa del imperio con la esperanza de huir de todos sus males. Pero el camino fácil no siempre resulta como esperas. Graxe se ve envuelta nuevament...